NUEVO INFORME
El cuidado nos une: de la carga individual al derecho colectivo
Hombres, feminismos y el futuro de los cuidados en América Latina y el Caribe
Cuidar es sostener la vida: cocinar, acompañar, limpiar, planificar, contener. Trabajos fundamentales que hacen que todo funcione. Sin embargo, durante mucho tiempo, estos trabajos han sido invisibilizados, subestimados y desigualmente repartidos entre hombres y mujeres.
Desde Ecofeminita y Oxfam llevamos años insistiendo con una idea tan sencilla como transformadora: no puede haber igualdad real sin una organización social del cuidado que reparta de forma justa las tareas que hacen posible la vida. Para eso, producimos datos, activamos campañas, y construimos nuevas narrativas que cuestionan lo que se da por sentado.
Este recorrido tuvo varios hitos:
- 2020: publicamos el informe “Organización social de los cuidados a la luz del COVID-19 en América Latina y el Caribe”, que puso de relieve cómo la pandemia evidenció –y profundizó– la crisis de los cuidados.
- 2022: lanzamos la campaña #NosUneElCuidado, con un micrositio que reúne materiales, datos y dos informes centrales: el ya mencionado sobre la organización de los cuidados a la luz de la pandemia y “Los cuidados en Latinoamérica y el Caribe: entre las crisis y las redes comunitarias”. Con mensajes claros y formatos creativos, buscamos instalar en la agenda pública la idea de que cuidar es trabajar, y que no es una responsabilidad individual y privada de las mujeres, sino un desafío colectivo y un derecho.
- 2023: la campaña continuó en redes, expandiendo la conversación y sumando voces diversas en torno a la centralidad de los cuidados.
- 2024: redoblamos la apuesta con el informe “Varones y cuidados: un compromiso necesario”, donde planteamos de frente una pregunta urgente: ¿qué pasa con los hombres? ¿Qué lugar ocupan en la sostenibilidad de la vida?
Este camino nos permitió identificar algo clave: aunque en las últimas décadas más mujeres se incorporaron al mercado laboral, eso no se tradujo en mayor participación masculina en las labores cotidianas. Hoy, las mujeres siguen dedicando más del doble de tiempo a los cuidados que los hombres. Y mientras la demanda de cuidados crece —por ejemplo, con el envejecimiento poblacional, pero también con la desinversión de los Estados en los sectores del cuidado—, la respuesta sigue descansando principalmente sobre los hombros de las mujeres en sus hogares y sus comunidades.
La evidencia es contundente: sin cuidados no hay economía ni sociedad que funcione. Pero los estereotipos siguen pesando. Se sigue creyendo que las mujeres “cuidan mejor” por naturaleza, como si cocinar, limpiar o acompañar fueran habilidades innatas de niñas y mujeres. Esos mandatos no solo sobrecargan a las mujeres, también privan a los hombres de involucrarse en su propio bienestar y en el de sus entornos.
Nuestro trabajo también se nutre de los debates regionales. Este año, CLACSO y Trenzando Cuidados presentaron el “Estudio regional sobre la generación de demanda social a favor del derecho al cuidado”, que ofrece un marco valioso para pensar políticas en América Latina y el Caribe. El estudio subraya que avanzar hacia sistemas integrales de cuidados requiere construir nuevos sentidos comunes: entender que cuidar es un trabajo indispensable y un pilar del bienestar. También plantea que el Estado debe ser el garante principal de este derecho, pero que eso sólo será posible si existe una demanda social amplia que lo impulse. Uno de los grandes nudos que señala es, justamente, la falta de esa demanda. Seguimos percibiendo el cuidado como un asunto privado o familiar y, por eso, no lo reclamamos colectivamente. Aun así, el estudio documenta experiencias exitosas en la región, donde sí se logró ampliar la demanda social por los cuidados, así como las barreras que dificultan que ciertos grupos adopten esta causa.
Estos hallazgos nos inspiran y orientan: necesitamos campañas y políticas públicas que cambien imaginarios, generen consenso sobre la importancia de cuidar, y comprometan a los Estados a invertir recursos en el cuidado. En resumen, el derecho al cuidado debe dejar de ser una aspiración de unos pocos círculos feministas para convertirse en un reclamo social más amplio, algo que solo ocurrirá si logramos involucrar también a los hombres.
En paralelo, el escenario cultural se complejiza. Mientras las mujeres y diversidades protagonizaron en la última década una ola feminista transformadora, no hubo un movimiento equivalente entre los hombres. Los modelos tradicionales de masculinidad (ser fuerte, proveedor, autosuficiente, ajeno al cuidado) siguen muy presentes, aunque ya no se correspondan con las condiciones materiales de vida actuales.
En toda América Latina y el Caribe, las transformaciones del mercado laboral han erosionado ese ideal del varón proveedor. Según la OIT, los jóvenes enfrentan tasas de desocupación tres veces superiores a las de los adultos, y una informalidad que afecta al 60% de quienes trabajan. La tasa general de informalidad en la región se mantiene en 47,6%, lo que significa que casi la mitad de las personas ocupadas tiene ingresos inestables y sin protección social. Cinco años después de la pandemia, el empleo total volvió a niveles prepandamia, pero en muchos países entre el 48% y el 70% del nuevo empleo creado fue informal, por lo que se puede argumentar que la precarización laboral se ha intensificado.
En este contexto, los salarios masculinos ya no alcanzan para sostener a un hogar promedio. Desde los años noventa, la proporción de hogares sostenidos por un solo ingreso se redujo drásticamente, y las mujeres (que fueron aumentando sus niveles educativos) pasaron a contribuir de manera creciente al ingreso familiar. De hecho, la brecha de educación formal entre varones y mujeres de 25 a 54 años se invirtió: en 2000 los hombres tenían, en promedio, más años de estudio; en 2023, las mujeres superan o igualan esa cifra en casi todos los países de la región.
El deterioro relativo de la situación masculina se refleja particularmente en la juventud. Entre 1992 y 2016, 1.8 millones de hombres se sumaron al grupo de los llamados “ninis” (jóvenes que no estudian ni trabajan). A diferencia de las mujeres en esa condición, que suelen dedicarse a tareas de cuidado no remuneradas, los varones “ninis” lo son principalmente por abandono escolar temprano y falta de acceso a empleos formales; el 60% proviene de hogares pobres.
Estos procesos ayudan a entender un sentimiento extendido entre muchos hombres: el de haber perdido el lugar social que históricamente se les asignó. Mientras las mujeres avanzaron en mayor participación en el mercado laboral, la vida en general se volvió más precaria. En la última década, la región atravesó una profundización de la primarización de las economías, el empleo informal, la desigualdad y una caída sostenida del poder adquisitivo. En ese escenario, los viejos mandatos masculinos que asociaban el valor del hombre con su rol de proveedor se vuelven no sólo imposibles, sino también evidentemente injustos. Reconocer esa doble transformación (la ampliación de derechos y la fragilización material de la vida) es clave para entender los malestares masculinos actuales sin atribuirlos, erróneamente, al avance de las mujeres y diversidades.
Como consecuencia, creció con fuerza una reacción conservadora antifeminista, que promete a los hombres una suerte de revancha simbólica: volver a ser el “macho alfa”, el jefe de familia, el sostén económico. Un aspiracional que parece imposible en la región y en el mundo, dadas las actuales condiciones laborales y una realidad cada vez más concentrada, donde la mayoría de los milmillonarios han heredado su riqueza. Estos discursos reaccionarios no sólo alimentan el odio, sino que ofrecen respuestas simples y poco realistas a malestares sociales y económicos reales, identificando como enemigo al feminismo cuando el problema es que el sistema de organización actual no da respuesta a cómo sostener las economías.
Entre mandatos tradicionales y narrativas conservadoras, es comprensible que muchos hombres estén desorientados: algunos se aferran al pasado; otros quisieran organizarse y transformar esta situación, pero no encuentran referentes ni espacios para hacerlo. Desde Ecofeminita y Oxfam nos preguntamos: ¿cómo tender puentes entre esos hombres y los feminismos? ¿Cómo invitarlos a ser parte de la pelea, en lugar de que vean en la igualdad de género una amenaza?
Con esas preguntas como guía, en 2025 realizamos una encuesta sobre qué significa ser hombre en el Siglo XXI, que fue respondida por 1.289 personas de distintos países de América Latina. Buscamos conocer cómo circulan los discursos sobre la masculinidad, qué mandatos pesan en la vida cotidiana, qué lugar tienen hoy los cuidados y la paternidad, y cómo se vinculan los hombres con los feminismos.
En este informe presentamos los resultados de esa investigación, complementados con voces de especialistas que estudian y se organizan en torno a las masculinidades. Nuestra convicción es clara: comprender qué mueve (y qué frena) a los hombres en la actualidad es clave para diseñar políticas, campañas y narrativas más efectivas. Solo así lograremos que ellos también se sumen de manera activa a la construcción de sociedades más justas e igualitarias, donde cuidar y cuidarnos sea una responsabilidad compartida y valorada por todas, todos y todes.


