Por Laura F. Belli
La igualdad de género en salud es esencial para poder brindar una atención equitativa para todas las personas. Sin embargo, no siempre y en todo ámbito es reconocida como una meta a alcanzar. En parte, esto se debe a la falta de reconocimiento de muchos de los problemas que el modelo sanitario tradicional conlleva en su misma práctica. El más importante de estos problemas quizás sea la falta de perspectiva de género en el diseño y análisis de las estructuras, las investigaciones y las estrategias de atención en salud. Analizar estas cuestiones en detalle sirva para mostrar la necesidad de promover cambios en el área para alcanzar un modelo más justo para todos y todas.
Género y salud
Los determinantes sociales de la salud pueden definirse como las circunstancias en que las personas nacen crecen, trabajan, viven y envejecen. Incluyen el conjunto de fuerzas y sistemas que influyen sobre las condiciones de la vida cotidiana. En definitiva, diferentes circunstancias sociopolíticas, económicas y culturales (como el acceso a agua potable, vivienda digna y atención en centros de salud de calidad entre otros) tienen un gran impacto en la salud de las personas. Las principales causas de las inequidades en salud pueden explicarse a través de estos determinantes y, la gran mayoría, pueden ser evitadas.
Es importante incluir la perspectiva de género en los análisis en materia de salud, porque —al igual que los otros factores que mencionamos—, el género es un determinante estructural clave: establece la existencia de oportunidades diferentes para niñas y niños, mujeres y varones de gozar de una salud óptima y desempeña una función decisiva tanto en la manera en que las mujeres y los varones contribuyen al desarrollo sanitario, como también en la que reciben sus beneficios.
Un enfoque de género en salud se diferencia de un análisis puramente enfocado en el sexo (centrado en diferencias biológicas) ya que busca identificar las diferencias sociales y culturales experimentadas por mujeres, varones y otras identidades, y el impacto que tienen en su relación con la salud. Así, mientras el sexo puede indicar diferentes factores de riesgo o la necesidad de otro tratamiento frente a una misma patología, el género puede determinar diferente posibilidad de acceso a la atención sanitaria, adherencia a tratamientos o impacto de los determinantes sociales y económicos de la salud.
La paradoja del género en salud
En la década de 1970 se puso de manifiesto la existencia de una paradoja que se conoce hoy como “la paradoja del género en salud”. A partir de las revisiones de la bibliografía sobre las diferencias entre los sexos en enfermar y morir, se hizo evidente la existencia de una mortalidad y de una morbilidad diferencial entre varones y mujeres: a nivel mundial, las mujeres tienen mayor expectativa de vida que los varones (alrededor de 73 años para las primeras y cerca de 69 años para los segundos), dato que ha conducido a que algunos defiendan la idea de que son los varones, no las mujeres, quienes se encuentran una situación de salud más vulnerable. Sin embargo, si bien las mujeres viven más, sufren de peor salud. No se puede explicar esta diferencia apelando a un solo motivo: se debe a factores multicausales en relación con diferencias en riegos relacionados con estilos de vida, riesgos biológicos, conductas de salud y enfermedad, diferencias en la utilización de los servicios de salud, etc.
Posteriores investigaciones mostraron también casos en los cuales los varones sufren de peor salud, pero con una mejor supervivencia que las mujeres, pero se trata de casos específicos en los cuales la comparación se limita a un grupo etario particular o a un territorio determinado o, también, a las condiciones socioeconómicas que los atraviesan. Sin embargo, globalmente la paradoja mortalidad/morbilidad (que las mujeres viven más que los varones, pero tienen peor salud) se sostiene, a pesar de existir algunas diferencias en casos aislados.
Cabe remarcar que el género es uno más de todos los determinantes en salud, aunque estructuralmente sea uno de los más importantes. Por ello cuando se realizan análisis dentro de los diferentes grupos, se observan también diferencias entre todas las mujeres con respecto a raza, etnia, edad, nivel socioeconómico, educación, lugar donde habitan, orientación sexual y más.
Sesgos de género en la investigación y la atención en salud
Las elevadas tasas de mortalidad materna (especialmente en países en desarrollo), la falta de acceso a métodos anticonceptivos y asesoramiento en planificación familiar, los embarazos de niñas adolescentes, el aumento de la infección por el VIH en las jóvenes de muchos países periféricos y las elevadas tasas de cáncer cervicouterino, hacen urgente la implementación de políticas públicas con perspectiva de género en salud.
A lo largo y lo ancho del mundo, las mujeres siguen sufriendo desventajas sociales y económicas, con las consiguientes consecuencias para la salud. A pesar de contar con mayores niveles de educación formal (superando en muchas regiones a los varones), este progreso no se refleja en su situación económica: las tasas de ingresos y empleo formal siguen siendo inferiores que las de los varones y ellas trabajan principalmente en el sector informal de la economía. Esta situación de inequidad limita el acceso de las mujeres a la atención de salud de calidad, en algunos casos por encontrarse en países donde no hay atención gratuita, en otros por no contar con seguros de salud, al no tener posibilidad de acceder a un empleo formal.
Las inequidades en salud relacionadas con el género afectan desproporcionadamente a las mujeres pobres, jóvenes y de minorías étnicas. En algunos países, donde las tasas de mortalidad materna son altas (en especial entre las pobres) la brecha en la esperanza de vida de las mujeres y los hombres es también menor, lo que marca una diferencia con las mujeres que tienen acceso a mejores condiciones de salud y desarrollo.
El sesgo de género en la esfera de atención en la salud se pone de manifiesto en el lento (y a veces inexistente) reconocimiento de los problemas de salud que afectan a las mujeres en particular. Quizás el mayor ejemplo de este olvido sea el de la violencia contra las mujeres, su prevalencia y sus consecuencias para la salud física y mental de las mujeres. Se estima que una de cada tres mujeres experimenta alguna forma de violencia de género a lo largo de su vida, lo que tiene un impacto sustancial en su salud. La violencia ejercida por la pareja, por ejemplo, es una causa importante de muerte a nivel mundial, ya que representa del 40 al 60% de los homicidios de mujeres en muchos países y es, además, responsable de gran porcentaje de la mortalidad materna en países como la India, Bangladesh o los Estados Unidos.
Quienes trabajan en el ámbito de la salud (desde médiques hasta administratives) pocas veces cuentan con la capacitación necesaria para identificar situaciones de violencia y articular estrategias para abordar el problema. Y son, a menudo, el primer (y a veces único) contacto que tiene la víctima con alguien fuera de su entorno. Por este motivo, deberían poder contar con los medios para detectar y prevenir nuevas ocurrencias, especialmente en los servicios que las mujeres tienen más probabilidades de usar, como los relacionados con la salud sexual y reproductiva en jóvenes y adultas, y pediatría en el caso de las niñas. Estos espacios son estratégicos para brindar atención, apoyo y derivación a otros servicios.
Pero no sólo las problemáticas de género se encuentran poco trabajadas en el ámbito de la atención en salud, lo mismo sucede en el campo de las investigaciones. A pesar de que hay un reconocimiento de los organismos internacionales de la importancia de incluir la perspectiva de género en las investigaciones en salud, gran parte de los datos estadísticos sobre salud aún no están desagregados por sexo.
Sumado a esto, la ausencia frecuente de mujeres en los ensayos clínicos no permite la correcta generalización de sus resultados a toda la población, con consecuencias negativas para la salud de quienes quedan excluidas: entre 1997 y 2000, el 80% de los medicamentos que fueron retirados del mercado en los Estados Unidos fue por causa de los efectos secundarios que su uso tuvo en las mujeres. Y las investigaciones mostraron que, en la gran mayoría de los ensayos clínicos para probar su seguridad y eficacia, no se había incluido a mujeres.
Un problema adicional puede verse en la composición de las estructuras de salud en el mundo. Desde organismos internacionales hasta ministerios, de grandes hospitales a pequeños efectores de salud, las mujeres están subrepresentadas en las especialidades de más renombre y casi ausentes de los puestos de poder (con excepción de algunas especialidades consideradas “femeninas” como la ginecología y obstetricia, dermatología y pediatría, entre otras). El último número de la prestigiosa revista médica The Lancet ha llamado la atención sobre entornos de trabajo discriminatorios y salarios desiguales para las mujeres que se desempeñan en el campo de la medicina, denunciando la escasez de mujeres en el liderazgo institucional a pesar de la representación excesiva entre los graduados en medicina y en la fuerza laboral de salud global.
No se debe pensar la salud sin el género
Desde hace décadas hay evidencia suficiente para sostener que la falta de equidad de género en materia de salud influye de manera negativa sobre la salud de las mujeres y las niñas. Por ello es menester integrar la dimensión de género en los programas de formación profesional en carreras de salud, en el diseño de investigaciones, en las estructuras de los servicios de salud y, especialmente, en las políticas públicas sanitarias, para combatir las relaciones desiguales de poder que existen entre las mujeres y los varones en el mundo. El bienestar de las mujeres y las niñas, que constituyen la mitad la población, afecta en forma directa al bienestar de toda la comunidad mundial.
El análisis de género en salud —es decir, la atención a la interacción de los factores biológicos y socioculturales— tiene que ir siempre acompañado de la búsqueda de la equidad de género, para garantizar la igualdad entre las mujeres y los varones en relación con su estado de salud, el acceso a la atención sanitaria y la participación laboral en el campo de la salud, eliminando así barreras que son injustas, innecesarias y evitables.