En el último trimestre de 2021 las mujeres alcanzaron el máximo histórico de empleo (46,4%) y el mínimo nivel de desempleo (7,7%) desde 2017, pero ¿por qué esto no refleja necesariamente una mejora? Porque, en paralelo, estos récords se relacionan con una reducción de los ingresos reales.
Las mujeres habían alcanzado, entre julio y septiembre del año pasado, un récord en la tasa de actividad de la serie comparable (que comienza en 2017) al superar por primera vez el 50% (50,4%). La tasa se mantuvo en 50,3% en el cierre del año, pero la brecha de actividad entre las mujeres y los varones rondó los 19 puntos porcentuales. Los valores récord se relacionan con la dinámica contracíclica de la fuerza de trabajo femenina. Durante los períodos de crisis se suele hablar del “efecto trabajador(a) adicional”, que refiere a que, frente a la falta de plata más personas salen a buscar trabajo para fortalecer los ingresos.
En otros períodos de crisis el incremento de la participación en el mercado laboral de las mujeres se relacionaba con un alto desempleo: las mujeres se sumaban al mercado laboral buscando empleo pero no lo conseguían. En este caso, en cambio, el incremento de la tasa de actividad se ve acompañada por la suba de la tasa de empleo y la reducción de la tasa de desempleo. Al 4to trimestre de 2021 sólo el 7,7% de las mujeres activas eran desocupadas.
El trabajo no pago
El 70% de quienes realizan las tareas domésticas y de cuidados son mujeres. Esto incluye un abanico de actividades como cocinar, ordenar, cuidar a personas dependientes y no dependientes, hacer las compras y gestionar traslados, brindar apoyo escolar y limpiar espacios. Todas estas actividades consumen horas de los días de la mayoría de las mujeres, dejándolas con menos tiempo para realizar trabajo remunerado (o dedicar al estudio, al ocio o a la organización política y sindical).
Aunque no contamos con indicadores trimestrales de seguimiento del tiempo dedicado al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, ante la merma de los ingresos es esperable que el tiempo dedicado a estas tareas se intensifique, por el reemplazo de consumo de bienes y servicios adquiridos en el mercado por su provisión al interior de los hogares. Este reemplazo puede abarcar el cese de la contratación de empleadas domésticas en los hogares, el reemplazo de consumo de comida elaborada por la elaboración en casa, u otras.
La necesidad de compatibilizar el trabajo doméstico y de cuidados no pago con un trabajo remunerado provoca que muchas mujeres se inserten en empleos con peores condiciones laborales. La crisis no se relaciona tanto con la actividad, que no evidencia una recesión, sino con las condiciones del empleo y los ingresos. El 35,7% de las asalariadas no poseen descuento jubilatorio, es decir, no tienen una relación laboral formal, mientras esta proporción alcanza al 31,3% de los asalariados varones.
Emparejar para abajo no es solución
Respecto a la brecha de ingresos, la diferencia entre el promedio de los ingresos de los varones y las mujeres alcanzó el 24,9%. La brecha de ingresos históricamente ronda el 27%, por lo cual resulta interesante explorar en las causas de su reducción. Durante 2020, hubo un momento en el que la diferencia entre los ingresos de hombres y mujeres parecía reducirse, pero no por una mejora en los ingresos de las mujeres sino porque se estaba “igualando para abajo”: los ingresos de los varones cayeron más que los de las mujeres. En 2021 se evidenció un comportamiento similar, y las mujeres achicaron la brecha de ingreso en relación a los varones, en un contexto en el que todes perdieron poder adquisitivo. Durante 2021 los ingresos aumentaron un 24% en promedio, pero la inflación acumulada en el mismo período fue del 50,9%.
A su vez, cuando miramos la brecha entre trabajadoras y trabajadores informales, la diferencia asciende al 34% porque la desigualdad de género se profundiza con la vulnerabilidad económica.
Las soluciones incluyen cuidados
Para modificar estas estructuras y tener sociedades más igualitarias es esencial revalorizar, reconocer y redistribuir las tareas domésticas y de cuidado, que son las que sostienen nuestras vidas. Para lograrlo, la creación de un Sistema Integral de Cuidados (SIC) que reorganice, profesionalice y garantice ingresos dignos para estas tareas será fundamental. A su vez, es necesario que las políticas se diseñen teniendo en cuenta que las mayorías de menores ingresos se componen de mujeres y que las condiciones en las que esas mujeres se insertan en el mercado laboral son más precarias y volátiles. La desigualdad económica es estructural en nuestra sociedad, pero reducirla es urgente para mejorar la vida de todas, todes y todos.