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Graffitis, feminismos y desobediencia

Mar 8, 2021 | Cultura, Notas

Por Lina Castellanos

Con el crecimiento de las masivas manifestaciones que se han generado en los últimos años en torno al #NiUnaMenos o el #8M, el día del Paro Internacional Feminista, las expresiones culturales que surgieron como muestra de la organización masiva y el encuentro entre mujeres y la comunidad LGBTIQ+ han tenido un importante impacto en el fortalecimiento del propio movimiento feminista en Argentina.

Dentro de las múltiples expresiones que se presentan, existen diferentes despliegues y propuestas de formas artísticas que incluyen lo musical, lo performativo y, por supuesto también, lo pictórico y lo gráfico. Los carteles con ilustraciones, frases y consignas de diferentes tipos, no sólo tienen un gran impacto en las propias manifestaciones, sino que también muchas de ellas se vuelven virales en redes sociales.

De todas formas, cabe destacar que no sólo los carteles son superficies a pintar, sino que también hay otra expresión que no pasa desapercibida y que recibe la misma atención, pero con una connotación mucho más negativa: las pintadas en las paredes. 

No es una sorpresa la fugaz indignación que despiertan por parte de algunos sectores de la sociedad las pintadas en las paredes. Dicha indignación está acompañada de demostraciones de ira que reclaman “el respeto por las paredes, la propiedad privada y las instituciones” o directamente señalando que “esa no es una forma correcta de protestar”. 

Esta situación es muy recurrente para las militancias territoriales que ocupan las calles. El mensaje “las paredes se limpian, las pibas no vuelven” haciendo alusión a los femicidios, es un mensaje recurrente que aparece en cada manifestación y cada concentración. Es en este sentido que es importante preguntarnos de dónde viene el constante malestar a que las paredes sean pintadas con mensajes políticos. ¿Por qué molesta tanto el uso de un aerosol sobre una pared en el espacio público?

Lo cierto es que estas pintadas resultan incómodas y escurridizas para muchas de las categorías en las que se las pretende ubicar. Incluso teniendo en cuenta las distintas categorías existentes, las pintadas en la pared ni siquiera son consideradas, por un sector del arte urbano, como graffitis. 

El graffitti y la experiencia estadounidense y europea

Por definición la palabra graffiti viene de la palabra latina graffiare, que significa garabatear o rasguñar. Acción que como humanidad hemos llevado a cabo desde la época de las cavernas: cuando se solía soplar pintura sobre figuras puestas en los muros (por ejemplo la huella de la mano), con este sencillo acto se dejaba plasmado en el muro un breve momento de existencia. Técnicamente, es lo mismo que se ha definido como stencil hoy en día, donde se hace una plantilla con palabras o imágenes, y luego con un aerosol se sopla pintura encima de ella. Podríamos decir que es una de las formas de expresión más antiguas que conocemos como humanidad y de las que más encontramos en repetición a lo largo de la historia. En este sentido, podemos atribuirle un valor histórico-cultural.

La autora Eva Guill en su investigación ”Graffiti, hip hop, rap, breakdance: las nuevas expresiones artísticas” nos cuenta que la definición de graffiti que los arqueólogos acordaron en el siglo XIX fue “la escritura ocasional realizada en lugares públicos”. A su vez, la autora aclara que, siguiendo la tradición del siglo XX, se identifican dos categorías principales (y más cercanas a la definición de graffiti que solemos visualizar en la actualidad): la primera responde a la “tradición americana” (y por americana se refiere a estadounidense), específicamente al contexto neyorquino, ligado a los barrios populares y a sus diferentes expresiones artísticas y culturales que incluyen, además, un acompañamiento por parte de la música rap y el hip hop. la segunda se refiere a la tradición europea, más específicamente la parisina, que tenía una intención política, al parecer más obvia, ya que se centraba precisamente en escribir mensajes reivindicativos de índole social. 

Resulta como mínimo curioso, que a la  categoría estadounidense de graffiti no se le encuentre aparentemente una connotación tan política como a la europea. La tradición de Estados Unidos, en lo que se refiere a escribir el propio nombre en letras difíciles de entender para el ojo “común”, responde a varias cuestiones que se replican hoy en día por todo el mundo en lo que es conocido como “tags” (etiquetas en español). El mensaje es tan sencillo y potente como querer decirle al mundo “yo existo y este es mi nombre”. 

Los tags se iniciaron desde distintos barrios populares en diferentes ciudades de Estados Unidos, especialmente en la ciudad de Nueva York. El fenómeno de dejar escrito el nombre propio como una huella de existencia rápidamente se extendió por toda la ciudad y así mismo por distintos tipos de superficies; los muros se quedaron cortos, dando lugar a las pintadas en los vagones del metro, que además les agregaría movilidad y, por lo tanto, mayor difusión a los tags. Dentro de Nueva York se había desarrollado un juego entre quienes osaban a escribir sus nombres en todo tipo de superficies, lo que además los obligó a la exploración técnica y estilística del grafiti. Dejar su nombre en los lugares más extremos de la ciudad se convertía no sólo en una forma de obtener visibilidad, sino también fama y respeto. Pero además, se desarrollaba una nueva forma de observar, habitar e intervenir las calles, se abría una nueva forma de posibilidades de entender la ciudad y de hacerla propia. 

La expansión latinoamericana

La expansión del graffiti encontró también un lugar en Latinoamérica, respondiendo a su propia manera a estas dos corrientes. Uno de los ejemplos más famosos de tags en Latinoamérica es lo conocido como pichação (), en Sao Paulo, Brasil. El pichação, además de dejar una huella de existencia por toda la ciudad, se hace específicamente en los edificios más altos de la ciudad. Al igual que en la experiencia estadounidense, se desarrolló un juego generado desde los barrios más marginales de la ciudad, con el mismo objetivo de poder gritar el nombre propio en el inmenso ruido de las grandes ciudades.

Por otra parte, durante los setentas y ochentas, y no solo desde los barrios populares sino también desde zonas rurales, en Latinoamérica el graffiti también se desarrolló como una forma de expresar mensajes políticos, especialmente en oposición a las dictaduras. también fue la manera de manifestar el apoyo a la lucha y la resistencia guerrillera, la protesta contra el hostigamiento militar y el apoyo a la organización de los movimientos políticos universitarios.

Con estas connotaciones políticas, y teniendo en cuenta que el graffiti siempre ha estado “del otro lado” del poder, no resulta sorpresivo que por parte de algunas instituciones oficiales se hayan generado grandes campañas contra el graffiti, no sólo de censura o erradicación, sino también de persecución y violencia institucional para las personas que deciden hacerlo. 

Estas campañas a lo largo de la historia han incluido en las décadas de los 70’s y 80’s en Estados Unidos la internación forzada en centros psiquiátricos a quienes repetitivamente eran capturados grafiteando. La criminalización extrema que incluso ha costado vidas, como es el caso de Diego Felipe Becerra, quien en el 2011 fue disparado por un policía en la ciudad de Bogotá, historia que se repite en el 2014 con los pixadores Alex Dalla Vechia Costa y Ailton dos Santos, asesinados por la policía de San Pablo, o  la omisión de auxilio que fue impuesta ante los grafiteros españoles “Molas” y “Goma”, quienes murieron mientras pintaban un tren en Portugal, por nombrar algunos casos. La violencia institucional hacia las personas que usan spray sobre una pared, desafortunadamente abunda. Pero también es importante preguntarse por qué desde muchos lugares de la sociedad se celebra, justifica e incluso se exigen este tipo de medidas.

Muchas de las campañas de desprestigio a los graffitis han venido también con una manera de ser presentado ante el público. Incluso contemporáneamente, cuando el graffiti es aceptado por algunos sectores del arte urbano, se sigue arrastrando la percepción que se ha construido desde muchos discursos políticos que han atacado al graffiti, relacionándolo con nociones de vandalismo, ilegalidad e inseguridad. Al contrario de otras formas de street art, como el muralismo, el graffiti está lejos de ser una herramienta que colabore con la gentrificación y el “poner lindos” los barrios. 

El arte detrás del grafitti

El hecho de que pintar en la calle sea un acto cargado de intenciones políticas, genera que muchas de las voces en contra de éstas reclamen que no haya una “propuesta estética suficientemente válida”. De esta forma, el resultado es considerarlo como vandalismo, en vez de entender que también es una expresión de arte válida con un mensaje que merece ser oído y si no es del todo apreciado, por lo menos no condenado. 

Quienes reclaman para estas pintadas, técnicas propias del arte como por ejemplo metáforas visuales, exploración pictórica, desarrollo técnico y prolijidad, (condiciones además injustas para quien quiere expresar sus pensamientos y emociones a través de una técnica artística) lo hacen para cierto tipo de graffiti en cierto tipo de contexto, es decir, no todo tipo de graffiti es juzgado de la misma manera, y la “calidez artística” no es precisamente lo que se evalúa en lo que es o no permitido. 

Algunos tipos de graffiti han encontrado espacios de distribución que son pactados por las instituciones legales propias de los lugares.Eso incluye cierto tipo de grafitti, en ciertos espacios de la ciudad y con ciertas normas estéticas y políticas que deben ser acatadas, (por ejemplo, los festivales de arte urbano).  Aunque los espacios “institucionalizados” para el graffiti son una opción, no sólo no es la única opción de poder hacerlo libremente, sino que además no hacerlo tiene mucha más coherencia con la propia naturaleza de éste. 

Es cuando el graffiti se escapa de estos espacios que se hace evidente el rechazo por parte de algunos sectores de la sociedad y, por lo tanto, de los medios de comunicación, desconociendo también que formar parte de estos espacios permitidos para el graffiti puede implicar conocimientos, acceso a espacios, oportunidades profesionales más cercanas desde un privilegio de clase, género y raza. Resulta importante preguntarnos si sólo estamos permitiendo que los muros de nuestras ciudades sean pintados por un sector de la población, más precisamente por el sector que no tiene ninguna conexión con la razón principal del grafiti: ser un grito de existencia en contra del poder. 

Este grito en contra del poder es algo que el graffiti sostiene desde varios ángulos: es un lenguaje propio de la calle, de sus ritmos, de su estética y sus protestas. Es uno de los pocos lenguajes que se escapa absolutamente de la academia, del estudio de las artes y de las técnicas artísticas. Siendo una vez más una forma de expresión que se escapa de lo institucional, ya sea artística, política e incluso económica. Al graffiti, especialmente a las escrituras pintadas en la pared, no le interesa la búsqueda de la “belleza”, el mérito público de hacer una obra de arte, el reconocimiento de las instituciones, sino todo lo contrario: la protesta, la molestia y la comunicación. 

Con orgullo podría decir este tipo de graffiti que es una de las pocas técnicas que no ha cedido al poder político y económico que el “street art” le ha propuesto, que es una de las pocas expresiones que el capitalismo no ha logrado captar para su beneficio. Por el contrario, se ha mantenido y actualizado a través de la historia, acompañando las luchas de quienes no son escuchados. Casi que resulta orgánico que con los grandes aportes que el feminismo ha traído sobre quiénes están detrás del poder, las pintadas en la pared se volvieran una herramienta aliada y fundamental en la lucha feminista, no sólo a través de los mensajes que vemos en las paredes, sino también con cada vez más latas de spray en manos de mujeres y disidencias dispuestas a seguir gritando en las paredes que existimos y resistimos.

Seguramente después de este #8M, y con las tensiones propias que por la pandemia existen actualmente ante el espacio público, aparecerán de nuevo pintadas con frases que demanden nuestros derechos, que inviten a la lucha y que nos recuerden que no estamos solxs, Desde el poder se seguirá entendiendo como un sin sentido estético y político, que se invitará a ser condenado. Lo valioso y potente es que desde este lado veamos en esos mensajes la potencialidad de quién lo hizo, además de la historia política y cultural que hay detrás de un trazo rápido de aerosol. 

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