Por Agostina Mileo (a.k.a La Barbie Científica) – editora de la sección ciencia y coordinadora de #MenstruAcción
En las últimas décadas, la influencia de los caracteres biológicos en la elección de carreras científicas en varones y mujeres ha sido objeto de largas discusiones. En 2005, Steven Pinker y Elizabeth Spelke protagonizaron un famoso debate en Harvard, en el que el psicólogo experimental sostuvo que las diferencias biológicas tenían gran peso sobre la elección o no de una carrera científica y la psicóloga cognitiva aseguró que el punto central yacía en la socialización diferenciada entre los sexos. Desde ese entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente. Estudios como el de Lin Bian, publicado en Science en 2017, que identifica que las niñas dejan de asociar la inteligencia a su propio género entre los 5 y los 6 años, aumentan la evidencia acerca del rol que juegan los estereotipos de género para alejar a las mujeres de la ciencia. Otros, como el de Tage Rai de 2018, que muestra que no hay diferencias en las habilidades matemáticas de niños y niñas en edades que van de los 6 meses a los 8 años, señalan que, si hubiera diferencias biológicas que explicaran la sobrerrepresentación masculina en STEM*, estas no serían “innatas”. Todas estas son muestras de cómo la ciencia se revisa a sí misma y busca respuestas para entender por qué hay tan pocas mujeres estudiando física o ingeniería.
Los estudios mencionados abordan esta pregunta indicando que la socialización es clave, que la asociación entre características tradicionalmente masculinas y la habilidad para hacer ciencia condicionan nuestros intereses, y que señalar diferencias biológicas no provee una explicación suficiente, ya que si estas diferencias no existen en la infancia temprana, las chances de que sean producto de nuestras experiencias de vida son altas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los procesos de construcción del género no se dan en privado y no son meramente interacciones familiares, sino que también suceden en el espacio público y, en particular, en la relación que tenemos con las instituciones. Si hablamos, además, de carreras científicas, la escolarización es un proceso central, ya que no pueden darse por fuera del sistema educativo formal. Por lo tanto, también es menester preguntarse qué políticas son necesarias en las instituciones educativas para alentar a niñas y adolescentes a seguir carreras relacionadas con la ciencia.
Dentro del sistema educativo, los exámenes de aptitud han generado grandes controversias. Mucho se ha señalado al respecto, como diferencias en las calificaciones entre países, lo que supondría una diferencia cultural más que biológica, o experimentos que muestran que eliminando el tiempo límite para la entrega de los exámenes los resultados de las mujeres mejoran significativamente. En definitiva, la tendencia apunta a evidenciar que las brechas en las notas obtenidas tiene que ver con el diseño de los exámenes y no con diferencias aptitudinales entre los sexos. Inclusive, en 2018, los indicadores publicados por el Comité Nacional de Ciencia e Ingeniería estadounidense no mostraron diferencias en las calificaciones de varones y mujeres en áreas relacionadas con ciencia y matemática. Sin embargo, en ese país, mientras las mujeres representan el 47% de la fuerza de trabajo total, solo son el 28% en ciencia e ingeniería. Dentro de ese 28%, se observan grandes diferencias entre áreas (las mujeres son el 60% en ciencias sociales, 48% en ciencias de la salud y biológicas, 26% en computación y matemática y 15% en ingeniería). Entonces, dado que las calificaciones por sí solas no parecen funcionar como mecanismo de incentivo ¿qué es lo que pueden hacer las instituciones educativas para mejorar la inserción femenina en las carreras científicas?
En 2018, Microsoft publicó los resultados de un estudio realizado junto a KRC Research en el que se entrevistaron a 6000 mujeres estadounidenses de entre 10 y 30 años para saber por qué, a pesar de los grandes esfuerzos destinados a alentar a mujeres y niñas a seguir carreras en STEM los números siguen igual. La investigación arrojó que las razones incluyen la presión de los pares, falta de modelos aspiracionales, ausencia de apoyo de padres y maestros y una percepción errada acerca de cómo son las carreras STEM en realidad. Por otro lado, también incluye lineamientos para mejorar los resultados de los programas de género y ciencia, a saber:
- Brindar herramientas STEM más interesantes a los docentes, como capacitaciones en impresiones 3D, maquetas o talleres en los que haya que armar y construir prototipos.
- Aumentar la cantidad de mentores y referentes de STEM e involucrar a los padres. Aquellas niñas que son alentadas por su entorno familiar son dos veces más propensas a permanecer en carreras STEM. El estudio encontró que en ciertas áreas, como ciencias de la computación, los padres pueden tener una mayor influencia que las madres, pero son menos propensos a hablar del tema con sus hijas que ellas.
- Generar aulas y puestos de trabajo inclusivos que valoren las opiniones femeninas. Es importante estimar los aportes y las historias de las mujeres que actualmente se desempeñan en STEM.
La cuestión de las mujeres en ciencia requiere un análisis complejo y multicausal, por lo que la pregunta acerca del por qué de la brecha en la participación de mujeres en esta actividad aún está siendo ensayada y posiblemente jamás tenga una única respuesta. Sin embargo, no es cierto que para solucionar un problema primero deban conocerse exhaustivamente sus causas. En este caso, un buen punto de partida podría ser escuchar a las niñas y mujeres y generar mecanismos y herramientas para una mayor contención institucional. Dado que se estima que de acá a 2030 los empleos ligados a la tecnología serán los que experimentarán un mayor crecimiento, incentivar a las mujeres a seguir carreras en estas áreas no tiene que ver sólo con reparar las consecuencias de la discriminación, sino con facilitar su acceso a una mejor calidad de vida.
* sigla en inglés para ciencia, tecnología, ingeniería y matemática