Por Florencia Tundis y Maitena Minella
Hacer documentales suele ser más económico ya que necesita menos recursos que la ficción. En Argentina, y con las limitaciones económicas que conocemos, el documental pareciera ser una puerta de entrada para el cine que realizan las directoras mujeres y es fundamental para la evolución de este género, contribuyendo a construir nuevas miradas, subjetividades y formas de expresión.
Cine hecho por y para varones
Las mujeres fueron y son mayormente excluidas del ambiente del cine, lo que se evidencia en la sobrerrepresentación de varones que hay en el detrás de cámaras y, su consecuente punto de vista androcéntrico.
Las trabajadoras cinematográficas no cuentan con las mismas oportunidades que los varones ni cuentan con los mismos espacios. Esto ocurre porque el mundo audiovisual se construyó como un mundo de varones: son ellos quienes tienen las productoras y el capital para afrontar los costos altos que requiere llevar adelante una producción cinematográfica, siendo luego también ellos mismos los jurados de la mayoría de los festivales de cine, lugar donde se consagran lxs directores y directoras, y quienes entregan financiamiento para óperas primas. Por supuesto, promocionar una obra también requiere de dinero, y al ser las grandes productoras comandadas por varones, la pelota sigue estando en sus manos.
En las últimas décadas, el abaratamiento de algunos costos de producción logró que quienes tienen menos recursos puedan acceder a la producción cinematográfica. Dos revoluciones tecnológicas afectaron la industria del cine a nivel global: la llegada del video en los 80s y la entrada de los medios digitales de grabación, edición y distribución, una forma de producir más accesible que el fílmico. Ambas transformaciones, junto con los cambios socioculturales y políticos de finales de 1990, aumentaron la participación de las mujeres y LGBT+ en el cine y trajeron nuevos puntos de vista a la cinematografía internacional. En Argentina, en los años 90 y bajo la misma idea, surgió el llamado Nuevo Cine Argentino, trayendo bajo su ala el denominado documental de creación, un subgénero que se aleja de los contenidos de corte periodístico-documental, con más intervención creativa y sobre todo con el reemplazo de entrevistas por el seguimiento de los personajes protagónicos.
Existimos, producimos y dirigimos
Dentro de este nuevo paradigma, podemos destacar la labor de Carmen Guarini, co-fundadora de la productora Cine Ojo junto con Marcelo Céspedes, quienes dirigieron Tinta roja (1998) e H.I.J.O.S., el alma en dos (2002); el primero tiene por temática las noticias policiales, centrándose en quienes las fabrican, manipulando y explotando el dolor, la muerte y el miedo ajenos. La segunda atraviesa la búsqueda de la identidad, encarnada en protagonistas individuales inscritos en una búsqueda colectiva. Estas películas exploran nuevas formas de contar, desplazan las estrategias del documental clásico, como la voz en off, las entrevistas y el testimonio frente a cámara —las llamadas cabezas parlantes—, y se centran en la vida cotidiana de los personajes.
Tampoco podemos dejar de nombrar a Albertina Carri, quien filmó en 2003 Los Rubios, una de las películas a la que la crítica periodística y académica le ha dedicado más páginas. Albertina da un giro sobre la temática de los desaparecidos y su herencia, mezclando el documental, la ficción y el “cine dentro del cine” para plantear interrogantes que van más allá de la mera identidad. De la misma autora es interesante la parodia genérica Barbie también puede estar triste (2002). En este corto, Barbie es una mujer de clase alta que tiene que soportar a su esposo Ken, un gerente empresarial que no tiene ningún empacho en abusar sexualmente de su secretaria. La trama se desarrolla linealmente y con la tosquedad habitual de una película pornográfica: pocas palabras y bastante sexo. Barbie es la encarnación de la mujer hegemónica, una reproducción de los cánones patriarcales impuestos. Por último, como pionera del documental feminista argentino, no podemos dejar de nombrar María Luisa Bemberg con Juguetes (1978), corto de donde entrevista a más 70 chicxs ante la pregunta ¿qué querés ser cuando seas grande? Los niños responden ingeniero, ejecutivo, capitán de barco y las niñas responden maestra, enfermera, profesiones que se relacionan con el cuidado. Se remarca el juguete como primer lugar de imposición y se utilizan recursos que remarcan el concepto de la construcción de la división sexual del trabajo.
Estos son sólo algunos de los ejemplos más destacados de documentalistas argentinas que transformaron el género documental nacional y le abrieron la puerta a una nueva camada de directoras que desarrollan películas comprometidas socialmente, que triunfan en festivales y que se merecen el mismo (o más) reconocimiento que sus pares varones. A continuación, listamos documentales hechos por mujeres en este último tiempo que juegan con el límite entre la ficción y el documental y que cada uno tiene una particularidad en el relato.
Canela, solo se vive dos veces (2019, Cecilia del Valle) es un seguimiento cotidiano y verdadero de Canela Grandi, una mujer trans de casi 60 años. Desmadre (2018, Sabrina Farji), retrata el vínculo entre madres e hijas, contado en primer plano, desgranado en fragmentos íntimos y personales. Familia Lugones (2007, Lorena Muñoz) es una historia argentina durante el siglo XX descubierta por dos adolescentes, que indagan en las vidas de miembros de cuatro generaciones diferentes de la familia Lugones. Una banda de chicas (2018, Marilina Giménez) reconstruye la historia de «Yilet», trío de electropop fundado en 2009, que permite reflexionar acerca del rol de la mujer en la música local. Pibe Chorro (2016, Andy Testa) es un ensayo documental que busca interpelar la construcción social que existe sobre el delito y la violencia. El silencio es un cuerpo que cae (2017, Agustina Comedi), documental que explora el pasado personal de Agustina y su familia, así como el retrato político y social de una época y como la comunidad LGBT sufrió la dictadura, todo a través de películas caseras en 8mm. Las lindas (2016, Melisa Liebenthal), a partir de fotos y filmaciones caseras de su infancia y adolescencia, la directora reflexiona con sus amigas acerca de la identidad, el pasado y las expectativas que la sociedad impone sobre la juventud femenina.
Cuestionar nuestros consumos culturales y la forma en que los mismos se reproducen es parte necesaria en la construcción de una sociedad realmente igualitaria. El documental no solo permite la entrada de mujeres y LGBTIQ+ a la producción audiovisual, una industria cara y excluyente, sino que permite usar a este género como expresión y lucha de los reclamos feministas.