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Más que buenas intenciones

Mar 6, 2023 | Notas, Salud

¿Por qué el sentido común no es suficiente para incorporar la perspectiva de género al campo de la salud?


Por Laura F. Belli

En estos días, quizás pueda parecer un poco obvio insistir en que la inclusión de la perspectiva de género tiene un impacto significativo en la reducción de muchas de las inequidades presentes en el campo de salud. Tampoco se trata de un señalamiento novedoso: los feminismos vienen advirtiendo acerca de esta necesidad desde los años 70 y, desde hace al menos dos décadas, la comunidad médica internacional se hizo eco de estos reclamos. Así, el tema comenzó a formar parte —a paso lento, pero seguro — de las publicaciones en las revistas científicas más importantes.

A pesar de que hoy en día parecería haber consenso en reconocer su importancia, su implementación sigue resultando deficiente. Esto puede deberse al desconocimiento acerca de estas temáticas por gran parte de lxs profesionales de la salud; quizás se deba a que su formación careció de esta mirada, o porque desconocen cómo podría aplicarse a su especialidad, o porque no tienen acceso a datos sobre cómo implementarla —o esos datos no están disponibles—, o por muchos otros motivos. En algunos otros casos —que quizás sean los menos, pero son los que más daño ocasionan— probablemente sea a causa de que consideren que el género nada tiene que ver con la salud. Pero muchas veces, quienes muestran voluntad de transformar las prácticas y las instituciones sanitarias parecen actuar bajo la suposición equivocada de que la inclusión de la perspectiva de género en salud no requiere más que apelar al “sentido común”.

El último caso es bastante problemático de abordar y se habla poco de esta dificultad. Es fácil comprender el motivo, ¿por qué habríamos de poner el foco en señalar los equívocos de quienes justamente— muestran un interés en contribuir a mejorar la equidad en el campo de la salud? Sin embargo, justamente ahí reside la importancia de abordar este problema: los esfuerzos bienintencionados de quienes piensan que estas transformaciones se pueden producir sólo apelando al sentido común, contribuyen muchas veces a la perpetuación involuntaria e indeseada de sesgos, estereotipos y concepciones equivocadas o imprecisas, que tienen como resultado a la pérdida de oportunidades para abordar las necesidades de salud únicas de los diferentes grupos y poblaciones. Este enfoque, contrariamente a lo que busca, produce daños a los grupos más vulnerables, profundizando las disparidades e inequidades en la salud.

Veremos a continuación tres ejemplos  —que no agotan la amplitud del problema, pero sirven para ilustrar el impacto negativo que tiene apelar al sentido común si lo que se busca es transformar las prácticas en este campo—, para luego ensayar algunas propuestas que nos permitan escapar de este problema y contribuir a que todas las personas reciban los mejores cuidados posibles.

El sexo en disputa

 

No es extraño encontrarse con literatura médica en la cual, a pesar de que se señala la importancia de reconocer y abordar las diferencias y necesidades específicas de las diferentes personas, las nociones de “sexo” y “género” aparecen como términos jerarquizados: el sexo sigue siendo considerado el factor central al que se le “aplica” luego el género, marcando la importancia de lo biológico por sobre lo cultural. Esta distinción (que asocia el sexo con lo “meramente biológico” y el género con lo “social”, al primero con “lo dado” y al segundo con lo “construido”) lleva a que la idea de sexo continúe siendo mayormente aceptada sin ser problematizada y legitimando una descripción de nuestra biología como objetiva, neutral y universal.

Esta conceptualización rígida y dicotómica que reconoce la existencia de solo dos sexos (en función de ciertas diferencias biológicas, mayormente relacionadas con la reproducción), tiene como consecuencia también que se considere “anormal” toda manifestación vital que se aleje de esta fórmula. Esta mirada no permite dar cuenta, entre otras cosas, de la existencia de identidades que escapan a esta taxonomía (como es el caso de las personas intersex, muchas de las cuales sufren durante la niñez intervenciones mutilantes sobre sus cuerpos con el fin de “adecuarlos” a esta clasificación). Pero, además, esta lectura sesgada y dicotómica de los cuerpos refuerza la tendencia a considerar las categorías “mujer” y “varón” como homogéneas en sí mismas, interpretando biológicamente a todos los miembros de uno de los grupos como iguales entre sí y cualitativamente diferentes respecto del “sexo opuesto” (lo que reduce aún más el campo de comprensión de las particularidades entre las personas).

Si bien los cambios recientes en la atención en salud han mejorado, en muchos aspectos, los cuidados incorporando la perspectiva de género, el enfoque común de atención todavía se basa mayormente en un marco binario que las personas trans, no-binarias y otras personas que forman parte de las disidencias continúen siendo marginadas y sus necesidades específicas olvidadas. Esta representación binaria de los sexos, que se replica en las estructuras, las investigaciones y la atención en salud, perpetúa la invisibilidad, la discriminación y los cuidados poco adecuados para quienes forman parte de estos grupos.

La falta de problematización en torno de la idea de diferencia sexual en el campo de la salud es uno de los problemas que los feminismos señalan hoy como urgentes. Reconceptualizar y problematizar la dicotomía sexual mujer/varón es necesario para poder ofrecer los mejores cuidados posibles a todas las personas.

No es sólo una cuestión de género

 

Si bien el género es un determinante esencial de la salud, se encuentra estrechamente unido a otros aspectos (como la edad, la pertenencia étnica, la procedencia, el nivel educativo, etc.) que forman parte de la identidad de las personas y moldean sus prácticas, consumos y hábitos, a la vez que determinan el grado de acceso y la calidad de atención sanitaria. Incorporar una mirada que trascienda la concepción más restringida de género al campo de la salud permite, además identificar y cuestionar las formas en que las instituciones sanitarias replican y sostienen los modelos que profundizan las desigualdades sobre grupos específicos. Esto puede lograrse apelando a miradas interseccionales que permitan observar cómo los diferentes sistemas de dominación impactan en la salud, pensándolas de manera situada (de modo que logren dar cuenta de las necesidades particulares de nuestra región) desde una perspectiva feminista decolonial.

Ninguna mirada con perspectiva de género aplicada al campo de la salud es completa si no consideran estos aspectos como esenciales. Estos enfoques permiten develar que la complejidad inherente a las diferentes identidades trasciende cualquiera de sus categorías por separado y que las inequidades en salud que una persona puede experimentar rara vez son reductibles a una sola dimensión de su identidad. No contemplar estos entretejidos o intersecciones en los diseños de planes, en las investigaciones y en las prácticas sanitarias tiene como consecuencia que —muchas veces— los intentos de promover los derechos de un grupo identitario particular estén destinados a fallar en lograr la equidad buscada (por ejemplo, hablar de “mujeres” sin distinguir entre clase, género, orientación sexual, contexto y pertenencia étnica puede llevar a sobrerrepresentar la experiencia de algunas de ellas y no de todas,, generalmente las más privilegiadas).

Este enfoque permite ampliar la comprensión de cómo las dinámicas de poder de género interactúan con otros sistemas de poder —de privilegio o desventaja— que causan injusticias y resultados de salud diferenciales.  A la vez, permite identificar mecanismos complejos de desigualdad en el acceso, permanencia y atención, tanto a nivel individual como estructural dentro de los sistemas de salud. También contribuye a identificar las particularidades de las personas que conforman los grupos a los que se dirigen las políticas o intervenciones sanitarias en diferentes entornos, permitiendo el diseño e implementación de intervenciones específicas y más efectivas. En el campo de las investigaciones, por ejemplo, habilita la obtención de resultados más precisos en el diseño, aplicación y revisión de resultados en los ensayos (por ejemplo, al momento de decidir qué datos deben recopilarse y desagregarse; en la interpretación de los hallazgos dentro de un contexto más amplio y en relación con el abordaje de las desigualdades y vulnerabilidades de los grupos).

El equívoco muchas veces presente en los intentos de incluir la perspectiva de género  sin tener en cuenta la importancia de un enfoque amplio que contemple las múltiples maneras en que las relaciones y las jerarquías operan en el ámbito sanitario, limita las intervenciones que buscan reducir las desigualdades en este campo.

Reconocer nuestras limitaciones

 

Una condición primordial para llevar adelante la incorporación de la perspectiva de género en salud es revisar periódicamente y con profundidad nuestras ideas y prejuicios. Para hacerlo de manera comprometida, es indispensable comenzar por reconocer la posibilidad de que los sesgos de género se encuentren presentes —en mayor o menor medida— en nuestros pensamientos, creencias y perspectivas. Esto es así porque los sesgos (actitudes que pueden tomar la forma de prejuicios o sentimientos) se encuentran incorporados de modo tan sutil a nuestra mirada del mundo que son a menudo muy difíciles de reconocer y controlar. Estas actitudes se “activan” sin que medie la reflexión de nuestra parte e influyen en nuestro comportamiento de manera involuntaria. Los sesgos implícitos producen una suerte de disociación entre lo que una persona explícitamente cree y desea hacer (por ejemplo, tratar a todxs de manera equitativa) y lo que efectivamente hace como consecuencia de la influencia velada de asociaciones implícitas en sus pensamientos (por ejemplo, percibir a una persona que tiene una discapacidad como menos competente y no reconocer plenamente su autonomía). Esta tarea de autorreflexión y análisis crítico y honesto de nuestras limitaciones es fundamental para llevar adelante buenas prácticas en todos los ámbitos, especialmente en el de la salud. No puede perderse de vista que  incluso quienes estamos en contra de ciertos prejuicios o ideas, podemos estar replicándolos sin siquiera darnos cuenta.

Por supuesto los sesgos no siempre son negativos, pero no es difícil ver por qué estos son los que más preocupan en relación a la salud ya que operan en desventaja de aquellos grupos que ya son vulnerables en muchos niveles. Usualmente —aunque no en todos los casos— se corresponden con una mirada capacitista y hetero-cis-normativa y, como resultado de esto, lesbianas, gays, bisexuales, asexuales, travestis, trans, queer, no-binaries y personas con discapacidades (entre otras) están mucho más expuestas a sufrir las consecuencias de dichos desvíos.

La identificación de los sesgos es fundamental ya que nos permite ver que muchas de las prácticas en investigación y atención en salud están construidas sobre diferencias culturalmente atribuidas a las diferentes identidades y legitimadas en base a una naturalización de ellas. Un ejemplo de esto es la baja o nula inclusión en la investigación médica de mujeres, personas pertenecientes a minorías raciales y personas trans (entre otras), lo que produce una clara asimetría en relación con los conocimientos que existen sobre los varones cishetero (quienes suelen ser los sujetos sobre los que se investiga). Otro ejemplo puede verse en el campo del manejo del dolor: está documentado que lxs profesionales suelen hacer diferencias entre varones, mujeres y otras identidades subalternizadas, así como también entre personas que forman parte de grupos sociales minoritarios, lo que influencia el tipo de cuidado otorgado.

Por todo esto queda claro que la identificación de sesgos inconscientes es más difícil y laboriosa que el mero reconocimiento de prejuicios explícitos. Pero es, a la vez, una herramienta clave para comprender cómo se reproducen las desigualdades y evitar contribuir a estas injusticias. Sin dudas, esta tarea no es responsabilidad exclusiva de lxs particulares: las desigualdades de género se replican y refuerzan en los sistemas de salud, lo que contribuye a las disparidades presentes en las prácticas. Sin embargo, es un ejercicio fundamental y permanente que se debe realizar con responsabilidad por quienes buscan reducir las injusticias en el campo de la salud.

Algunas propuestas a modo de cierre

 

Como se mencionó al comienzo de esta nota, la necesidad de incorporar la perspectiva de género al campo de la salud parece ser una premisa ampliamente aceptada. Sin embargo, vimos que el mero reconocimiento de los beneficios de incorporar esta perspectiva no garantiza de por sí que su implementación se realice de manera adecuada. A través de los ejemplos presentados (que no son los únicos, ni llegan a representar la totalidad de las situaciones en que esto sucede) se buscó ilustrar algunos de los problemas que surgen de no reconocer que la inclusión de la perspectiva de género en salud requiere más que buena voluntad y sentido común. Por el contrario, se trata de una tarea que debe encararse con compromiso y responsabilidad, sin perder de vista que se trata de un campo en constante desarrollo y eso implica la necesidad de formación y actualización continua acerca de los debates que se producen en él, así como la revisión periódica de nuestras propias posiciones e ideas.

Es importante evitar confiar únicamente en el sentido común y, en cambio, abordar las temáticas relacionadas con el género en salud asumiendo el compromiso de mantenerse informadxs sobre las últimas investigaciones, debates y necesidades de las poblaciones involucradas, escuchando sus reclamos y atendiendo a sus necesidades. Es fundamental tener en cuenta las perspectivas y experiencias de todas las personas, incorporando una mirada interseccional y revisando nuestras propias creencias, para dar cuenta de la variedad de desafíos e inequidades en salud únicos que enfrentan las poblaciones vulneradas. Es fundamental reconocer que estos cambios profundos no dependen solamente de modificaciones en las leyes o en las etapas de formación (instancias indispensables, sin dudas) sino que también exigen que quienes forman parte del sistema de cuidados adopten la responsabilidad de encarar esta tarea seriamente para lograr intervenciones sanitarias justas y efectivas.

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