Por Mercedes D’Alessandro, Magalí Brosio y Violeta Guitart
El Test de Bechdel se utiliza en cine, televisión, teatro, etc., para medir la desigualdad de género. Para aprobar este test una película tiene que cumplir tres simples reglas: tener al menos dos personajes mujeres, que ellas entablen una conversación en algún momento y que esta charla no sea solamente sobre hombres. Si hiciéramos una adaptación de este test para la presencia de economistas mujeres en la pantalla local, podríamos buscar algún programa que cuente con al menos dos economistas, donde ellas puedan discutir sobre economía y que en ningún momento se les hagan comentarios relacionados con su aspecto físico o vestimenta; hoy prácticamente ningún programa estaría en condiciones de aprobarlo. Esto no se limita a la televisión: la misma lógica prima en diarios, paneles de discusión económica y prácticamente en cualquier lugar en el que se discuten los destinos de nuestra economía.
La pregunta es, ¿por qué estamos tan acostumbrados a que no haya mujeres en el debate público? En la Universidad de Buenos Aires, la relación entre el número de estudiantes hombres y mujeres que realizan la carrera de Economía es muy pareja, e incluso hay más mujeres cursando posgrados en el área. Hace poco tiempo salió una interesante nota sobre la feminización de la ciencia en los cargos de menor nivel: hay más mujeres pero con menos salarios. Una de las explicaciones que dan las científicas consultadas en esa nota es que están dispuestas a aceptar salarios más bajos y horarios más flexibles por cuestiones familiares. De hecho, hay estudios que muestran que aquellas pocas que logran alcanzar cargos jerárquicos por lo general son solteras.
Esto nos revela un problema central de la economía y las mujeres que atraviesa a todos los sectores económicos: el trabajo doméstico no remunerado está a cargo de ellas. Las estadísticas muestran que las mujeres dedican el doble de tiempo que los varones a cuidar los niños, limpiar la casa, hacer las compras, etc. A esto se suma que en caso de lograr insertarse laboralmente las mujeres ganan en promedio 27% menos que los varones y un tercio trabaja en empleos no registrados –donde la brecha salarial es aún mayor, promediando el 40%–. Mirando la situación de conjunto queda claro que a pesar de que las mujeres avanzaron conquistando espacios en la educación y el trabajo, aún las condiciones en las que estudian y trabajan juegan en contra, y, culturalmente, siguen circunscribiéndolas a la casa.
Esta asimetría entre los lugares que ocupan los varones y las mujeres está estrechamente relacionada con la falta de perspectiva de género en la educación formal que recibe toda nuestra sociedad y en particular en la de los economistas, en cuya formación estos problemas se encuentran completamente ausentes. El hecho de que las mujeres estén excluidas de los debates públicos es sólo otra manifestación de algo que está sedimentado en nuestra cultura, esa idea arcaica de que la economía es un trabajo de hombres
Publicada originalmente en PERFIL.