Mercedes D’Alessandro, Magalí Brosio y Violeta Guitart
La evolución de las condiciones de trabajo en la última década fue bastante despareja. Si bien contrastando con 2003 observamos muchísimas mejoras en los indicadores laborales, las mujeres enfrentamos viejos y repetidos problemas que necesitan ser analizados con atención y tratados con políticas específicas.
Si analizamos las estadísticas públicas con perspectiva de género, encontramos que el nivel de desocupación es mayor para las mujeres, como así también el nivel de informalidad. La desigual distribución de tareas en el interior del hogar (las mujeres le dedicamos casi el doble de tiempo al trabajo doméstico no remunerado que los varones) condiciona la actividad e inserción laboral. Cuando hay niños esta situación empeora, la tasa de actividad de las mujeres cae de 54% para mujeres sin hijos a 39% cuando hay más de un menor en el hogar. La persistencia de barreras a la entrada a determinados trabajos y también de ascenso a cargos jerárquicos son sólo algunos ejemplos de elementos que están enquistados en la estructura del mercado laboral.
Todos estos factores contribuyen a que las mujeres ganemos en promedio en Argentina un 27% menos que los varones, lo que se conoce como brecha salarial por género. Esta brecha varía mucho a lo largo de la economía y a lo ancho del país. Las trabajadoras “en negro” ganan un 40% menos que sus pares varones según un informe del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social. La situación resulta aún más grave si consideramos que el sector informal, que se caracteriza por salarios más bajos que el promedio de la economía y en el que no existen garantías sobre el cumplimiento de los derechos laborales básicos (por ejemplo las licencias por maternidad), está compuesto por más de un tercio del total de los trabajadores asalariados. Las mejoras para las trabajadoras en esta situación han sido escasas o nulas: a pesar de la disminución general del empleo no registrado, la brecha salarial entre hombres y mujeres informales se incrementó durante estos años: de 33,9% en 2004 a 39,4% en 2013.
La desigualdad entre los salarios de hombres y mujeres no solo se encuentra influenciada por las condiciones de contratación, también difiere entre regiones. La información de la Encuesta Permanente de Hogares (INDEC) muestra que en algunos puntos del país la brecha es mayor al 30% (Comodoro Rivadavia, Bahía Blanca, Neuquén, Santiago del Estero, entre otras).
Como hemos aprendido en estos últimos años, el crecimiento económico en sí mismo no implica que haya una mejor redistribución del ingreso. Lo mismo ocurre con las brechas de género: necesitamos políticas activas que apunten a modificar una dinámica que en la actualidad restringe las posibilidades laborales de las mujeres. Necesitamos una agenda económica con perspectiva de género.
Columna de Economía Femini(s)ta para suplemento Las 12 de Página 12. Viernes 3 de julio de 2015