Por Natsumi Shokida y Laura F. Belli
De acuerdo a un informe de UNICEF, casi la mitad de les niñes del país se encuentra en situación de pobreza. La cifra empeora en el caso de los hogares monomarentales, aquellos que cuentan con una única persona proveedora de ingresos que, además, en general debe asumir las tareas domésticas y de cuidado.
En la Argentina, el 48% de los niños, niñas y adolescentes es pobre, esto significa que 6,3 millones de niñas y niños ven vulnerado el ejercicio efectivo de sus derechos. En tanto la pobreza es un fenómeno que debe analizarse teniendo en cuenta múltiples aristas, la pobreza infantil es un problema de dimensiones particulares, ya que presenta características específicas que lo hacen urgente: el riesgo de que se vuelva permanente es más alto que en el caso de los adultos y sus consecuencias son más profundas.
Les niñes que se encuentran en situación de pobreza a menudo no pueden asistir a la escuela, no tienen acceso a atención médica, sufren de mayor riesgo a contraer enfermedades, no tienen una alimentación adecuada ni condiciones de vivienda digna. En el caso de la educación, por ejemplo, se estima que casi un 4% de niños, niñas y adolescentes en edad escolar no asiste a un establecimiento educativo y esta tasa asciende a casi 8% en el caso de quienes conviven con adultes que, en promedio, no han finalizado la educación primaria.
En nuestro país, la incidencia de la pobreza en la niñez es más elevada que en la población en general, lo cual significa que abordar la problemática requiere de una particular atención sobre la situación de les niñes. De aquel 48% (que se sitúa 10 puntos por encima del nivel de la población en general) 20 puntos porcentuales corresponden a privaciones “severas” como vivir en una zona inundable, cerca de un basural o no haber ido nunca a la escuela entre los 7 y los 17 años.
El fenómeno de la pobreza, además, afecta a las personas de diferentes maneras. Existen fuertes desigualdades entre subgrupos específicos de población. En particular, la pobreza infantil es mucho más elevada en los hogares monomarentales, aquellos que cuentan con una única persona proveedora de ingresos que, además, en general debe asumir las tareas domésticas y de cuidado.
También se observan profundas diferencias entre grupos de población de acuerdo a la edad, el sexo, el nivel educativo o la inserción ocupacional, que dan cuenta de la existencia de desigualdades en el acceso a bienes y servicios básicos. Por ejemplo, una niña o un niño que vive en un hogar cuya jefa o jefe se desempeña como trabajador informal o en ocupaciones de baja calificación, tiene una probabilidad 3 veces más alta de ser pobre que quienes residen en un hogar cuya jefatura es llevada por trabajadorxs formales. Esto refleja que la pobreza no sólo se relaciona con la desocupación, sino que remite también a la calidad del empleo. A su vez se destaca que, en el caso de los hogares monomarentales, las mujeres a cargo se ven obligadas, en muchos casos, a aceptar inserciones laborales precarias e intermitentes, muchas de las cuales son además informales.
Si nos concentramos en el aspecto monetario, de acuerdo al informe de UNICEF el 42% de las niñas y niños en la Argentina residen en hogares cuyos ingresos no alcanzan a cubrir una canasta de bienes y servicios básicos; y más del 8% reside en hogares con ingresos que no alcanzan a cubrir la canasta básica alimentaria.
En este sentido, las políticas de transferencias de ingresos hacia los hogares, como por ejemplo la Asignación Universal por Hijo, tienen cierto efecto en la disminución de las probabilidades de vivir en la pobreza, sobre todo en el caso de la pobreza extrema. Sin embargo, la situación económica actual que enfrenta a muchas familias a obstáculos concretos para llegar a fin de mes hizo que aumente el volumen de endeudamiento de personas pobres. En tanto la Anses brindó la posibilidad de que perceptores de la AUH soliciten créditos, a junio de 2019 la amplia mayoría de las beneficiarias de la asignación habían tomado una deuda que, en promedio, representan 4.5 veces el cobro mensual. Desde el organismo se estima que un 46% de estos montos se utilizan para gastos corrientes como la compra de alimentos o indumentaria, el pago de deudas previas y atención médica y gastos de salud. Lo preocupante es que, en cierta forma, aquello que se presenta como una “ayuda” podría inducir a les beneficiaries a ingresar en un círculo vicioso de endeudamiento.
Si bien en el informe de UNICEF se puede ver una caída en los indicadores de pobreza en el periodo 2006-2018, los niveles aún continuaban siendo altos en la primer mitad de 2018: el 42% de las niñas y niños en la Argentina se encontraba viviendo en hogares con ingresos insuficientes y el 48% experimentando la vulneración de algunos de sus derechos básicos y elementales (educación, salud, saneamiento, protección social, etc.). Más aún, la incidencia de la pobreza vinculada a los ingresos informada por el INDEC ascendió al 46,8% de las niñas y niños en la segunda mitad de 2018. A pesar de que estos datos no permitan caracterizar la situación actual, sabemos que el aumento de la inflación y la devaluación que han tenido lugar los últimos días no hacen más que empeorar el poder adquisitivo de los salarios, jubilaciones y subsidios, con lo que se puede estimar que muchas más personas se encuentran actualmente por debajo de la línea de pobreza.
Este día del niñe exijamos políticas públicas y acciones concretas que contribuyan a que su derecho a una vida plena sea una realidad y que puedan desarrollarse plenamente en sus capacidades.