El 10 de mayo de este año, una comitiva de funcionarios y técnicos del gobierno argentino viajó a Estados Unidos para reunirse con Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). “You seem to be short on women” (“Parece que estás corto de mujeres”), le dijo ella a Nicolás Dujovne, tras una ronda inicial de saludos, al percatarse de que no había ninguna mujer en el contingente. El ministro de Hacienda prometió entre risas nerviosas que lo mejoraría.
Este episodio podría pasar por una simple anécdota o una coincidencia desafortunada si no fuera porque, más que la excepción, es la norma. El Ministerio de Hacienda y Finanzas de Alfonso Prat Gay, por ejemplo, no contaba con ninguna secretaria y solamente tres mujeres se desempeñaban como subsecretarias, representando menos del 20% de los cargos jerárquicos. El Ministerio de Hacienda encabezado por Nicolás Dujovne, por su parte, tampoco contó con mujeres a cargo de secretarías, y con solo dos subsecretarias, la participación cayó a 11%. Aún cuando algunas personas insisten con el (falso) discurso de la meritocracia, la situación al menos compleja (si no crítica) que atraviesa la economía argentina en este momento es prueba que “el mejor equipo económico de los últimos 50 años” no está a la altura del desafío. Sin embargo, esto no es una característica exclusiva del gobierno actual: a lo largo de la historia argentina, solamente hubo una mujer en el cargo de ministra de Economía, mientras que 100 varones ocuparon ese cargo.
La falta de representación en cargos jerárquicos en el gabinete económico tiene al menos dos dimensiones relevantes. La primera es que es evidencia de los techos y paredes de cristal que enfrentan las mujeres economistas, lo cual es un problema en sí mismo. La segunda está relacionada con qué pasa cuando quienes toman las decisiones son siempre los mismos varones, blancos, de clase alta y educación privada. Y, en este contexto, es inevitable preguntarse si hoy estaríamos en el mismo escenario de negociaciones con el FMI si el equipo tuviera otra composición. Sin caer en posiciones de excesiva simplificación como igualar mujer con feminista o economista mujer con economista heterodoxa, muchos estudios muestran que a menudo las mujeres tienen posiciones más progresivas y priorizan el impacto social de las medidas económicas en sus análisis en relación a sus pares varones. En este sentido, una encuesta de opinión realizada entre economistas en Estados Unidos reveló que el 63% de las mujeres consideraba que el ingreso debería distribuirse más equitativamente, mientras que entre varones el porcentaje caía a 45%. Además, entre las primeras había menor probabilidad de afirmar que el gobierno de Estados Unidos era “demasiado grande” o que el país tenía una regulación gubernamental excesiva. Por el contrario, las mujeres economistas tenían 20 puntos porcentuales más de probabilidad de creer que los/as empleadores/as deberían brindar seguro de salud a sus empleados/as. Incluso la propia Lagarde afirmó en varias oportunidades en relación a la última crisis financiera internacional que si “Lehman Brothers” (“Hermanos Lehman”) hubiera sido “Lehman Sisters” (“Hermanas Lehman”) las cosas hubieran resultado probablemente de otra manera. De cualquier manera, no es necesario embarcarse en conjeturas o ejercicios contrafácticos para entender que la falta de mujeres así como también sus voces y perspectivas es problemática en general, causando visiones sesgadas de cómo se entiende la realidad y cómo se debe intervenir sobre esta. El caso de Audur Capital —un fondo de capital privado islandés manejado exclusivamente por mujeres— resulta ilustrativo, ya que se trata de la única compañía del sector en aquel país que salió intacta de la crisis financiera.
En Argentina, las instituciones del sector financiero representan también uno de los ambientes más hostiles para las mujeres. En este sentido, un ejemplo claro es el del Banco Central de la República Argentina (BCRA), donde el porcentaje de participación femenina en cargos jerárquicos era de apenas un 6,7% al comienzo del gobierno de Cambiemos. La situación actual no es muy distinta: entre los/as diez directores/as y dos síndicos/as que componen el directorio, solamente uno de los puestos (la sindicatura adjunta) está ocupado por una mujer. A la fecha, el BCRA solamente tuvo una presidenta mujer (Mercedes Marcó del Pont), y hubo solo dos directoras a lo largo de su historia. La situación es muy distinta entre asesores/as, donde prácticamente hay paridad entre varones y mujeres; sin embargo, ellas no acceden a puestos de mayor responsabilidad dentro de la institución, donde el sexismo parece ser moneda corriente. Las voces femeninas son prácticamente inexistentes en las Jornadas Monetarias y Bancarias que el BCRA organiza año a año.
Tampoco parece haber vocación o interés por incorporar las perspectivas de mujeres economistas. Apenas ocho días después del episodio entre Lagarde y Dujovne, la historia se repitió. En esta oportunidad el protagonista fue Federico Sturzenegger, en ese entonces presidente del BCRA, quien decidió organizar un desayuno informal con economistas jóvenes y activos en las redes sociales para intercambiar opiniones. Una vez más, todos los economistas invitados fueron varones.
Desde aquel episodio mucha agua corrió bajo el puente: Sturzenegger fue reemplazado en la presidencia del BCRA por Luis Caputo. Este evento coincidió con la desaparición del Ministerio de Finanzas que este último encabezaba desde su creación — apenas un año y medio antes— y el pasaje de esta cartera a la órbita de Nicolás Dujovne en el Ministerio de Hacienda. A lo largo de 2018 lo único constante en el equipo económico fue el cambio… y la falta de mujeres.