Por Blas Radi y Danila Suárez Tomé (docentes de Gnoseología, Problemas Especiales de Gnoseología y Filosofía Feminista en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires)
Algunos de los latiguillos que más se leen y escuchan cuando se quiere desacreditar al feminismo (o a alguna feminista en particular, evento feminista o situación de expresión del feminismo) son:
1. El feminismo es lo mismo que el machismo pero al revés.
2. Ni feminismo ni machismo, igualismo.
3. El feminismo hace tan mal a la sociedad como el machismo.
Estos enunciados se erigen sobre un fenómeno epistémico particular: la ignorancia (la más reprochable de su clase: creer saber lo que en realidad no se sabe). La ignorancia no es una mera ausencia o privación de saber sino que es un un comportamiento voluntario, estratégico y cómplice, que produce -y es producido por- una serie de mecanismos culturales socialmente aceptados y disponibles.
– ¿Qué tipo de mecanismos operan aquí?
– En este caso, se trata de una anfibología conceptual producida por el hecho de que ambos términos, feminismo y machismo, suenan parecidos (terminan en -ismo) y uno pareciera corresponder a lo femenino, y por ende a la mujer, y otro a lo masculino, y por ende al hombre, con lo cual parecieran tener ambos términos una relación de opuestos complementarios.
– ¿Es posible corregir esta confusión?
– La anfibología puede corregirse trazando algunas distinciones conceptuales que permitirán diluir el fenómeno de confusión que lleva a la enunciación de estas frases desafortunadas.
– ¿Cómo podríamos definir y delimitar estos conceptos?
– El sexismo es un sistema de creencias, prácticas, actitudes, normas sociales y formas institucionales cuyo funcionamiento crea y perpetúa desigualdades, distinciones sociales, relaciones de poder y disciplinamiento entre las personas sobre la base de su sexo. Estas creencias no son meramente prejuicios personales de agentes particulares sino estructuras sociales que influyen en el imaginario colectivo y afectan las acciones de los individuos. Los sistemas sexistas conceden privilegios a las personas de un sexo en detrimento de las personas de otro sexo, que es devaluado. En una sociedad patriarcal, el sexismo es un fenómeno que se deriva, a su vez, del androcentrismo.
El androcentrismo es una forma de ver y organizar el mundo y las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino. Esto quiere decir que considera -en general de manera tácita- a los varones como sujetos de referencia de toda la humanidad. Así es que los varones son entendidos como los únicos observadores válidos de lo que sucede en el mundo, los únicos capaces de dictar leyes, de producir conocimientos, de impartir justicia, de gobernar.
– ¿Todos los varones?
– No. Se ha insistido en una figura particular como representación del varón hegemónico: uno que tiene ciertas características (es adulto, blanco, capacitado, propietario, heterosexual). O sea, hablamos de una porción de la humanidad que tiene estas características específicas y funciona como modelo de toda la humanidad. Quienes no responden a esta descripción son constituidos como seres dependientes y/o subordinados.
– ¿Y qué son, entonces, el machismo y el feminismo?
– El machismo es, estrictamente, una expresión explícita del sexismo por medio de actos físicos o verbales, generalmente de manera grosera. El machismo, por ende, es un fenómeno dependiente del sexismo y el androcentrismo, de los cuales ya hablamos. El feminismo, por su parte, es un movimiento social, político y teórico que lucha contra las injusticias perpetradas contra los y las sujetos que quedan por fuera de la figura del varón hegemónico del androcentrismo y en el lugar inferior y devaluado de la dinámica sexista. Más aún, el feminismo busca subvertir el androcentrismo y eliminar el sexismo de la sociedad.
– Esto implicaría, entonces, que no son un par de conceptos opuestos complementarios.
– Exacto. Ahí radica el problema al que nos referíamos: suenan como si fueran opuestos complementarios, pero cuando nos preocupamos por conocer sus especificidades, vemos que no lo son. Atendiendo a las distinciones conceptuales que trazamos, entonces, intentemos ver por qué las expresiones que enumeramos al principio son desacertadas:
1. El feminismo es lo mismo que el machismo pero al revés.
En esta expresión podemos ver que hay una comprensión más o menos correcta de lo que es el machismo: si en el esquema sexista un sexo quedaba subordinado al otro, en el caso del machismo -como expresión del sexismo- estaríamos hablando de que la mujer es colocada en una situación de inferioridad con respecto al hombre. Sin embargo, no hay una compresión correcta de lo que es el feminismo: el feminismo no busca invertir los términos del sexismo (que el hombre quede subordinado a la mujer), sino disolver por completo el sexismo.
2. Ni feminismo ni machismo, igualismo.
Como hemos visto, el machismo es una expresión del sexismo: un sistema que instaura una desigualdad entre sexos, donde uno es valorado como superior y, por ende, goza de numerosos privilegios para poder desarrollar sus proyectos y existencia en general, mientras el otro es valorado como inferior y no goza de los mismos privilegios, viendo reducidas sus posibilidades de proyectar y realizarse como existente humano. El sexismo es un sistema de inequidad por definición. Mientras tanto, y aquí volvemos al mismo punto de la expresión anterior, el feminismo busca disolver por completo el sexismo, anulando así la inequidad inherente a la estructuración sexista de la sociedad. Si el concepto de “igualismo” está referido a la equidad, entonces estamos hablando de feminismo.
3. El feminismo hace tan mal a la sociedad como el machismo.
Una vez que hemos delimitado los conceptos y aclarado las otras dos expresiones, entendemos que ésta cae por sí sola. Si aún se la pretende sostener, luego de todo lo expuesto, esto se puede deber a que se considera, al mismo tiempo, un mal social tanto a la asignación de privilegios basados en la identidad de género de las personas y la subordinación de unas personas a otras en función de una organización androcéntrica y sexista de la sociedad, como a la desaparición de privilegios basados en la identidad de género de las personas y la subordinación de unas personas a otras en función de una organización androcéntrica y sexista de la sociedad. Esto constituye una contradicción que, si no se disipa por medio de la clarificación conceptual, puede simplemente responder a la voluntad de ignorar.
(imagen de Saul Steinberg)
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