Por Candelaria Botto
(Publicado en el especial EPQ? )
En el presente artículo nos proponemos desarrollar una introducción a la Economía Feminista. Para ello, la desarrollaremos a partir de distintos ejes que, creemos, muestran no sólo su necesidad sino también su potencialidad.
Para comenzar, situándonos en un piso común y simplificando el análisis, presentamos la definición de los conceptos en cuestión:
Economía: la definimos como la ciencia que estudia cómo se organiza una sociedad para producir sus medios de existencia que, distribuidos entre sus miembros y consumidos por ellos, permiten que la sociedad pueda reproducirlos, proveyendo de una forma constantemente renovada la base material para el conjunto de la reproducción de la sociedad en el tiempo.
Feminismo: lo definimos como la lucha por la igualdad de las mujeres y los varones en tanto seres genéricamente humanos, es decir, la lucha por la igualdad de condiciones, derechos y obligaciones económicas, políticas y sociales.
Una vez definidos individualmente podemos pasar a preguntarnos qué implica su conjunción, es decir, ¿qué es la Economía Feminista?, ¿cómo surge?, ¿de dónde emerge?, ¿por qué es relevante su estudio?
Introducción a la Economía Feminista
¿Qué es?
A grandes rasgos podemos explicar la economía feminista mediante dos acepciones; cada una de éstas, prefigurará un camino específico de desarrollo. Por un lado, podemos decir que es el campo de la ciencia económica que trata las problemáticas de género; por el otro, podemos pensar a la economía feminista como una nueva forma de analizar la ciencia económica, como una superación de la misma.
En este punto, es importante aclarar las consecuencias que tiene cada perspectiva de análisis. La primera, coincidente con el sentido común que heredamos de nuestra formación, continúa con la tradición de la ciencia del último siglo, fragmentando el campo de estudio en distintas especializaciones que desarrollarán su objeto sin tener en cuenta la unidad de investigación, recortando su zona del “resto”. La implicancia de esto se puede resumir en la frase «divide y reinarás», ya que dicha fragmentación le costó a la ciencia su potencial liberador, relegándola a ser funcional al sistema capitalista a través de la reproducción de la ideología. En particular, esto se observa en la ciencia económica, con el paso de la Economía Política a la Economía, es decir, a la “economía” escindida de la “política”. La primera, inaugurada por los clásicos, tiene como objeto de estudio la totalidad del intercambio y la circulación, incluidas las relaciones de clase que acarrean. Al separarse la economía de la política, en la era neoclásica –movimiento que se da en la ciencia en general, cuando se definen distintos campos de estudio en áreas antes unidas-, se naturaliza la explotación del humano por el humano a través de la segregación de distintos mercados que se supone están relacionados y determinan la remuneración de los factores productivos, igualando de esta forma el capital, la tierra y el trabajo a sus productividades marginales. Entendemos que tales abstracciones no hicieron más que conducir a la ciencia económica a un sendero de naturalización del capitalismo, por ello, decimos que es un conocimiento funcional al sistema.
En este sentido, consideramos que en este paradigma científico, la economía feminista queda delimitada al marco de los problemas de género sin tomarlos como parte de los problemas intrínsecos al sistema general, sino más bien como «fallas» del mismo a solucionar, desviando del foco cómo estas acciones sistemáticas en contra de colectivos particulares nos marcan un campo de estudio muy alejado al de la economía mainstream del último siglo.
Ahora bien, si pasamos a la segunda forma de entender a la economía feminista, consideramos que es aquella que no sólo denuncia las diferencias existentes entre los colectivos, sino que, a su vez, exige un estudio científico de las mismas, integrando al análisis a los colectivos antes excluidos. En este sentido, reclama la inclusión de estas problemáticas a un estudio que en su lado tradicional invisibiliza las diferencias, reproduciendo y reforzando los estereotipos de género, por ejemplo, a través de la investigación del homo-economicus. Este individuo, que se supone es el representativo de la sociedad, coincide con el hombre patriarcal: un hombre hétero, de mediana edad, proveniente de una posición económica acomodada, es decir, que estudiamos la ciencia económica a través del individuo que posee las mejores oportunidades de vender su mercancía fuerza de trabajo. Para muchos estudiantes, esto nos pasa desapercibido, ya que no se aclaran las implicancias de semejante recorte en la población. De hecho, se presenta como el único método posible de análisis, sin decir que de esta forma se margina, como excepción a la regla, a cualquiera que no cumpla con los mandatos de la «normalidad». Entendemos a ésta como una entre tantas manifestaciones de que el sistema económico capitalista es patriarcal.
En este marco, la economía feminista defiende la necesidad de una transición que debe basarse en la reorganización de los tiempos y los trabajos de forma más equitativa, organizando consumo y producción de una nueva manera. Se observa, así, que la base de todo análisis crítico implica poner en cuestión al sistema capitalista per se. Desde esta perspectiva, entonces, la economía feminista puede ser definida como otra forma de ver la economía y la sociedad, en contraposición a una economía que sólo tiene en cuenta al mercado, invisibilizando todo lo que hay por debajo. Esta tendencia económica feminista pretende ir hacia una economía que tenga como eje central la vida de las personas, la economía de los trabajadores, teniendo en cuenta tanto el ámbito privado como el público.
¿Cómo surge?
Ahora que mostramos a la Economía Feminista como una nueva forma de estudiar la ciencia económica, pasemos a analizar de dónde surge, ¿cuál es su necesidad? Creemos que la respuesta más fértil se encuentra en el análisis de la inclusión de la mujer al ámbito público, tanto económico como político. En este sentido, desde fines del siglo XIX, se puede observar la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. De esta forma, la mujer sale del ámbito privado del hogar para convertirse en un agente económico, una vendedora de fuerza de trabajo[1].
Ahora bien, si decimos que la problemática de género se engendra en la inserción de la mujer al ámbito público entonces podemos entender esta problemática en dos sentidos. Por un lado, tenemos el hecho de que, a pesar de que la mujer pasa a ser un agente económico y político, esto no la libera del dominio privado. Por el contrario, se observa una continuidad en la cualidad de las tareas que desempeña, es decir, las tareas de cuidado del hogar y crianza de los hijos/as se naturalizan como propias de las mujeres. Esto implica que, al incorporarse al mercado de trabajo, la mujer comienza a tener una “doble jornada laboral”: una es remunerada, mientras que la otra sigue en la invisibilidad del ámbito privado.
Por el otro lado –aunque complementado y reforzado por el punto anterior-, se encuentra el hecho de que la mujer se incorpora al espacio público más tardíamente de lo que lo hacen los hombres, lo que dificulta tanto su inserción como su reconocimiento. En este sentido, se puede trazar un paralelismo entre dicha situación y la incorporación tardía de los países periféricos, como espacios nacionales independientes de las colonias, al comercio internacional, tema familiar para cualquier estudiante de economía. De hecho, la periferia siempre formó parte del comercio internacional en el sistema capitalista; en un principio, lo hacía como colonia, por lo que el excedente era tomado directamente por los países centrales. Cuando se independiza la periferia, ésta mantiene una continuidad en las actividades que produce, lo que le prefigura un sendero de crecimiento distinto del que tendrán los países centrales, que se especializan en ramas de capital más intensivo y compran a la periferia la producción de ramas menos especializadas. El paralelismo se encuentra en que el trabajo de la mujer en el ámbito privado siempre fue parte del trabajo social necesario para la reproducción del sistema, como lo fue la extracción directa del excedente de las colonias. Cuando la mujer se incorpora al mercado laboral, también mantiene una continuidad con las tareas que realizaba (tareas del hogar y de la crianza de los niños), tareas que le prefiguran un determinado sendero a la venta de su fuerza de trabajo. En el mismo sentido, la mujer encuentra muchos inconvenientes al querer especializar su fuerza de trabajo, tabas que logra superar durante el siglo. Sin embargo, aun no logra conseguir ser igualmente remunerada que la fuerza de trabajo masculina.
Como resultado, entendemos que la incorporación tardía de la mujer al mercado laboral, dominado por varones, la deja en una situación de mayor explotación de su capacidad laboral, que se traduce en trabajos más precarizados o en salarios menores ante el mismo tipo de trabajo. Por lo tanto, es posible ver cómo ambos procesos se retroalimentan, dejando a la mujer a cargo de los trabajos que tienen relación con el cuidado y la reproducción de la fuerza de trabajo, que son en general mal remunerados. Incluso si la mujer lograse superar estas barreras y consigue profesionalizarse, encuentra que su trabajo es menos reconocido que el de su compañero varón.
A partir de este breve planteo, cabe preguntarnos hoy, en 2016, luego de más de un siglo de luchas de las mujeres por conseguir las mismas condiciones y oportunidades laborales que los hombres, ¿cómo es que aún los puestos de alta gerencia, con alta especialización son ocupados en su inmensa mayoría por hombres? Podemos aproximarnos a una respuesta si consideramos que esto se debe a que aún hoy la mujer sigue acotada al mundo privado, a través de una cultura que enseña a las niñas a ser madres y a los niños a ser proveedores, una cultura anacrónica que tiene como resultado una doble jornada laboral femenina, de las cuales una será menos reconocida, para que la segunda ni siquiera lo sea. Esta responsabilidad que recae sólo para las mujeres se legitima legislativamente, por ejemplo, en la existencia de una licencia de maternidad de tres meses con goce de sueldo y una licencia de paternidad de dos días, que sólo sirve para anotar al niño/a en el registro civil bajo el apellido paterno. De esta manera, se legitima que su rol principal rol padre es el de proveedor, tanto del apellido como de la base material necesaria para la vida del niño/a.
¿De dónde emerge?
La Economía Feminista surge con gran intensidad luego de 1970, en el marco de la “nueva división internacional del trabajo”. Con las claves que venimos desarrollando, no cuesta deducir que la misma implicó una mayor inserción de la mujer en el mercado, lo que marcó aún más la tensión existente entre sus «responsabilidades» privadas y su espacio público. Como síntoma de esto, se observa una consolidación en el proceso de profesionalización de la mujer, lo que permite que tomen las riendas de diferentes enfoques que ayuden a la ciencia económica a analizar el verdadero campo de estudio en lugar de abstracciones que sólo permiten la reproducción del más «fuerte» en detrimento del que no tuvo iguales oportunidades. Vale aclarar que el relegamiento de las mujeres al ámbito privado del hogar hizo que el mundo de lo intelectual, entre otros, fuera un terreno exclusivamente masculino, y en el cual las mujeres no debían inmiscuirse. Por lo que la inclusión de la mujer a este ámbito prefigura nuevos rumbos para la ciencia en general.
En este sentido, los primeros aportes de la economía feminista consisten en crear una nueva noción de economía y trabajo, que no sólo atienda a cuestiones relacionadas con los procesos mercantiles, sino que tenga en cuenta otro gran ámbito de actividad económica como son los hogares. Se puede observar como la economía feminista reclama como campo de estudio el ámbito público y el privado.
¿Por qué es relevante su estudio?
Volviendo al primer punto de análisis, podemos ver que la Economía Feminista tratada desde la fragmentación pierde toda potencialidad, es relegada a un campo segregado de la ciencia, desde el cual, exteriormente, se intenta dar respuestas a problemas que entendemos son intrínsecos al sistema. Esto se debe a que la falsa neutralidad del conocimiento encierra una trampa insalvable que compromete nuestro crecimiento futuro.
Un conocimiento incompleto y sexista es un conocimiento inútil en un mundo donde las cuentas nacionales de los países muestran la brecha salarial existente entre mujeres y varones. A esto se adiciona que a, nuestro entender, siendo hoy el conocimiento el recurso más valioso, la discriminación indirecta que sigue impidiendo a la mujer acceder al mismo en condiciones de igualdad no puede pasar desapercibida. Nos enfrentamos a un nuevo paradigma económico que basa su crecimiento en factores diferentes a los que han determinado hasta ahora la productividad y la competitividad, siendo el conocimiento el principal activo de cualquier economía. Son la investigación, el desarrollo y la innovación las que marcan el potencial de crecimiento de cualquier país. Una actividad intensiva en estos tres pilares, sumada al desarrollo tecnológico, protagonizan a nivel mundial los objetivos y prioridades de las políticas económicas.
En este punto, cobra una especial relevancia la apuesta por el talento, la inteligencia, la capacidad y, donde la mujer y su aporte -la de la mitad de la población- adquiere un valor decisivo. Es el paso de una cultura que iguala el término mujer con el de madre, a una cultura que potencie a todos sus individuos, en la cual la maternidad sea una elección y no un mandato –en este punto se vuelve imposible no mencionar la importancia del derecho al aborto-, en la cual el análisis del trabajo del hogar consiga repartir equitativamente las responsabilidades, liberando así definitivamente a las mujeres del ámbito privado.
Finalmente, aprovechando el nombre de esta revista, nos queda plantearnos que si somos economistas entonces para quién lo somos, ¿para la «normalidad»?, ¿o pretendemos ser economistas para la sociedad, siendo necesario vislumbrar las diferencias existentes entre los individuos para entonces entender no sólo los limites de este sistema, sino una nueva puerta para su superación?
[1] En este punto, podemos reconocer por qué la ciencia clásica no encuentra la necesidad de incluir el análisis de género, ya que no era una problemática en un contexto en el cual la mujer pertenece al dominio privado del hogar. Con esta aclaración, cobra mayor intensidad la necesidad actual de incluir el análisis feminista a la ciencia, necesidad que cumple más de un siglo de vida.