*Por Agostina Mileo
Mark Fisher no escuchó a los Redondos. No se sabe si El Indio lo leyó. Pero podemos afirmar que dialogan. En la entrevista que Solari le dio a Pedro Rosemblat en octubre de 2024 dijo:
“Hay una cosa que no dice ningún gobierno y es que no hay el mundo que tienen los americanos y las chicas de Los Ángeles que se secan las uñas con el coso del coche, para Latinoamérica, Asia y África. Porque si la ecuación ecológica está para la mierda ahora, imaginate lo que sería que todos fabricaran cepillos de dientes eléctricos y no sé qué mierda para toda la humanidad. Explota la ecuación ecológica y vamos a parar al carajo. Entonces, no hay posibilidad que una chica de de Yakarta no sé que de algún lado tenga todas esas boludeces. El muro de Berlín, para mi entender, cayó por lo que veían del lado del Este por la televisión, porque hicieron el muro, todo, pero lo televisión se veía. De las cosas que tenían del otro lado [a las que no accedían] Lo que tenían era un régimen austero, el soviético. Y de pronto este otro lado había tipos que tenían, mostraban las herramientas que tenían en el taller como los americanos las mujeres licuadoras nuevas y no sé qué mierda. Esas chucherías hicieron caer el Muro de Berlín, que está bien que cayera.”
Esta respuesta que el Indio ensaya para el fin del comunismo aborda de alguna manera la pregunta principal que Fisher se hace sobre el asentamiento del capitalismo: ¿qué es lo que queremos y lo que gozamos de este capital que todo lo abarca y cómo podemos usar esa energía libidinal para encontrar otra alternativa? Deseo postcapitalista, su último libro editado en Argentina, transcribe las primeras cinco clases de un seminario en el que el escritor desarrolló este interrogante junto a sus alumnos. Las otras diez que había programado no llegó a darlas. Su suicidio, el 13 de enero de 2017, cortó abruptamente su presencia, pero no así su propuesta. Estudiantes, amigos, colegas y miembros de la comunidad universitaria decidieron continuar con la lectura y el debate público de los textos del programa.
En su primer libro, Realismo capitalista, Fisher establece que una de las claves de la transición de un régimen de trabajo fordista a uno posfordista fue el propio deseo de los trabajadores de no pasarse 40 años en una fábrica haciendo lo mismo. El problema, señala, fue que el neoliberalismo transformó la añoranza de flexibilidad en la restricción de la flexibilización, creando condiciones de trabajo que, lejos de reducir el estrés, lo aumentaron. La idea de poder circular entre distintos saberes aplicados o tener horarios que se adecuen a necesidades personales y colectivas cambiantes se materializó en trabajos temporales y exigencia de disponibilidad constante.
En Deseo postcapitalista, podemos ver el desarrollo de estas ideas y conocer al Fisher profesor. El hecho de que sean clases transcriptas en las que figuran las preguntas e intervenciones de los estudiantes nos adentra en la sensación de preguntas abiertas, nuevas, que necesitan un cuestionamiento permanente. En este sentido, a través de los escritos de Lukács y Hartsock, Fisher va a hacer hincapié en la idea de “tomar conciencia” en oposición a la de “tener conciencia”. Para ello, utiliza a los feminismos del punto de vista, que sostienen que pertenecer a un grupo —en este caso particular, las mujeres— no es un atributo de la identidad que nos es dado de antemano, sino una construcción individual acerca del lugar que se ocupa en el mundo que solo se puede lograr a través de la identificación con una experiencia grupal. A partir de reconocer la propia situación como parte de una experiencia colectiva, se deja de ser un individuo. De esta forma, la conciencia en tanto parte de una clase (entendida como grupo oprimido), no depende de saber cosas sobre cada persona, como ser una mujer oprimida por el patriarcado o un trabajador explotado por el capital, sino de una práctica grupal consecuente con ello.
Otra ventaja de leer las transcripciones de sus clases es que las referencias a textos verdaderamente complejos se transforman en explicaciones. Fisher intenta entender e interpretar a los autores junto con sus estudiantes. Así, por ejemplo, la economía libidinal de Lyotard se vuelve, ya no un párrafo confuso en uno de sus ensayos teóricos que se relee una y otra vez con la seguridad de que él lo comprendió, sino un insumo literario en el que la pregunta ¿qué quiso decir Lyotard con esto? pierde protagonismo a medida que se articula con los interrogantes generales del curso. De nuevo, el foco está en las posibles prácticas grupales a las que puede alentarnos el conocimiento y no en los detalles que podrían volverse preguntas de examen.
A pesar de la familiaridad y relajación que trae la sensación de aula y el lugar de estudiante más que de exégeta, el libro es incómodo. La idea de que uno puede desear e incluso gozar de su opresión en ciertos niveles es sumamente desagradable. Sin embargo, así como en Realismo capitalista Fisher sostuvo que la izquierda falló en adecuarse a un nuevo régimen de trabajo y se aferró a instituciones tradicionales —como los sindicatos, que hoy solo representan a una porción menor de la masa trabajadora—, en Deseo postcapitalista habla de la falla de aferrarse a la idea de alienación, que no reconoce los deseos de capital del proletariado como válidos, sino como una imposición maquiavélica hecha a sus expensas y sin su consentimiento o conocimiento.
En términos de propuestas programáticas, Fisher recupera a las geógrafas económicas feministas Gibson y Graham y la noción de realismo doméstico de Helen Hester. En un paralelo al concepto de realismo capitalista, el realismo doméstico es la idea de que las formas de organizar la vida en las casas son fijas e inmutables y no podemos imaginar que sean diferentes. Para llegar a la posibilidad de imaginar y de concretar nuestra imaginación, la discusión toma como punto de partida las propuestas de Srnicek y Williams en “Inventar el futuro”. En este libro, los autores defienden la idea de “recuperar las demandas” como una forma de volver a la política de reclamos. Para ellos, la clave de estas demandas estaría dada por una serie de políticas que nos llevarían a trabajar menos y a no estar obligados a hacer trabajos que no nos gusten. Algunas demandas claves serían la automatización como forma de liberación social de ciertas tareas (y no como creadora de desempleo) y salario universal como complemento a políticas de bienestar que permita realmente decidir qué se quiere y qué no se quiere hacer. Si todas las personas partieran de un ingreso que les permita cubrir sus gastos, las estructuras de organización social se volverían necesariamente más dinámicas.
Por supuesto, nada es tan simple como suena y las clases de Deseo postcapitalista están llenas de objeciones, frustraciones y nuevos problemas (por ejemplo, la relación que podría generarse entre inflación y salario universal que haría que deba subir constantemente para satisfacer las necesidades básicas). Sin embargo, lo que el curso pretende no es adelantarse a contraargumentos y, tal vez, ni siquiera argumentar, sino agregar coordenadas espaciales a la “toma de conciencia” anteriormente mencionada. Si el conocimiento de la situación de cada uno viene dada por el conocimiento de su situación en el capital, ¿hay un afuera que pueda construirse como alternativa? ¿O son nuestros propios deseos de capital los que deben ser transformados, ya no para rechazar lo que queremos y crear un anticapital, sino para partir desde donde estamos? Imaginar qué puede ser después como continuidad topográfica sin caer en el reformismo progresivo. Estar más cerca de nosotros y entre nosotros para que nuestros deseos no sean satisfechos de manera impersonal a costa nuestra. Una conciencia que no viene de afuera para hacernos creer que hay otro lugar al que podemos acceder si renunciamos al que creamos. Hay que empezar por ser honesto.