Por el equipo de EcoFemiData
Mientras que el año estuvo signado por el impacto de la pandemia por COVID-19 en todos los aspectos de nuestras vidas, también los esfuerzos destinados a medir estos efectos fueron importantes para reconocer los desafíos planteados por la crisis, ya sea para resolver lo urgente, como para pensar qué podemos hacer mejor en términos estructurales.
En esta nota, recorremos los principales efectos de la pandemia en el trabajo doméstico y de cuidados a partir de datos publicados en nuestro nuevo informe sobre las trabajadoras de servicio doméstico en Argentina respecto del 2do trimestre 2020 y el Estudio sobre el impacto de la COVID-19 en los hogares del Gran Buenos Aires publicado recientemente por el INDEC.
Si no nos organizamos, ¿cuidamos todes?
El estudio del INDEC, que se refiere a lo acontecido entre agosto y octubre de este año, muestra que en relación a la organización de las tareas del hogar la pandemia tuvo un fuerte efecto en el tiempo que se dedica a las actividades domésticas, de cuidado y de apoyo escolar, así como a la asistencia de personas que no forman parte del propio hogar.
A partir de las medidas de aislamiento social, preventivo y obligatorio, el aumento de estas tareas se explica porque casi todas las personas pasaron a permanecer más horas en sus casas, pero también se debe tener en cuenta que, en el caso de los hogares de estratos con mayores ingresos, muchos dejaron de resolver estas necesidades con servicio doméstico. Un efecto similar es el aumento del tiempo dedicado al apoyo escolar, dada la suspensión de clases presenciales.
Los hogares que participaron de la encuesta reportaron que en un 65,5% de los casos incrementaron el tiempo dedicado a tareas domésticas, aumentando a un 72,5% en el caso de hogares con presencia de menores. El tiempo de limpieza, preparación de alimentos y compras aumentó más en el caso de los estratos de mayor nivel educativo, siendo estos los hogares que previo a la pandemia solían contar con mayor participación del servicio doméstico. La mayor parte de este incremento de tareas del hogar fue absorbido por las mujeres (64%), en tanto sólo en un 20% el esfuerzo es realizado por varones y sólo un 15% de los hogares afirmó que hubo una distribución equitativa entre los varones y mujeres del hogar.
En cuanto a las actividades de cuidado de los miembros del hogar, también la carga principal es sostenida por mujeres y en este caso con aún mayor intensidad, siendo equitativa sólo en el 7% de los hogares. Finalmente, el tiempo dedicado a tareas de apoyo escolar se incrementó en el 66% de los hogares con presencia de menores en edad escolar, y esta dedicación está a cargo de mujeres en el 74% de los casos.
Trabajadoras de casas particulares: desempleadas, precarizadas y pobres
Aún así, una parte de todo este trabajo sigue correspondiendo al servicio doméstico que trabaja en muchos de estos hogares. Cada trimestre nuestros informes sobre el sector dan cuenta de cómo esta ocupación es la más popular entre las mujeres, siendo el sector que presenta la mayor tasa de feminización, al tiempo que cuenta con los peores indicadores respecto de las condiciones laborales y el nivel salarios.
En este caso, el 2do trimestre de 2020, el primero que en su totalidad retrata los efectos de la pandemia y las medidas asociadas a ella, presentó cambios que dan cuenta de los efectos de la crisis. Así como destacamos en nuestro análisis sobre la desigualdad en el mercado laboral, la calidad de los datos publicados por la Encuesta Permanente de Hogares se vió afectada, aunque siguen siendo sumamente ricos para caracterizar los fenómenos que impactan sobre el trabajo de miles de trabajadoras de casas particulares.
Casi 560.000 personas componen al sector de servicio doméstico en las grandes ciudades del país en dicho trimestre, lo cual representa una caída de casi el 40% respecto de las cifras habitualmente observadas (alrededor de 900.000). Un dato que no cambia, ni siquiera con una pandemia, es la tasa de feminización del sector, que sigue siendo del 99%.
Por su parte, y como era de esperar, en cuanto a la intensidad del trabajo el trimestre se destacó porque un 42% eran ocupadas que no se encontraban trabajando en la semana de la entrevista, una categoría habitualmente despreciable. Sin embargo, aún en tiempos de aislamiento o distanciamiento obligatorio, un 31% trabajó entre 35 y 45 horas semanales o estaban conformes con la cantidad de horas que trabajaban, un 19% trabajaba menos de 35 horas semanales pero estaban dispuestas a trabajar más horas, y un 7,4% trabajó más de 45 horas por semana. Esto demuestra que en más de la mitad de los casos las trabajadoras de casas particulares siguieron trabajando, poniendo en riesgo su salud.
El 80% del total de las trabajadoras se desempeña habitualmente en una sola casa, trabajando cerca de 24 horas semanales (una jornada part-time). Pero las que suelen trabajar en más de una vivienda sufrieron más el efecto de la pandemia en la cantidad de horas trabajadas. Mientras que usualmente podían alcanzar las 25 horas semanales de trabajo entre distintos hogares, sólo se acercaron a las 15 o 20 horas semanales con las ocupaciones secundarias.
Si de derechos laborales hablamos, un 60% de ellas no percibe descuento jubilatorio. Asociado a esto, más de la mitad de estas trabajadoras no cuenta con vacaciones pagas, aguinaldos, el pago en caso de enfermedad, ni cuentan con cobertura de salud mediante obra social. Hasta el trimestre anterior, estas tasas superaban usualmente el 68%, alcanzando un 74,5% en el caso de la falta de descuento jubilatorio. La disminución de estos indicadores, que de por sí siguen siendo altos, expresa también el hecho de que fueron las trabajadoras de casas particulares no registradas quienes perdieron en mayor medida sus empleos.
Además, esta rama de la economía se sostuvo como aquella con los menores ingresos. Usualmente, la mayoría de las trabajadoras de casas particulares no es el principal sostén económico de su hogar sino que más bien obtienen un ingreso complementario del mismo, pero en el marco de la pandemia por COVID-19, más de la mitad (56,2%) sí garantizó el principal ingreso. Por otro lado, aumentó la proporción de quienes también están a cargo de las tareas domésticas en sus propios hogares, pasando de un 75% a un 81,9%. Teniendo en cuenta ambos aspectos, casi la mitad de las trabajadoras de este sector es el principal sostén económico de su hogar y además de realizar tareas domésticas y de cuidado en otras casas durante la jornada laboral, también están a cargo de ellas cuando vuelven a la suya.
Crisis de cuidados y el malabarismo de las mujeres
Todos estos datos dan cuenta, en definitiva, de las dificultades que tienen que sortear las familias trabajadoras en general, y especialmente las trabajadoras de casas particulares, para sostener el trabajo doméstico y de cuidados del que no podemos prescindir aún en tiempos de crisis aguda. A su vez, se evidencia cómo el mismo se asienta estructuralmente sobre un esquema endeble, precario, no reconocido y/o mal remunerado. Esto nos hace visible que en tanto dichas tareas se sigan garantizando de forma privada, a suerte y recursos de cada hogar, se mantendrán las diferenciaciones y asimetrías.
Estarán quienes tengan que seguir intentando conciliar los tiempos del trabajo remunerado y el no remunerado, y en su inmensa mayoría las malabaristas serán mujeres. Habrá quienes usualmente puedan destinar parte de sus ingresos a la obtención de bienes y servicios que alivianan su carga, accediendo por ejemplo a la compra de comida ya preparada o teniendo electrodomésticos que automatizan cada tarea, y/o a la tercerización de estas tareas mediante la contratación de una empleada doméstica. Aunque como vimos, la crisis también hizo que muchos de estos hogares tuvieran que prescindir de este servicio, ya sea porque no pudieron sostener el pago al ver sus propios ingresos afectados por la crisis, o porque sostuvieron el pago y respetaron el derecho de las trabajadoras a su propio cuidado y aislamiento.
Es cierto que también estarán los pocos que, a pesar de contar con ingresos más que suficientes, incluso en plena pandemia, intentarán obligar a una empleada doméstica a trabajar tomando su salario como rehén. Y finalmente estarán las que, en un mercado de trabajo con salarios que apenas cubren la canasta básica y que pierden en la carrera contra la inflación, sigan desempeñándose en un sector de precarias condiciones laborales, bajos salarios y exposición en los momentos más difíciles, garantizando el trabajo reproductivo en casas ajenas además de en la propia. Frente a esto, los feminismos levantan una demanda clara para organizar y redistribuir este trabajo en términos más equitativos y colectivos: un Sistema Integral de Cuidados.