El 6 y 7 de junio se realizó en Santa Fe el primer Congreso Internacional de Género en Ciencia, Tecnología e Innovación, organizado por el Ministerio provincial. Las jornadas contaron con especialistas y asistentes de distintas disciplinas, edades y nacionalidades que enriquecieron debates que pusieron el foco en la necesidad de promover la diversidad.
Por Nadia Luna y Agostina Mileo – Agencia TSS / Economía Feminista – “Yo no empecé mi carrera ni por el feminismo ni por la perspectiva de género. ¿Cómo podría haberlo hecho? ¡Si esas cosas no existían antes del descubrimiento de América! El crecimiento de la temática es algo que ustedes heredan gracias a nosotras”, dijo la socióloga Catalina Wainerman en el panel que más carcajadas despertó en el Congreso Internacional de Género en Ciencia, Tecnología e Innovación, realizado el 6 y 7 de junio en la ciudad de Santa Fe. Junto con ella, su colega e investigadora del CONICET, Dora Barrancos, agregó entre risas: “Con Cata nos conocemos del neolítico superior”. Así comenzó la mesa sobre políticas y estrategias para la igualdad, donde dos consagradas científicas supieron equilibrar la rigurosidad de los datos duros con una suerte de stand up científico improvisado que todo el auditorio disfrutó.
El encuentro, que tuvo lugar en el Instituto Superior Nº 12 Gastón Gori, fue organizado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Provincia de Santa Fe. Durante dos jornadas, expertas nacionales e internacionales se dieron cita para charlar sobre distintos aspectos del ámbito científico y tecnológico desde una perspectiva de género, política y transversal. Un clima distendido y ameno, asistentes que no paraban de anotar, pañuelos verdes en las muñecas y estudiantes emocionadas por sacarse fotos con las más destacadas de la ciencia fueron los ingredientes que completaron el cóctel feminista. “Este Congreso es para que hagamos redes y nos encontremos intergeneracionalmente”, resumió la ministra de Ciencia de Santa Fe, Érica Hynes.
Una prueba de ese abanico de generaciones fue que en el mismo panel en el que estuvieron Barrancos y Wainerman expuso la joven Julieta Sayar, coordinadora de programas en la ONG Chicas en Tecnología. Sayar contó sobre los relevamientos que tuvieron que hacer para tener datos locales sobre la participación de las adolescentes en el ámbito tecnológico y señaló que apenas el 18% de los y las estudiantes de carreras de programación son mujeres. “Enfocarse sólo en el mercado laboral es un error, es llegar tarde al problema. Esas soluciones son parches porque no deconstruyen los ámbitos académico y laboral. Entonces, cuando se inserten, seguirán habiendo sesgos. Lo que tenemos que lograr es un cambio sistémico y por eso tenemos que trabajar con todos los actores”, afirmó.
El tema fue retomado luego por Gabriela Henning, investigadora de la Universidad del Litoral, quien señaló que “concentrarse tanto en la programación como vía de inserción de las mujeres a las ciencias informáticas es como incentivar la albañilería cuando se quiere fomentar la ingeniería civil. No es que sea malo ser programadora o albañila, son trabajos fundamentales, pero seguimos quedando en los escalafones más bajos”. Ambas expositoras evidenciaron que la singularidad de la situación de las informáticas, el único campo de las ciencias exactas y naturales en el que la cantidad de mujeres decreció en las últimas décadas, requiere una visión sistémica que va desde modificar la mercantilización de los juegos y juguetes —los que tienen que ver con computación se dirigen a varones—, hasta especificar políticas anti acoso en las empresas tecnológicas. “No queremos un ejército de programadoras”, dijo Sayar, y agregó: “Lo que buscamos con nuestros talleres es que las chicas tengan un primer acercamiento al quehacer tecnológico y lo consideren en sus elecciones de carrera”.
Wainerman, profesora emérita de la Universidad de San Andrés, habló sobre la participación de las mujeres en relación con los varones en el mercado de trabajo. Si bien cada vez hay más mujeres en el mercado laboral, el trabajo en los hogares todavía no se ha masculinizado lo suficiente. A su vez, dentro de las tareas no remuneradas, observaron que los hombres rehúyen más de las tareas domésticas que de las relacionadas con el rol paterno. Según Valeria Esquivel, economista feminista de la OIT y encargada de la conferencia de apertura, “la economía feminista incorpora el trabajo doméstico no remunerado como una variable de análisis en la economía heterodoxa. Si bien pueden tomarse conceptos elaborados en los países centrales, para hacer economía feminista en América Latina ese conocimiento debe situarse en nuestra idiosincrasia, por ejemplo, cuestionando los parámetros de bienestar”. En el panel de cierre, Alicia Williner, especialista en desarrollo regional de CEPAL Chile, aportó más datos sobre la situación de las mujeres y el empleo. “En América Latina, la mitad de las mujeres no tiene ingresos propios o cobra menos que un salario mínimo”, contó.
Con respecto al empleo en ciencia y tecnología, Barrancos remarcó la necesidad de políticas públicas para sostener a las mujeres en ciencia y, especialmente, en ramas masculinizadas como las ingenierías. Un ejemplo sería aplicar incentivos fiscales a las empresas según el número de mujeres contratadas en esas áreas. Al exponer sobre la intersección entre tareas de cuidado, obstáculos para avanzar en la carrera y propuestas para la inclusión y promoción, reflexionó: “No me gusta la palabra empoderamiento porque lo que nosotras queremos es potenciación. Las mujeres se tienen que apropiar de la vida productiva. Estoy segura de que llegará el día en que habrá un dominio paritario de la reproducción y sería muy bueno que haya una huelga por tiempo indeterminado de las agentes reproductivas. ¡Se va a caer!”.
Una de las panelistas internacionales fue la socióloga Capitolina Díaz Martínez, catedrática de la Universidad de Valencia y presidenta de la Asociación Mujeres Investigadoras y Tecnólogas de España, quien disertó sobre la importancia de incorporar la variable sexo/género en la investigación. Díaz Martínez puso como ejemplo un estudio sobre el impacto de varios tsunamis en Asia, en los que murieron muchas más mujeres que varones. Una de las hipótesis es que ellas se retrasaron buscando familiares, mientras que los hombres no, además de ser más ágiles para trepar a los árboles.
En la misma línea, Londa Schiebinger, catedrática de Historia de la Ciencia de la Universidad de Stanford, apuntó: “Al hacer investigación, no sólo es importante conocer y consignar el sexo de los ratones. Cuando se trabaja con células madre también es importante el sexo porque es un factor relevante si en el futuro se quiere usar ese conocimiento para hacer un trasplante de órgano”. Durante la exposición de Eulalia Pérez Sedeño, de la Universidad del País Vasco, este tema se presentó como una obligación institucional: “El conocimiento es lo que ha sobrevivido a la crítica desde múltiples puntos de vista. Lo subjetivo se transforma en objetivo no haciendo prevalecer una subjetividad sobre las otras”, dijo, y sostuvo que el análisis sexo-género como requisito para aplicar a financiamiento no es solo una cuestión de justicia social, sino de estándares de calidad.
Tras una exposición centrada en instrumentos de política científica, como la obligación de desagregar los datos institucionales por sexo en los informes y la explicitación ya mencionada del análisis de las variables sexo-género al presentar proyectos, Pérez Sedeño fue cuestionada acerca de qué hacer en casos como el argentino, donde ante el ajuste, la precarización y el recorte presupuestario, quienes representan a los y las trabajadoras de la ciencia –y negocian los acuerdos– ven a la perspectiva de género como un reclamo accesorio. “Hay que resistir e insistir con nuestras propuestas”, dijo.
Por otro lado, también se resaltó la importancia que adquieren los conceptos técnicos cuando se usan para hacer interpretaciones del escenario político por fuera de las comunidades científicas. La economista feminista Valeria Esquivel, por ejemplo, señaló que “cuando un concepto técnico se transforma en herramienta discursiva, como cuando se explica el déficit fiscal comparándolo con una casa, se obtura el debate político porque se propone una única forma de interpretación de esos conceptos”. Sobre este tema, Diana Maffía, Doctora en Filosofía y docente de la UBA, fue un paso más allá y cuestionó también la limitación que representa la adopción del inglés como “lengua oficial de la ciencia” en la misma producción de esos conceptos. “Se enseña y se aprende a nombrar en esa lengua como si fuera el verdadero nombre de las cosas. La lengua española convive como una lengua menor para el intercambio cotidiano y no científico. ¿De qué modo esto significa una ventaja comparativa para quienes no deben hacer esta traducción entre su mundo cotidiano y su vida académica, y no vinculan entonces una lengua con la opinión y otra con el conocimiento científico?”.
Verónica Garea, ingeniera nuclear y directora ejecutiva de la Fundación INVAP, cerró el encuentro remarcando una de los aspectos más relevantes en la lucha contra la desigualdad de género: la organización. “Hay dos movimientos políticos de mayor agencia en el mundo”, sostuvo. “Uno, lamentablemente, es la derecha reaccionaria. El otro, es el movimiento feminista. La temática de género es un enfoque transversal: una manera de mirar la vida y el ejercicio de la profesión. Porque como dijo Dora, se va a caer, pero tenemos que ayudar a que se caiga”, finalizó.