[Extracto del capítulo 1 del libro Introducción a la teoría feminista de Danila Suárez Tomé, Nido de Vacas, 2022]
Existe una frase muy conocida de Angela Davis que dice: “el feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas”. Parecerá obvio para quienes estén leyendo estas líneas; sin embargo, en el marco de una sociedad sexista, no lo es. bell hooks (así, en minúscula) nos dice en El feminismo es para todo el mundo que “explicado de forma sencilla, el feminismo es un movimiento para acabar con el sexismo, la explotación sexista y la opresión”. Entonces, para que las mujeres podamos ser consideradas como personas, parece que hay que derribar ciertas estructuras de sociabilidad opresivas y discriminatorias.
El feminismo, podemos decir, es un movimiento político, social y teórico que lucha contra el sexismo y por la ampliación de los derechos y la autonomía de las mujeres en tanto personas. Es correcto, pero ¿es suficiente? “Feminismo” no es un término que pueda ser fácilmente conceptualizado puesto que no puede cerrarse sobre sí mismo en una definición completa y satisfactoria. Esto depende, en gran medida, de cuáles consideramos que son los objetivos del feminismo, su razón de ser, su sujeto político y sus ideas centrales. Todos estos puntos refieren a problemáticas y disputas políticas que no son fáciles de resolver. Consensuamos, entonces, que la definición que acabo de dar, si bien no es incorrecta, es simplemente una guía para seguir adelante con el tema, pero que podría no resultar del todo satisfactoria para ustedes (ni para mí).
Muchas feministas prefieren hablar de “feminismos” en plural, dando a entender que no existe un movimiento unificado ni una idea compartida de qué es el feminismo. Creo que hay buenas razones para ello, que veremos más adelante en este capítulo. Otras feministas insisten en que el feminismo redunda únicamente en la liberación de la mujer y la abolición del sistema patriarcal y cualquier otra concepción sería incorrecta y contraproducente. Ciertas feministas creen que el feminismo debe luchar por la igualdad entre los sexos; otras creen que se debe exaltar la diferencia entre los sexos y reivindicar lo femenino por sobre lo masculino, y algunas más creen que la misma diferencia sexual no tiene ningún tipo de sentido. El terreno de la definición del feminismo es árido y merece un estudio más complejo que una definición de diccionario.
Nuria Varela, en Feminismo para principiantes, sistematiza como rasgos centrales del movimiento feminista que se trata de un movimiento no dirigido y no jerarquizado. Estas son riquezas del movimiento —y también lo que, justamente, nos impide apresarlo en una definición única y completa—. El feminismo es a la vez una teoría política y una práctica social, una ética y un modo de habitar el mundo. ¿Cómo podríamos encerrar todos estos sentidos en una sola definición atendiendo a todas las disputas políticas que encierra cada uno de ellos?
La filósofa feminista Diana Maffía, en su célebre texto “Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica”, ha ensayado una definición formal sobre qué implica “ser feminista”, que elude tener que conceptualizar de modo exhaustivo la noción problemática de feminismo. Maffía cambia la pregunta ¿qué es el feminismo? por ¿qué significa ser feminista? La pregunta no es tanto por una supuesta esencia3 de un movimiento, sino por cuál es el sentido que nos invita a pertenecer a él. De acuerdo con Maffía, ser feminista implica la aceptación de tres principios: un principio descriptivo, es decir, que nos habla de lo que pasa; un principio prescriptivo, que valora aquello que pasa y dice que debería suceder otra cosa distinta; y un principio práctico, esto es, de compromiso en la acción. 3 En filosofía, la palabra “esencia” se refiere a una característica, o conjunto de características, de algo sin las cuales ese algo no sería lo que es. La esencia es aquello que permanece invariable y hace que una cosa sea precisamente esa cosa y no otra cosa, más allá de todos los otros atributos variables que pueda tener.
Según el principio descriptivo, que podemos probar estadísticamente, tenemos que aceptar que “en todas las sociedades y en todos los grupos las mujeres están peor que los hombres”. Ahora bien, si creemos que no es justo que sistemáticamente en todas las sociedades y en todos los grupos las mujeres estemos peor que los varones, estamos aceptando un segundo principio, esta vez prescriptivo, que valora negativamente la afirmación del primer principio. Sin embargo, esto no es suficiente. No basta solo con ver una realidad y valorarla como injusta, sino que ser feminista requiere de un compromiso práctico que resulta ineludible. El tercer principio, el práctico, consiste en “comprometerse a hacer lo que esté a nuestro alcance para impedir y evitar que en todas las sociedades y en todos los grupos las mujeres estén peor que los varones”. Con lo cual, si bien esta concepción del ser feminista es formal, puesto que no hace referencia a ningún contenido político en particular, sin embargo no es apolítica.
La problemática del contenido político es desplazada momentáneamente del centro de la definición del feminismo por Maffía, para unificar las diversas concepciones en un mismo sentido de pertenencia a una lucha social compartida más allá de las diferencias. Quizás este modo de entender el “ser feminista” nos puede dar una respuesta un tanto más satisfactoria a la pregunta con la que comenzamos este recorrido. Les propongo que por ahora la dejemos en suspenso, para retomarla hacia el final de este libro.
Volvernos feministas
Nadie nace feminista. Esto es un hecho. El feminismo es una posición política y no una declamación que gritamos cuando nacemos. Tampoco es una tradición que se busque transmitir universalmente por instrucción educativa o herencia cultural. El feminismo es una posición política socialmente incómoda a la cual accedemos mediante una toma de conciencia crítica. Todos los movimientos emancipatorios requieren de este paso fundamental.
¿Qué es lo que hace que en nuestras sociedades sea necesario defender el hecho de que las mujeres somos personas? La teoría feminista ha dado cuenta de la existencia de una estructura opresiva de las mujeres como grupo social sostenida por una ideología dominante particular: el sexismo. En el segundo capítulo analizo en detalle esta estructura ideológica. Por ahora nos sirve saber que esta ideología es transmitida por la instrucción educativa, está presente en nuestra herencia cultural y se vuelve carne en nuestras vidas y relaciones sociales desde el momento en que nacemos y nos asignan a uno o a otro sexo. Esta ideología moldea el modo en el que se supone que debemos ser mujeres o varones, nos hace valorar lo femenino y lo masculino como excluyentes y jerarquizados, y organiza nuestro universo a partir de estas dos categorías. De modo que es posible decir que nadie nace feminista, pero todxs nacemos en sociedades binarias y sexistas que nos imponen un modo de percibir el mundo, a lxs otrxs y a nosotrxs mismxs. Darnos cuenta de esto es, precisamente, tomar conciencia feminista, algo que a veces se metaforiza como “ponerse las gafas violetas”.
La adquisición de una conciencia feminista se puede dar por múltiples caminos. Algunos vivenciales, otros empáticos, a veces teóricos. No hay senderos fijos por los cuales alguien se vuelve feminista, sino que esta conciencia política puede surgir en cualquier momento y lugar en nuestras vidas. Puede surgir del hartazgo ante la injusticia, de una emocionalidad desbordada por la violencia, de una discusión que nos abrió los ojos, de una familia que por fortuna nos transmitió estas ideas o de una novela feminista que nos hizo ver algo de nosotrxs bajo otra luz.
Reconocer que vivimos en un mundo en el que existe la inequidad de género y valorar que eso es injusto es una parte fundamental de esta toma de conciencia feminista. Pero esto puede ser bastante doloroso. Sara Ahmed, en Vivir una vida feminista, sostiene que debemos tener en cuenta a esta toma de conciencia como un proceso que no es lineal sino, por el contrario, sinuoso y complicado. No es tarea sencilla abandonar una percepción y un pensamiento tan profundamente arraigados como el que el sexismo nos impone. Las estructuras opresivas de la sociabilidad hacen que sea muy difícil desviarse de aquello que nos es impuesto como un modo de ser, ver, pensar y sentir. De manera que esta toma de conciencia tiene una dimensión individual y personal, cuyo camino depende, en gran medida, de la persona que decida volverse feminista.
A través de la toma de conciencia es usual que nos percatemos de que aquello que creíamos que eran problemas personales o privados, en realidad son modos de ser impuestos por las estructuras opresivas de género y compartidos colectivamente. El reconocimiento del carácter estructural y sistemático de nuestro malestar personal es una de las dimensiones fundamentales de la toma de conciencia feminista. Hablaremos más en profundidad de esto. Pero tengamos en cuenta que este reconocimiento es fundamental para acceder a ese tercer principio del que hablaba Maffía, el principio práctico.
Al reconocer que el malestar personal tiene una causa estructural en un esquema de opresión social, pasamos a comprender que la solución a ese malestar tiene que ser necesariamente un cambio total de esquema. Una liberación colectiva. La constitución de una sociabilidad que esté asentada en la igualdad y la justicia, y no en la inequidad y la opresión. Esta comprensión es la que nos termina por convertir en activistas feministas, es decir, en participantes de un movimiento planetario en el cual nos comprometemos a luchar por una sociedad más justa e igualitaria.
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