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La determinación familiar del valor de la fuerza de trabajo y las transformaciones en su manifestación concreta

Oct 18, 2016 | Economía/Política, Notas

[1]

Nicolás Águila

Licenciado en Economía (UBA). Maestrando en Desarrollo Económico (IDAES-UNSAM).

Becario de investigación en el CIEPP.

(Publicado en el especial EPQ? )

En el presente artículo se discuten los cambios que se suceden en la determinación del valor de la fuerza de trabajo entre los distintos miembros de la familia trabajadora, a partir de las transformaciones en la organización mundial de la producción desde mediados de los años setenta. Con este fin, en primer lugar se debate la determinación abstracta del valor de la fuerza de trabajo, y luego se avanza en el reconocimiento de su determinación concreta en el desarrollo histórico.

  1. Determinaciones generales del valor de la fuerza de trabajo[2]

En el modo de producción capitalista, la organización del trabajo social se realiza de manera indirecta, esto es, ningún individuo le impone a otro cuánto, cómo, ni qué producir. Esta forma fragmentaria y atomizada de realizar la producción social implica que ningún individuo es autosubsistente, por lo que debe acudir al intercambio mercantil para proveerse de los valores de uso necesarios para su reproducción[3]. De esta manera, los vínculos entre los productores no se presentan como vínculos directamente sociales, sino que se encuentran mediados por la mercancía, portados como un atributo de ella.

No obstante, la relación indirecta entre las personas tiene como forma necesaria de realizarse una relación directa entre personificaciones. El acto de compra-venta, que determina a la conciencia y la voluntad de los individuos como la de individuos libres, no es otra cosa que la forma que adopta la enajenación de su conciencia en la mercancía. La mercancía se constituye así en relación social general. En tanto nexo indirecto entre los diferentes individuos, es decir, en tanto relación social cosificada, las mercancías son objetivaciones de cantidades de trabajo abstracto socialmente necesario realizado de manera privada e independiente, poseedoras del atributo de la cambiabilidad o, lo que es lo mismo, las mercancías encierran valor.

El objeto del modo de producción capitalista no es la producción de valores de uso para la satisfacción de necesidades humanas, sino la valorización del valor, es decir, la acumulación de capital. El núcleo de este proceso es el aumento cuantitativo de la magnitud inicial desembolsada de dinero que permitirá poner en marcha una capacidad mayor de regir el trabajo social. Para tal fin, nos enfrentamos a que la forma necesaria de realizarlo es a partir de la compra-venta de la única mercancía cuya particularidad reside en que su valor es menor al valor de las mercancías que produce. Esta mercancía no es otra que la fuerza de trabajo. En este punto, surge la pregunta de cuál es y qué determina al valor de la fuerza de trabajo.

Como toda mercancía, el valor de la fuerza de trabajo se determina por el tiempo de trabajo abstracto, socialmente necesario, realizado de manera privada e independiente requerido para su producción y reproducción que, al ser un atributo del individuo vivo, presuponen su existencia. Para nosotros, esto involucra dos aspectos: la reproducción y la producción de la fuerza de trabajo.

Por un lado, la reproducción de la fuerza de trabajo consiste en el consumo de los medios de vida que el individuo necesita para su conservación y, por lo tanto, el valor de la fuerza de trabajo consiste en el valor de dichos medios de subsistencia. En tanto reproducción de la fuerza de trabajo, el individuo necesita consumir los medios de vida que le permitan reponer el gasto de cerebro, músculos, etc., invertidos en la jornada previa y presentarse en iguales condiciones productivas al día siguiente. Así, los valores de uso necesarios por el individuo no se restringen a un salario de subsistencia en sentido estricto, como pensaban los economistas clásicos, sino que incorporan una dimensión histórica, cultural, moral y geográfica que hace que varíe según el momento y el lugar, pero sobre todo por el desarrollo de los atributos productivos del obrero en cuestión, y por el tipo y condiciones técnicas del trabajo realizado. De esta forma, hoy en día un obrero necesita como parte de su fuerza de trabajo poder acceder a la alimentación, vestimenta, vivienda, salud, cobertura de riesgos de trabajo, recreación, entre otros.

Por otro lado, encontramos la necesidad de producción de la fuerza de trabajo, es decir, la producción en continuo de vendedores de fuerza de trabajo para satisfacer las demandas de la valorización permanente de capital. Para nosotros, esta necesidad, a su vez, puede ser analíticamente separada en dos: en primer lugar, la necesidad de producción de los individuos portadores de fuerza de trabajo, es decir, las necesidades de reproducción biológica de la especie; y, en segundo lugar, las necesidades de producción de una subjetividad productiva determinada, es decir la formación de un individuo capaz de desplegar un trabajo determinado (de mayor o menor complejidad). Esta división cumple fines únicamente expositivos, ya que no existe un individuo sin determinadas características, y no existen determinadas características sin un individuo que las encarne.

En relación a la primera: “Dada la condición de individuos independientes que tienen los trabajadores en el modo de producción capitalista, la producción de nuevas generaciones de trabajadores se encuentra, ante todo, privadamente a cargo de sus padres” (Iñigo Carrera, 2004, p.29). Por lo tanto, los valores de uso que deben consumir los hijos de la familia obrera hasta alcanzar la edad productiva forman parte del valor de la fuerza de trabajo de los adultos que se encuentran económicamente activos[4]. Por otra parte, dadas las diferencias entre la cantidad de hijos de distintas familias obreras (y teniendo en cuenta que un obrero con más hijos tiene una fuerza de trabajo más cara), se generarán una serie de formas concretas destinadas a garantizar la reproducción normal de las familias con más hijos. Al capital individual le resulta indiferente la cantidad de hijos que cada familia produzca, dado que no serán necesariamente ellos sus reemplazantes inmediatos. De esta forma, aparecen regulaciones directas, atributo del capital total de la sociedad a través de su representante, el Estado, como la imposición de una asignación que tiene un monto definido por cantidad de hijos (Iñigo Carrera, 2008).

Al mismo tiempo, en los albores del capitalismo, cuando la esperanza de vida era muy baja y la mortalidad infantil muy alta, se requería de una producción casi constante de hijos a lo largo de la edad reproductiva de la mujer, que la confinaban a la reproducción biológica al interior del hogar, ya que el tiempo de embarazo, de trabajo de parto, y otros, en tanto les impedían participar en continuo del proceso productivo, se convertían en una traba para la valorización permanente de capital. En cambio, en virtud de su superioridad física relativa[5] y el carácter poco científicamente controlable del trabajo centrado en la intervención de la fuerza y la pericia manual del obrero en el proceso de trabajo, el varón quedaba determinado como vendedor casi exclusivo de fuerza de trabajo. Así se constituye la familia como ámbito privilegiado de reproducción biológica, en el cual priman las relaciones directas entre los miembros del hogar[6]:

«Dalla Costa señala que lo que el ama de casa produce en la familia no son simplemente valores de uso, sino la mercancía ‘fuerza de trabajo’ que el marido puede luego vender como un trabajador asalariado ‘libre’ en el mercado laboral. Ella dice claramente que la productividad del ama de casa es la precondición para la productividad del trabajador asalariado (masculino). La familia nuclear, organizada y protegida por el Estado, es la fábrica social donde se produce esta mercancía ‘fuerza de trabajo’. Por lo tanto, el ama de casa y su trabajo no están fuera del proceso de la producción de plusvalía, sino que constituyen la base misma sobre la cual este proceso puede comenzar» (Mies, 1994, p.49).

De esta forma, los medios de vida que las mujeres (determinadas como esposas y madres) requieren para su reproducción entran, al igual que el de los hijos, en el valor de la fuerza de trabajo del varón adulto.

En este punto, aparece un debate recurrente en la literatura feminista que consiste en la propuesta de un “salario para el ama de casa”. Las autoras que se identifican dentro de esta propuesta política plantean:

“(…) el análisis que Marx hizo del capitalismo se ha visto lastrado por su incapacidad de concebir el trabajo productor de valor de ningún otro modo que no sea la producción de mercancías y su consecuente ceguera sobre la importancia del trabajo no asalariado de las mujeres en el proceso de acumulación capitalista. Obviar este trabajo limitó la comprensión de Marx del verdadero alcance de la explotación capitalista del trabajo y de la función que el salario desempeña en la creación de divisiones dentro de la clase trabajadora, comenzando por la relación entre mujeres y hombres. Si Marx hubiese reconocido que el capitalismo debe apoyarse tanto en una ingente cantidad de trabajo doméstico no remunerado efectuado en la reproducción de la fuerza de trabajo, como en la devaluación que estas actividades reproductivas deben sufrir para rebajar el coste de la mano de obra, puede que se hubiese sentido menos inclinado a considerar el desarrollo del capitalismo como inevitable y progresista” (Federici, p. 154).

Desde la perspectiva aquí planteada, y prestando atención al contenido del salario, es decir, el valor de la fuerza de trabajo, esta propuesta no tendría lugar. En tanto las “amas de casa” realizan un trabajo directamente social, no producen ni venden ninguna mercancía, por lo que no encierran valor. De esta manera, no puede haber un salario para ellas, dado que no hay valor de la fuerza de trabajo que en el salario se esté expresando. Como explicamos en este texto, esto no quiere decir que se encuentren al margen del proceso de acumulación de capital, por el contrario, se encuentran en la base del mismo, contemplado en el salario del varón trabajador.

Justamente por su exclusión de la venta inmediata de la fuerza de trabajo, las mujeres y los niños aparecen como individuos “no libres”, en tanto están sujetos a las relaciones de dependencia personal con respecto al varón adulto vendedor de fuerza de trabajo. Esto es lo que a la economía feminista le aparece como la falta de autonomía de las mujeres, y es una de las explicaciones recurrentes de la violencia de géneros, como mecanismo de reproducción de la división sexual del trabajo (Mies, 1994).

Respecto de las necesidades de producción original de la fuerza de trabajo, nos encontramos con que la formación de la subjetividad productiva individual en el modo de producción capitalista es de una complejidad creciente. En un primer momento, se requería que la formación de la fuerza de trabajo tenga lugar, principalmente, al interior del hogar. A medida que avanza el desarrollo de la producción de plusvalía relativa, la formación de la futura fuerza de trabajo pasa a adquirir progresivamente un carácter social general y se desarrolla la escolaridad formal, pero todavía sin poder prescindir totalmente de las relaciones directas (padre y madre) en ese proceso. Por lo tanto, aquí aparece la determinación del rol de la mujer en tanto cuidadora y formadora de la subjetividad de los niños[7]. Por otro lado, conforme avanza el desarrollo de las fuerzas productivas, se va determinando la necesidad de un obrero con una subjetividad productiva tal que le permita poner acción un trabajo más complejo. De esta forma, en el valor de la fuerza de trabajo del varón adulto no entran sólo los medios de vida que le permitan reproducir la condición vital del hijo en cuanto tal, sino aquellos que le permitan adquirir los atributos productivos necesarios para el despliegue de aquel tipo de trabajo, principalmente, los costos de educación.

Considerando lo planteado hasta aquí, podemos afirmar que la determinación de la familia obrera, lejos de ser un resabio feudal o una estructura patriarcal ahistórica, se determina por la propia acumulación de capital, y a su medida. No es una estructura pre- existente funcional a la valorización de valor, sino que es el propio desarrollo de la plusvalía relativa el que la produce. Si bien la forma de la familia trabajadora se presenta como igual a la de modos de producción previos, su contenido es radicalmente transformado por el capitalismo. Más aún, no sólo la familia obrera y la división sexual del trabajo que implica, sino también los mismos géneros y sexos son producto del capitalismo[8].

A lo largo de este apartado hemos trabajado la con situación hipotética en la cual la división sexual del trabajo era tajante, es decir, que sólo los varones eran vendedores de fuerza de trabajo y las mujeres se encargaban de la reproducción biológica y la producción de fuerza de trabajo al interior del hogar[9]. De esta forma, la determinación promedio del salario familiar se encontraba portada únicamente en el promedio del salario individual del obrero varón adulto, que incorporaba a la esposa y a los hijos. En el apartado siguiente plantearemos que esta situación se ve revolucionada a partir de las transformaciones en la materialidad del proceso productivo que tienen lugar en el desarrollo histórico del capitalismo.

  1. Determinación del valor de la fuerza de trabajo a partir de la incorporación de la maquinaria[10]

Incluso si en los albores del capitalismo hubiera existido una división sexual del trabajo férrea, con el advenimiento de la maquinaria, ésta empezaría a verse trastocada. La incorporación de la maquinaria revoluciona la materialidad del proceso de trabajo quitando la herramienta de la mano del obrero y haciendo superflua la fuerza física de ciertas porciones del mismo, permitiendo “(…) emplear obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en cambio, una gran flexibilidad en sus miembros” (Marx, 2011, p. 323). Con esto, irrumpen la mujer y los niños como vendedores de fuerza de trabajo. Para poder hacerlo, se requiere de un cambio formal, expresión necesaria de aquella revolución en las fuerzas productivas, que transforme la conciencia y la voluntad de la mujer para que deje de ser un individuo “no libre”. Del mismo modo que el varón adulto no fue siempre libre y ha ido adquiriendo su libertad formal, es decir, su libertad como forma de su conciencia enajenada en el capital, en el desarrollo histórico la mujer atraviesa un proceso similar[11]. En un primer momento, comienza a adquirir su libertad formal, pero restringida a las relaciones jurídicas privadas, para la compra-venta de mercancías. El carácter de libre para las relaciones jurídicas públicas, es decir, el carácter de ciudadano, será adquirido mucho más adelante.

Esta determinación se ve transformada con la venta de la fuerza de trabajo de toda la familia obrera. El valor de la fuerza de trabajo de la familia obrera se distribuye ahora entre más de uno de sus miembros, generando una reducción del salario del varón adulto lo cual, a su vez, genera una liberación de plusvalía, dado que permite expandir la cantidad de obreros y el grado de explotación de cada uno (al tener un valor individual menor).

Teniendo en cuenta que el proceso de compra-venta de la fuerza de trabajo, como toda compra-venta de mercancías, se realiza de manera privada y atomística, la forma normal de regularlo es de manera indirecta. Esto es así, ya que el capital total de la sociedad no tiene forma de dirimir la condición individual de cada vendedor de fuerza de trabajo, por lo cual, la regulación del proceso se realiza justamente a la inversa, es decir, borrando las singularidades, imponiendo una norma bajo la forma de un promedio. Dado que la condición normal sigue siendo que una cantidad relativamente mucho mayor de varones adultos se comporten como vendedores de fuerza de trabajo, el promedio del salario de los varones tiene que ser mayor al de las mujeres. Esto se debe a que el primero presupone la manutención de la mujer, que en su generalidad no trabaja; mientras que el segundo no supone la manutención del varón, dado que en su generalidad sí trabaja. En esto, encontramos una explicación del por qué de la existencia de brechas salariales que supera la apariencia de la discriminación por ser mujer.

De esta manera, en una familia obrera donde los dos adultos sean vendedores de fuerza de trabajo se está en camino de recibir el valor íntegro; en una familia donde sólo el varón sea vendedor de fuerza de trabajo faltará una suma para la reproducción normal; por último, en una familia obrera donde sólo la mujer sea vendedora de fuerza de trabajo, se estará lejos de lograr una reproducción normal. Por este motivo y dado que, a aquella altura del desarrollo del modo de producción capitalista, la generalidad de las familias se encontraban en una situación como la segunda, el representante del capital total de la sociedad, el Estado, pondrá en acción una serie de formas concretas destinadas a paliar esa pequeña falta de ingreso, es decir, a resolver de manera directa todo lo que escapa a la regulación indirecta (el promedio). Un ejemplo claro de esto lo constituye que el salario familiar era por esposa y no por cónyuge, o que la duración de las licencias por maternidad era muy superior a la de las licencias por paternidad.

 

  1. Transformaciones de la determinación del valor de la fuerza de trabajo a partir de los cambios en la organización mundial de la producción desde mediados de los años setenta

Los cambios que a partir de la década del setenta se suceden en la organización mundial de la producción abren un proceso permanente de transformaciones en el capitalismo. La automatización de la maquinaria y la robotización del montaje revolucionaron profundamente la materialidad del proceso productivo. En primera instancia, porque profundizaron todavía más la simplificación del trabajo que previamente requería de la pericia manual del obrero, así como de aquel realizado por el obrero “apéndice de la maquinaria”. Este proceso, en el cual incluimos el desarrollo de las telecomunicaciones y las nuevas formas de transporte, permiten la segmentación y relocalización del proceso productivo, posibilitando la producción parcial o total de bienes de uso sin que la distancia con el “mercado de consumo final” siga siendo un factor de peso. Se transforma así la “división internacional del trabajo”, lo cual acarrea fuertes cambios en relación al mercado de trabajo al interior de los distintos ámbitos nacionales de acumulación de capital.

Esta situación, a su vez, configura un nuevo escenario que posibilita la inserción masiva de las mujeres en el mercado laboral, profundizando la situación configurada con la incorporación de la maquinaria. Se pueden identificar, a grandes rasgos, tres situaciones estilizadas de venta de la fuerza de trabajo femenina.

Por un lado, la simplificación del proceso productivo permite el ingreso a la producción de porciones de la clase trabajadora con nula o muy baja calificación, al tiempo que elimina la fuerza física como una condición para el desarrollo de esas tareas. El rol tradicional de las mujeres en la producción y reproducción de la fuerza de trabajo en el ámbito doméstico las convierte en candidatas idóneas para asumir este tipo de ocupaciones, al presentar niveles de salarios y de organización sindical mucho menores que los varones, y sin poseer ya, diferencias sustanciales en cuanto a la capacidad de realización de dichos trabajos simplificados, al haber sido eliminada la fuerza y la pericia manual del obrero. El gran desarrollo de las maquilas en México, y otros países de Centroamérica da cuenta de esta situación. Distintos trabajos han discutido las paupérrimas condiciones de inserción de las mujeres en este tipo de trabajos remunerados.

Asimismo, en los países centrales, las mujeres entran con más vigor al mercado laboral actuando como un factor diferenciador de la clase trabajadora, incorporándose en los trabajos simples que las condiciones técnicas no permitieron relocalizar, en virtud de la discriminación salarial de la que son objeto. Esta situación encierra una contradicción, ya que la reproducción de la discriminación en el mercado laboral tenía como base material a la división sexual del trabajo. En la medida en que las mujeres empiezan a ingresar en plenitud al mercado laboral, éstas se empiezan progresivamente a borrar. En otras palabras, el resultado de este proceso implica una tendencia a la homogeneización de los atributos productivos entre varones y mujeres (por ejemplo, a través de la igualación de los años de escolarización) cuyo resultado es la disolución gradual de las diferencias de género como factor diferenciador de la fuerza de trabajo y de la brecha salarial. Sin perjuicio de lo anterior, en la generalidad de los casos comienza a operar una “doble jornada” para las mujeres, que adicionan un trabajo fuera del hogar al trabajo doméstico y de cuidados que siguen realizando.

Por último, la inmigración se vuelve parte de la fragmentación de la subjetividad productiva al interior de los países centrales. Esto determina la entrada de capas de población, muchas veces ilegal, para desarrollar las tareas simples que sus condiciones técnicas no habían permitido relocalizar. Los flujos inmigratorios han alcanzado magnitudes muy importantes y, sobre todo a partir de 1990, han tenido un porcentaje fuerte de mujeres, por lo que se habla de “feminización de las migraciones” (Benería et al. 2012; Federici, 2013). En relación con esto, se generan enormes “cadenas internacionales de cuidado” que vienen a dar respuesta a la “crisis de cuidados” y “liberan” a las mujeres de los países centrales de una parte de los trabajos domésticos y de cuidados al interior del hogar, permitiendo su incorporación en el mercado laboral. Esto ha llevado a la disolución de las familias, generando déficits de cuidados en sus países de origen y ha fomentado la formación de familias trasnacionales. Es decir, las cadenas globales de cuidado, lejos de resolver la “crisis de cuidado” la patean desde los países clásicos hacia los periféricos.

En muchos casos, la literatura especializada plantea que, en cualquiera de las tres situaciones aquí planteadas, la incorporación de las mujeres al mercado laboral tiene como origen la disminución de los ingresos del hogar, produciéndose así un “efecto trabajador adicional o secundario”. Para nosotros, parecería ser que el aumento de la participación económica de las mujeres relacionada con el fenómeno del “trabajador adicional” se debería considerar no como el contenido último del proceso en cuestión, sino el vehículo para la efectiva conformación de la mujer como fuerza de trabajo en el marco de las transformaciones en acumulación a escala global.

A la vez, considerando los tres tipos de situaciones estilizadas de acceso de las mujeres al mercado laboral, es claro que este proceso tiene consecuencias en términos del valor de la fuerza de trabajo. En primer lugar, la norma empieza a dejar de ser que sólo los varones trabajan, por lo que el contenido (siempre familiar) del valor de la fuerza de trabajo deja de expresarse en un salario individual y pasa a expresarse en el salario de más de un miembro del hogar. Por este motivo, al tiempo que se produce una reducción del salario individual de los varones, se produce un aumento del salario de las mujeres para conformar el mismo ingreso familiar. De esta manera, a partir de mediados de los setenta, en conjunto con el aumento de la participación de las mujeres en el mercado laboral, se produce una reducción de la brecha salarial (que todavía persiste) y un cambio en la participación por género de los ingresos del hogar.

Ninguna de estas consideraciones quita el carácter gradual del proceso de socialización del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. Para nosotros, la duplicación del tiempo de trabajo que sufren las mujeres al incorporarse al mercado laboral y no abandonar su tiempo de trabajo de cuidados, implican un momento contradictorio en un proceso que entendemos como estructuralmente progresivo. Es decir, el proceso de homogenización de los atributos productivos de la fuerza de trabajo es lento y requiere de una acción política destinada a socializar crecientemente el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado a través de organizaciones populares como guarderías, lavanderías, comedores, al tiempo de la exigencia al Estado de crear este tipo de instituciones.

Referencias

Benería, L., Deere, D. y Kabeer, N. (2012), “Gender and International Migration: Globalization, Development, and Governance”, Feminist Economics, 18(2), pp. 1-33.

D’Emilio, J. (2006), “Capitalismo e identidad gay”, Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, N°2.

Federici, S. (2013), Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Disponible en http://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Revolucion en punto cero-TdS.pdf

Iñigo Carrera, J. (2004), Trabajo infantil y capital. Imago Mundi, Buenos Aires, Argentina.

Iñigo Carrera, J. (2008), El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia. Imago Mundi, Buenos Aires, Argentina.

Marx, K. (2011 [1867]), El Capital I, Crítica de la Economía Política, Fondo de Cultura Económica.

Mies, M. (1994 [1986]), Patriarchy and accumulation on a world scale. Women in the international division of labour, Zed Books, Londres.

[1]Este artículo presenta de manera sintética lo expuesto en otros trabajos. Para pedirlos escribinos a nuestra página de Facebook BASE_FCE

[2] Esta sección reconoce sus bases fundamentales en Marx (2011 [1867]) e Iñigo Carrera (2008).

[3] La imposibilidad de autosubsistencia es una característica genérica del ser humano en tanto ser social. Aquí nos restringiremos a discutir la forma específica que adquieren los vínculos sociales en el modo de producción capitalista.

[4]“El poseedor de la fuerza de trabajo es un ser mortal. Por tanto, para que su presencia en el mercado sea continua, como lo requiere la transformación continua de dinero en capital, es necesario que el vendedor de la fuerza se perpetúe, ‘como se perpetúa todo ser viviente, por la procreación’. (…) La suma de los medios de subsistencia necesarios para la producción de la fuerza de trabajo, incluye, por lo tanto, los medios de subsistencia de los sustitutos, es decir, de los hijos de los obreros (…).” (Marx, 2011, p. 125).

[5] En este punto no estamos afirmando un carácter natural de la mencionada superioridad física que es, evidentemente, un producto social, histórico y cultural. “La naturaleza humana de los hombres/mujeres no evoluciona de la biología en un proceso lineal, monocausal, sino que es el resultado de la historia de la interacción entre las mujeres/hombres con la naturaleza y entre sí. Los seres humanos no se limitan a vivir, los animales viven. Los seres humanos producen sus vidas. Esta producción tiene lugar en un proceso histórico. En contraste con la evolución en el mundo animal (historia natural) la historia humana es historia social desde el principio.”(Mies, 1999, p.31, traducción propia).

[6] En este trabajo no presentaremos una discusión sobre el origen y necesidad de existencia determinada de la familia obrera. No obstante, reconocemos el carácter históricamente específico de la familia nuclear monogámica heterosexual sustentada en relaciones directas de subordinación que se presentan como su contrario, como la abstracta libre elección. Estos problemas están en el centro de la crítica feminista al capitalismo y esperamos desarrollarlos en trabajos posteriores, así como su dinámica de transformación (sobre la cual esbozaremos algunas hipótesis en este trabajo).

[7] El rol de cuidadora no se restringe al de los niños. Si bien no podremos profundizar al respecto, también incluye a los adultos mayores y a quienes pierden sus capacidades productivas de manera temporal o indefinida.

[8] En este texto no profundizaremos en este debate pero, a nuestro juicio, el principal aporte de la teoría queer  refiere a la puesta en relieve del carácter histórico y social de los sexos y géneros. En el mismo sentido, las/os autores del grupo Krisis, como John D’Emilio, plantean: “Aquí desearía desafiar ese mito [Hablando de lo que llama el mito del “homosexual eterno”]. Yo quiero argumentar que los varones gays y lesbianas no siempre han existido. En cambio, ellos/as son un producto de la historia, y han llegado a existir en un período histórico específico. Su emergencia está asociada al surgimiento de las relaciones capitalistas, ha sido el desarrollo histórico del capitalismo –más específicamente, su sistema de trabajo libre-lo que ha permitido que un gran número de hombres y mujeres a fines del siglo veinte se denominen gays, que se vean a sí mismos como parte de una comunidad de varones y mujeres similares, y que se organicen políticamente sobre la base de esa identidad” (D’emilio, p.3, 2006).

[9] Esta situación es ficticia, siempre hubo mujeres comportándose como vendedoras de fuerza de trabajo.

[10] Esta sección reconoce sus bases fundamentales en Iñigo Carrera (2004 y 2008).

[11]Con los niños la situación no es así. Por lo visto previamente, la formación de la fuerza de trabajo humana requiere de un tiempo de desarrollo biológico y un tiempo de formación de una subjetividad con atributos productivos acordes. La entrada en el proceso de producción antes de alcanzar este momento puede minar la posibilidad de este desarrollo e ir en contra de la reproducción del capital total de la sociedad (Iñigo Carrera, 2004). Por lo tanto, los niños no han adquirido la condición de ciudadanos.

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