Por Mercedes D’Alessandro, Magalí Brosio y Violeta Guitart
La cultura las relega al rol de amas de casa y el Estado lo convalida con legislación diferenciada. Cómo generar un debate concientizador.
Este último año en Argentina se ha logrado instalar en el debate público una agenda de cuestiones que tienen a la mujer como protagonista: violencia de género, femicidios, legalización del aborto, etc. Todos estos reclamos, que tienen una larga trayectoria en la lucha feminista, se han vuelto más visibles en los medios y en algunos casos se han logrado compromisos políticos para trabajar en ellos como sucedió con la violencia contra las mujeres y el femicidio después de la marcha #NiUnaMenos. Sin embargo, aún no se consiguió imponer una agenda económica con perspectiva de género y la discusión de las desigualdades entre mujeres y varones en el ámbito económico siguen ocupando un lugar marginal tanto en los medios de comunicación como en la academia.
La participación de las mujeres en el mercado laboral aumentó sustancialmente en las últimas décadas y esto es un fenómeno que se observa a nivel mundial, pero para las mujeres esto no necesariamente se traduce en una mayor autonomía. En muchos casos la mayor participación laboral se convierte en lo contrario: las mujeres ganaron el derecho de trabajar fuera de la casa pero sin que ello implique liberarse de las tareas domésticas, por lo que básicamente se ganaron una doble jornada laboral.
El hecho de que el trabajo doméstico (limpieza, cocina, cuidado de los hijos, etc.) recaiga asimétricamente sobre las mujeres condiciona sus posibilidades de trabajar fuera de la casa, las hace aceptar salarios menores o empleos flexibilizados para poder conciliar su vida familiar y su vida laboral. De los datos que publica el INDEC se desprende que las mujeres dedican en promedio el doble de tiempo a las labores domésticas que los varones.
Las mujeres ganan en promedio 27% menos que los varones, sin embargo, cuando esto se plantea abiertamente algunos responden que las mujeres trabajan –asalariadamente– menos horas que los varones. Más allá de que esto último pueda ser cierto para algunos casos (y aunque no se sepa si es causa o consecuencia), los datos muestran que este argumento no tiene respaldo alguno. No sólo las mujeres dedican más tiempo a las tareas domésticas que los varones a igual jornada laboral, sino que también usan más horas en labores hogareñas que los varones que trabajan menos horas en el mercado. ¿Qué quiere decir esto? Que en todo el país una mujer que trabaja más de 45 horas semanales sigue utilizando más tiempo en tareas hogareñas que un varón que trabaja menos de 34 horas semanales.
La condición de actividad (ser ocupado, desocupado, subocupado, etc.) no parece ser un determinante más importante que el género en la distribución de tareas en el hogar. En todo el país las mujeres ocupadas dedican más tiempo a labores en el hogar que los hombres desocupados.
En Argentina la licencia de maternidad es de tres meses (menos que lo estipulado por la Organización Internacional del Trabajo, OIT) y la de paternidad solo de dos días. Esto evidencia que el Estado percibe como secundario el rol del padre en el cuidado del bebé recién nacido y sus primeros meses de vida, dando por sentado que la responsable de esas tareas debe ser íntegramente la madre. Sumado a esto, la falta de flexibilidad horaria de los trabajos registrados y la ausencia de lugares de cuidado –guarderías, lactarios– tampoco dan un marco para que las mujeres puedan trabajar al tiempo que son madres. Todo esto resulta en que la participación de las mujeres en el mercado de trabajo caiga de 54% a 39% ante la presencia de más de un menor en el hogar, mientras que en el caso de los varones sucede lo opuesto (cuando hay más niños en el hogar trabajan más).
Sin embargo, la desigualdad no es un tema que solo afecta a las mujeres “con familia”. Las mujeres ganan menos que los varones en todas las provincias del país y la brecha salarial es más grande aún cuando se trata de trabajadoras informales (40% aproximadamente de acuerdo al Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social). Las mujeres más calificadas también enfrentan estos problemas: solo 7% de las empresas más grandes de Argentina tienen mujeres como CEO y la brecha salarial en estos cargos también se acerca al 40%. Estudios de especialistas en el tema estiman que la brecha salarial (a nivel mundial), y si todo sigue como hasta ahora, recién podrá resolverse hacia 2086.
Estos son solo ejemplos de situaciones cotidianas que muestran la necesidad de una economía con perspectiva de género. Resulta evidente que alguien debe realizar el trabajo doméstico, todos necesitan comer, tener la ropa limpia y descansar en un ambiente acogedor para ir al otro día a trabajar o estudiar. La cuestión es por qué este trabajo sigue recayendo asimétricamente sobre las mujeres. ¿Por qué aparece ligado en nuestra cultura al género femenino? ¿Cuántas veces se ve a los padres pidiendo a la hija mujer que levante la mesa o cuide a sus hermanos menores, pero no hace el mismo pedido a sus hijos varones? El trabajo doméstico aparece en el imaginario social como algo que se hace por amor: la mujer que posterga su trabajo, realización profesional o estudios para cuidar a sus hijos “por amor”. Pero es clave entender que esto esconde una distribución desigual de tareas que se arrastra de sociedades en que la mujer tenía un rol diferente. Es necesario reconocer los nuevos roles y no seguir reproduciendo un sistema de organización económico que construye más desigualdad.
Las mujeres conquistaron el derecho a trabajar asalariadamente para tener una vida independiente, pero lo hacen en situaciones más precarias y con salarios menores a los de los varones. Lo hacen también en el marco de “micromachismos” (lenguaje sexista, comentarios acerca de la vestimenta, etc.). Todas estas cuestiones son abordables por la vía de políticas públicas pero para ello es necesario empezar a usar el lente feminista en la lectura de los datos económicos: no se pueden resolver problemas si antes no son detectado ni medido.
Nuestra sociedad está cambiando en este terreno y por eso necesitamos dar un debate profundo que cuestione las fórmulas que se aceptan como válidas a lo largo del tiempo en todos los ámbitos, desde el seno del hogar, la escuela y demás instituciones educativas, el ámbito laboral, etc. No se trata de un problema de las mujeres, atraviesa la sociedad desde lo individual al ámbito de la familia, imprime características a la sociedad de conjunto. La economía feminista es una pieza que tiene que encajar en el debate económico, político y social.
Publicada en Diario BAE