Por Florencia Bellone
En mayo de este año, durante el Encuentro Europa Viva 24, el ex Ministro de Culto de Argentina, Francisco Sánchez, presentó un discurso en el que criticó leyes como el divorcio vincular, el matrimonio igualitario o el aborto. También, se refirió a la Educación Sexual Integral (ESI) como una ley que promueve la ideología de género y pervierte a las infancias. Además, aprovechó la presencia de varias figuras eminentes de la extrema derecha mundial para invitarlas a defender y recuperar “los valores tradicionales perdidos que desde 1492 España le regaló al mundo” y les recordó que, como conservadores, estaban obligados a sostener y dar la lucha para recuperarlos.
Si bien desde La Libertad Avanza intentaron despegarse del discurso de Sánchez, lo cierto es que sus dichos están en línea con los discursos de distintos representantes del partido. En agosto de 2024, el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, declaró ante la Comisión de Mujeres y Diversidad de la Cámara de Diputados que, para la administración libertaria, “se acabó el género”, indicando que lo que buscan es “preservar la familia como núcleo central y pilar fundamental de la unión, donde se promueven los valores patrióticos”. A su vez, indicó que desde su bloque rechazan la diversidad de identidades sexuales que “no se alinean con la biología”, a las que calificó de “inventos subjetivos”, y sostuvo que sus declaraciones no son una opinión, sino hechos consumados que “están en la Constitución, la Biblia, el Corán y la naturaleza del ser humano”.
Este tipo de discursos son moneda corriente, y si bien se han ido articulando de distintas maneras a lo largo de la historia, tienen en común que siempre han servido como estrategias para impulsar reacciones conservadoras a medida que avanza la conquista de nuevos derechos. No es ninguna novedad que los conservadores de turno descontextualicen y presenten hechos de manera ahistórica y atemporal mediante declaraciones aparentemente neutrales y de “sentido común”, invisibilizando la lucha de los diferentes colectivos feministas y LGBTIQ+. Declararse a favor o en contra de determinados derechos no tiene mucho sentido si no realizamos un análisis profundo de las condiciones históricas en las que se desarrollaron, qué tipo de discursos políticos los permitieron, obstaculizaron o cercenaron y, por sobre todo, quiénes se benefician al sostener estos “valores tradicionales” que, para ellos, se han perdido al nombrar y reconocer nuevos derechos.
¿Libertad, Igualdad y Fraternidad?
Gracias a los estudios que se han hecho desde la epistemología feminista, podemos analizar la curiosa relación entre el nacimiento simultáneo del ciudadano como sujeto político (poseedor de derechos) y el sujeto de conocimiento de la ciencia moderna. Las revoluciones en términos sociales, políticos y económicos del siglo XVIII vinieron también con otras maneras de interpretar la naturaleza y los cuerpos. Tal como plantea Lu Ciccia, la ciencia moderna se ha desarrollado paralelamente con la conformación de las sociedades preindustriales, que precisaron justamente de la secularización de la naturaleza para poder dar lugar a las nuevas formas de producción.
Mientras que los nuevos lemas de libertad prometían el fin de las desigualdades sociales y derechos para todes, lo cierto es que sólo reafirmaron los privilegios de quien ya había sido el único poseedor de derechos hasta el momento: el varón blanco (cis, heterosexual, occidental, sin discapacidades visibles, perteneciente a la raza, etnia, clase y religión dominante). Lo particular es que esta vez buscaron fundamentos “naturales” en supuestas diferencias anatómicas y biológicas que sirvieran para privilegiar a la clase burguesa emergente dentro del famoso discurso revolucionario de igualdad y ciudadanía universal. Este mecanismo de inclusión y exclusión de sujetos de la ciudadanía y el goce de derechos se ha dado de acuerdo a las necesidades que las sociedades modernas requerían, ya que el nuevo orden económico con su forma de producción capitalista necesitó el trabajo reproductivo para poder generar nueva fuerza de trabajo.
La modernidad no hubiese sido posible tampoco sin la colonialidad, decía el profesor argentino Walter Mignolo, y esto es porque la colonización de América en 1492 no sólo implicó la apropiación territorial del continente entero favoreciendo el desarrollo del sistema capitalista, sino también el intento de hegemonizar e “integrar” todas las culturas pre-existentes en su imaginario eurocristiano en nombre de la “civilización”.
Durante los siglos anteriores, la identidad occidental cristiana europea había ido ganando terreno, y comenzó a moldearse alrededor de nociones de diferencias religiosas, donde los cristianos se consideraban como los poseedores de la “religión correcta” en oposición a quienes practicaran otras liturgias, sobre quienes, a su vez, pesaban miradas racializadas y animalizantes. Así, sobre la negación de la humanidad ajena, no sólo se comenzó a cristianizar forzadamente a las personas indígenas en nuestros territorios, sino que también comenzaron a gestarse, predicarse e imponerse los famosos “valores tradicionales que España le regaló al mundo” que consideraban a las familias como un ideal social capaz de mantener el orden, en el que la figura del hombre/padre fue tomada como la autoridad para monitorear esos principios, ya que las mujeres eran consideradas pasivas, sensuales, frágiles y mentalmente inferiores.
El matrimonio comenzó a moldearse como la forma social adecuada y deseable para controlar la “naturaleza desbalanceada” de las mujeres, lo que implicó una larga lista de normas y regulaciones que permitieron todo tipo de persecución y violencia contra aquellas que se alejaran de estos estándares. Al mismo tiempo, comenzó una criminalización gradual de la anticoncepción, el aborto o cualquier tipo de práctica sexual por dentro o por fuera del matrimonio que no tuviera como fin la procreación. Europa no solo se había convertido en un modelo de organización política y económica, sino también en el modelo social hegemónico y de progreso desde el cual se clasificó al resto del mundo y, en nombre de los valores impuestos, se perpetraron genocidios a las comunidades indígenas, así como también se oprimió a poblaciones racializadas y feminizadas.
La institucionalización de los valores religiosos cristianos de manera secular fue posible gracias al discurso científico moderno, que permitió interpretar a las personas en términos de dimorfismo sexual (dos sexos, con sus biologías definidas en función de la reproducción). Los binarismos impuestos permitieron, así, proyectar los valores tradicionales religiosos sobre los cuerpos, generando un sistema de valores dicotómico, exhaustivo y excluyente, tal como plantea la filósofa argentina Diana Maffia. Valores como la objetividad, la universalidad, la razón y lo público son considerados masculinos, mientras que la subjetividad, lo particular, la emocionalidad y lo privado se vincularon con lo femenino. Estos valores no solo fueron sexualizados, sino también jerarquizados, ya que los atributos considerados masculinos se valoraron socialmente como más importantes.
El discurso de la diferencia sexual logró justificar biológicamente la polarización de los roles sociales en el nuevo contexto moderno. Al polarizarse los espacios públicos/privados, surgieron una serie de simbolizaciones, como la idea de que el destino biológico de las mujeres era la maternidad, el cuidado y las tareas del hogar. Estas ideas derivaron en normas sociales y jurídicas que fueron naturalizadas y reproducidas a lo largo de la historia y que, en muchos casos, aún persisten. El sujeto de derecho se ha ido construyendo al compás de estos valores, tomando la idea de lo masculino como universal a través de un discurso aparentemente neutral.
¿Qué tiene que ver esto con los derechos?
Quienes ocupan los espacios de poder (en la política, en la ciencia, en el derecho) son, en general, hombres quienes, oh casualidad, encarnan esos valores y por ende pueden habitarlos y producir conocimiento válido en estas áreas. Los movimientos feministas no tardaron en señalar la naturalización del androcentrismo en la creación de conocimiento científico moderno (es decir, la creación del conocimiento centrada en la figura del varón). A lo largo de la historia, también visibilizaron cómo la ciudadanía (o sea el derecho a tener derechos) ha estado asentada únicamente sobre un tipo de cuerpo específico, el hegemónico, marginando así a las identidades y prácticas que se alejaran del mismo por ser consideradas “anormales”. El discurso científico moderno ha sido utilizado como argumento para excluir a las mujeres e identidades diversas de una larga lista de derechos (votar, estudiar, casarse, separarse, ocupar cargos políticos, abortar) que a nivel discursivo siempre fueron pensados como neutrales y universales.
Ejemplos hay muchísimos, e incluso desde antes de que existiera el feminismo como tal. Olympe de Gouges publicó en 1791 su obra “La Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana” (por la cual fue luego asesinada), donde reclamó cómo las mujeres, por un lado, y los hombres racializados, por el otro, fueron excluidos de los derechos sociales y políticos prometidos por la revolución francesa. A su vez, podemos pensar en cómo las voces de la lucha por el voto femenino cuestionaron la falsa idea de inferioridad natural de las mujeres para participar de la esfera pública exigiendo igualdad ante la ley, o cómo quienes se identificaban como radicales reclamaron que la opresión vivida por las mujeres también se daba en el ámbito privado al interior de los hogares rechazando que el trabajo doméstico y de cuidados fuera su destino biológico. Los movimientos de mujeres negras e indígenas lucharon por poner en jaque la idea de mujer como sujeto universal del feminismo, ya que estaba asentada sobre la base de la mujer blanca de una determinada clase social sin tener en cuenta las realidades de otras mujeres. Luego, los movimientos LGBTIQ+ y la teoría queer visibilizaron la cisheteronormatividad presente no sólo en el discurso hegemónico tradicional, sino incluso en los propios movimientos feministas, abriendo lugar a otras subjetividades que fueron excluidas del goce de derechos sobre la base del discurso androcéntrico.
La finalidad de los debates feministas siempre ha sido visibilizar las consecuencias de la desigualdad estructural existente, con el objetivo de generar un espacio más justo para todes, ampliando las discusiones sobre la ciudadanía y desarmando prácticas y costumbres discriminatorias, al evidenciar que están lejos de ser naturales y neutrales. Los movimientos feministas y LGBTIQ+ han demostrado que los derechos planteados desde una perspectiva neutral y universal, en realidad, consolidan el estatus subordinado de las personas invisibilizadas por estas normas, reafirmando los privilegios garantizados mediante el discurso de derecho tradicional.
Es por ello que se teme tanto a la llamada “ideología de género”, ya que se ha encargado de visibilizar relaciones de poder que históricamente fueron presentadas como “naturales”. Los movimientos conservadores siempre han estado en contra de la adquisición de nuevos derechos, pero sus estrategias se han ido complejizando con el tiempo para ganar más impacto. Ahora, no solo encontramos discursos religiosos, sino que también vemos cómo estas ideas se entrecruzan con argumentos científicos y jurídicos presentados como si fueran objetivos. Cuando Cúneo Libarona dice que para la administración libertaria se acabó el género, en realidad se refiere al objetivo que ellos tienen —o el fin de la llamada “batalla cultural”—, que es volver a recuperar los valores tradicionales de género, los cuales sitúan a la figura masculina en el centro, mediante un discurso que, como ya vimos, lejos está de ser neutral y universal.
La importancia de situar históricamente los derechos es especialmente relevante en un contexto donde personas en el poder reproducen narrativas antifeministas y antiderechos. Debemos tener en cuenta que estos discursos siempre han estado acompañados de movilizaciones socio-legales, es decir, no se trata únicamente de movilizaciones reaccionarias, sino que constantemente han buscado herramientas para influir en la sanción, impedir o vaciar de contenido los derechos conquistados de los movimientos feministas y LGBTIQ+.
Entre sus reacciones ante la conquista de derechos, podemos recordar su presencia en manifestaciones frente al Congreso previo a la sanción del matrimonio igualitario o el aborto, así como las distintas acciones judiciales para impedir la implementación de estas leyes, entre otras relacionadas con los derechos sexuales, reproductivos y (no) reproductivos, incluso el divorcio vincular. Aunque en la actualidad ninguna ley ha sido derogada, sí se han tomado una serie de medidas que vacían de contenido muchos de los grandes avances de los movimientos feministas, como el desmantelamiento de las políticas de género. Esto obstaculiza o imposibilita parcial o totalmente el ejercicio de derechos que el Estado tiene la responsabilidad de garantizar.
Ejemplos de esto son el cierre del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidades, la discontinuidad y desfinanciamiento de programas, como sucedió con el Programa Registradas, que fomentaba la formalización laboral de trabajadoras de casas particulares, la reducción del presupuesto del Plan ENIA, que logró reducir los embarazos adolescentes en los últimos años, o el freno a los pagos del programa Acompañar para víctimas de violencia de género.
Frente a este escenario, es importante ver cuál es la conexión entre los discursos de los diferentes referentes políticos actuales y el derecho y la política. No podemos perder de vista el lenguaje utilizado, ya que a través de sus declaraciones se comunican ideas y se reflejan valores que ocultan y refuerzan relaciones de poder existentes. El lenguaje de los derechos le ha dado la oportunidad a diversos colectivos de nombrarse y poder adquirir un piso mínimo de reconocimientos jurídicos, políticos y simbólicos y ha servido para aliviar de alguna manera las consecuencias derivadas del discurso tradicional que excluye y margina identidades. Es por ello que debemos luchar para que el “sentido común” de ninguna manera sea sostener los privilegios de un sector de la sociedad, sino más bien nos lleve a crear un mundo donde podamos nombrarnos sin que se nos niegue ningún aspecto de nuestra humanidad.