Por Laura F. Belli y Danila Suárez Tomé
A medida en que las campañas de vacunación contra la COVID-19 fueron avanzando en el mundo, las redes sociales empezaron a llenarse de testimonios que vincularon la inoculación con cambios en el ciclo menstrual. Muchas personas que experimentaron retrasos creyeron que podrían llegar a estar embarazadas. Otras, con un sangrado adelantado, se preocuparon por su salud. Todxs nos preguntábamos lo mismo: “¿será por la vacuna?”. Pero la respuesta no estaba al alcance. La información que nos dieron sobre los efectos secundarios de las vacunas no incluía ningún tipo de alteración del ciclo menstrual. Sin embargo, los cambios estaban ahí. ¿Durarían por siempre? No lo sabíamos ¿Implicarían algún tipo de impacto negativo en nuestra salud? No lo sabíamos. En esta nota exponemos el caso complejo de la relación entre las vacunas COVID-19 y el ciclo menstrual y aventuramos una interpretación de por qué nadie sabía muy bien qué estaba pasando con nuestras menstruaciones.
La vacuna de la COVID-19 y la alteración de los ciclos menstruales
El comienzo de esta historia ya lo conocemos. El 31 de diciembre de 2019, la Comisión Municipal de Salud de Wuhan (China) notificó acerca de una serie de casos de neumonía en la ciudad. Días después se determinó que fueron causados por un nuevo coronavirus, al que se denominó COVID-19. En los meses posteriores, todos los países del mundo entraron en estado de alerta frente a este brote que ya toma forma de epidemia. Se tomaron medidas urgentes para tratar de ralentizar los contagios: restricciones de circulación, cierres de fronteras, intervenciones sobre los sistemas de salud y recomendaciones a particulares en relación con uso de barbijos, higiene de manos, etc. El mundo cambió rotundamente en cuestión de meses. La epidemia se convirtió en una pandemia y nuestra cotidianidad comenzó a girar en torno a este nuevo virus.
Muchos países y empresas se comprometieron con la búsqueda de una solución efectiva que pudiera poner un fin a esta situación y así fue como, a menos de un año de los primeros reportes de la enfermedad, la aprobación y aplicación de diversas vacunas contra la COVID-19 cambiaron el rumbo de la pandemia. Este hecho marca un hito en la historia del desarrollo y aprobación de las vacunas. Generalmente, las vacunas llevan años de investigación y pruebas antes de estar disponibles para su uso. Sin embargo, a lo largo de 2020 y en diferentes regiones del mundo, se produjeron en tiempo récord un gran número de vacunas seguras y efectivas que comenzaron a darnos la esperanza de salir de esta pandemia.
A comienzos de 2022 existen 19 vacunas autorizadas, 9 de las cuales ya están aprobadas y muchas más que están en las últimas fases de prueba. Si bien el virus sigue circulando (y por momentos se producen picos de infecciones en diferentes regiones del mundo), la mortalidad disminuyó notablemente entre quienes recibieron vacunas.
No obstante su seguridad, se contempla que las vacunas produzcan algunos posibles efectos secundarios. Los principales síntomas reportados durante las investigaciones para las vacunas desarrolladas por Pfizer-BioNTech, Sinopharm, Oxford-AstraZeneca, Johnson & Johnson y Gamaleya fueron: molestia o dolor en el lugar de la inyección, fatiga, dolor de cabeza, dolores musculares, escalofríos, dolor en las articulaciones y fiebre, que no suelen durar más de tres días. Sin embargo, y como es esperable cada vez que una droga se utiliza en grandes poblaciones, se fueron descubriendo nuevos efectos secundarios a medida que se difundía su aplicación. Los cambios en la duración y frecuencia de los ciclos menstruales en las personas en edad reproductiva y el sangrado vaginal inesperado podrían ser ejemplos de esto último. Los cambios reportados no suelen durar más de un ciclo o dos y no hay evidencia de que la vacunación contra la COVID-19 afecte negativamente a la fertilidad (aunque sí hay indicios de que la infección con SARS-CoV-2 en varones no vacunados puede estar asociada con una disminución a corto plazo de la fertilidad).
A mediados de 2021, el Instituto Noruego de Salud Pública recibió los primeros reportes de que muchas personas estaban experimentando cambios menstruales después de la vacunación contra la COVID-19. Debido a ello, sumó algunas preguntas sobre alteraciones del ciclo a varios estudios sobre efectos de las vacunas que estaban en curso. En septiembre de 2021, la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios (MHRA) del Reino Unido había recibido más de 30.000 informes de estos eventos como resultado de la aplicación de las vacunas. Como los cambios en la menstruación informados responden a personas que recibieron vacunas de diferente tecnología, lo más probable es que la reacción no sea a un componente específico de alguna de ellas, sino una respuesta inmunitaria a la vacunación¹. De hecho, el ciclo menstrual puede verse afectado por la activación inmunológica en respuesta a diversos estímulos, incluida la infección viral: en un estudio de mujeres que menstrúan, alrededor de una cuarta parte de las infectadas con SARS-CoV-2 experimentó interrupción menstrual.
Ese mismo año, muchas personas en diferentes regiones del mundo comenzaron a compartir (mayormente a través de redes sociales) su preocupación acerca de los cambios en la duración, sangrado intermenstrual, intensidad y/o espaciamiento de sus ciclos menstruales. ¿Por qué no se advirtió acerca de estos posibles efectos secundarios a quienes recibían las dosis de inmunización? La respuesta, tan simple como desafortunada, es que los ensayos clínicos iniciales sobre las vacunas COVID-19 disponibles no recopilaron datos sobre alteraciones del ciclo menstrual. El diseño de estas investigaciones se centró en buscar reacciones como dolores de cabeza o fiebre pero, en relación con la salud (no)reproductiva, el foco principal fue puesto en los posibles riesgos en el embarazo (luego se demostró que las vacunas no afectan negativamente el embarazo ni la lactancia y, además, ayudan a evitar infecciones más graves).
No sorprende que la menstruación no haya sido incluida como factor relevante en el diseño e implementación de los protocolos de investigación de las vacunas. La exclusión de las mujeres y otras personas menstruantes de los estudios de investigación es muy común. En la primera mitad del siglo XX, cuando los ensayos sobre drogas nuevas no estaban regulados, casos como el uso de talidomida y otras drogas aprobadas sin haber explorado su seguridad para uso en este grupo, causaron daños tanto en las personas gestantes como en los fetos. En respuesta a estos errores, y para proteger a esta población, se comenzó a regular de manera más estricta la forma en que se estudian, aprueban y prescriben los medicamentos. Por ello se limitó la participación de mujeres en edad reproductiva de la mayoría de las investigaciones en etapa inicial. En los casos en que sí son incluidas, procesos fisiológicos como la menstruación, son habitualmente dejados de lado como variables a investigar. Debido a esto, sabemos poco sobre cómo las enfermedades afectan a la población menstruante, lo cual puede tener consecuencias potencialmente no deseables.
Un segundo problema —uno que se repite a lo largo de la historia de la medicina— es la falta de credibilidad frente a los reportes de estos efectos. Cuando los medios de comunicación se hicieron eco de los cientos de miles de comentarios alrededor del mundo de personas que habían experimentado cambios en sus ciclos menstruales, la primera reacción de gran parte de los organismos de salud nacionales e internacionales fue negar que hubiera alguna asociación. Esto sorprende, ya que durante los ensayos clínicos, como vimos, no se recopiló información al respecto.
Los reportes individuales, incluso en gran número, no son suficientes para probar que las vacunas están provocando cambios en la menstruación. Un ciclo menstrual saludable es un proceso hormonal complejo que puede variar por muchos factores (como el estrés, cambios en la alimentación, en el sueño, etc). No obstante, el minimizar o negar la preocupación de la población cuando percibe cambios en sus cuerpos solo logra que las personas sientan recelo y desconfianza hacia quienes deben brindar información sobre la seguridad de las nuevas vacunas. Las preocupaciones entre las personas con deseo de gestar sobre una posible asociación entre la vacunación contra la enfermedad por COVID-19 y alteraciones en los ciclos menstruales pueden generar dudas sobre la vacunación (dudas que serían simples de resolver si el tema hubiera formado parte de las investigaciones hechas y hubiera datos disponibles desde el comienzo).
¿Por qué no nos tienen en cuenta?
A pesar de que estas alteraciones en los ciclos menstruales son momentáneas y no presentan riesgos para la salud, este caso es un ejemplo muy interesante de cómo opera la injusticia epistémica testimonial en relación con la credibilidad de ciertos grupos minoritarios. Para entender de qué va esto, nos conviene empezar por registrar qué queremos decir cuando nos referimos a la autoridad epistémica.
La autoridad epistémica es un concepto a través del cual se expresa la carga de aceptación que se le adjudica a un agente o grupo social en lo referido al valor de verdad de sus enunciados. ¿A quién le creemos lo que dice? ¿Por qué le creemos lo que dice? ¿Todas las personas ostentan la misma carga de autoridad epistémica? ¿O algunas personas son más creíbles que otras? ¿En dónde radican las fuentes de la autoridad epistémica? Si bien pudiera parecer que la autoridad epistémica depende exclusivamente de corroborar si lo que decimos es verdadero o no, la realidad es que esto no funciona de este modo: se cuelan factores extra epistémicos que actúan bajo la forma de sesgos inconscientes.
Como resultado de vivir en sociedades que están estructuradas por procesos de discriminación y opresión, tendemos a atribuirles más autoridad epistémica a, por ejemplo, varones blancos cisegénero y heterosexuales de clase media alta, que a mujeres de bajos recursos, personas trans o personas racializadas. Este fenómeno discriminatorio produce creencias que van más allá de agentes individuales, generando, por ejemplo, la creencia de que las personas trans, como conjunto, son menos de fiar en sus enunciados que las personas cis; o que las mujeres, son menos capaces de expresarse en términos racionales por ser demasiado emocionales. Estos fenómenos constituyen casos de injusticia epistémica, un concepto creado por la filósofa feminista Miranda Fricker.
Fricker sostiene que se cometen actos de injusticia epistémica cuando se causa un daño a alguien en su condición específica de sujeto de conocimiento y, por tanto, en una capacidad esencial para la dignidad humana. La injusticia epistémica, entendida de este modo, puede tomar dos formas, la testimonial y la hermenéutica. La injusticia testimonial ocurre cuando se le otorga menor credibilidad a la palabra de un hablante por causa de un prejuicio, mientras que la injusticia hermenéutica refiere a los casos en que una brecha en los recursos de interpretación colectiva pone a alguien en desventaja injusta para otorgarle sentido a sus experiencias sociales (por ejemplo, no tener un nombre para poner en palabras una experiencia específica de violencia de género).
Lo que podemos ver operando en el caso de la desestimación inicial de los testimonios y reportes individuales de alteraciones en el ciclo menstrual posteriores a la aplicación de la vacuna contra la COVID-19 es un claro caso de injusticia testimonial basado en un prejuicio identitario. Las personas que reportaron estas experiencias, es decir, las personas menstruantes, forman parte de diversos grupos identitarios que son tenidos como poco creíbles al menos en el ámbito de la salud: las mujeres, los varones trans, las lesbianas y las personas no binarias, según sea el caso. Pero, además, en este caso en particular también está operando otra causa relevante: el tabú que existe en torno a la menstruación.
Tabú y producción de ignorancia en torno a la menstruación
La sangre menstrual ha tenido a lo largo de la historia un sinnúmero de significados entre mágicos y sobrenaturales que han confluido en la construcción y mantenimiento de un tabú. Las creencias premodernas en torno a la conexión de la menstruación con los ciclos de la luna, las estaciones del año y los ritmos de las mareas cargaron a este proceso fisiológico de fuerzas tanto productivas como destructivas, pero que, en cualquier caso, sobrepasan lo humano y deben ser contenidas, especialmente para protección de los varones cis.
Estas creencias y prácticas fueron mutando a lo largo del tiempo, pero la perpetuación de mitos que hacen al tabú de la menstruación persistieron aún en contextos secularizados. En los orígenes del discurso científico, la maleficencia sobrenatural de la sangre menstrual encontró su paralelo en el discurso de la patologización. La menstruación siguió siendo considerada una marca de diferenciación entre el varón y la mujer que connota una carga de impureza e imperfección. La presencia de la menstruación continuó siendo un recurso para la definición de la mujer como un ser biológicamente inferior y, por lo tanto, también socialmente inferior.
Hoy en día el discurso científico ya no sostiene explícitamente que los cuerpos menstruantes son biológicamente inferiores. Sin embargo, sí sucede que los discursos culturales, médicos y publicitarios en torno a la menstruación están todavía basados en una manera de experimentarla y gestionarla que toma al cuerpo a-menstrual (considerado como masculino) como el punto de referencia de una presunta normalidad y neutralidad corporal a la cual el cuerpo menstrual (considerado femenino) debe acomodarse. En estos discursos se perpetúa la imagen del cuerpo a-menstrual como norma mediante la idea de que el éxito de toda gestión de la menstruación está definido por la perfección en su ocultamiento y la mejor asimilación posible a un cuerpo masculino presentado como neutro. Como complemento, las vivencias menstruales están teñidas de vergüenza, silencio y culpa ante la portación de un cuerpo considerado abyecto e inferior.
La perpetuación de este tabú tiene efectos nocivos en la población menstruante. Por ejemplo, aún hoy día se reproduce y se sostiene un estado generalizado de ignorancia con respecto a qué es la menstruación y cómo se puede gestionar. La insistencia social en la invisibilización de la menstruación afecta de manera negativa las vidas de las personas menstruantes e impiden tanto su acceso a derechos humanos básicos, como incluso a la propia comprensión de que esos derechos se les están siendo negados.
Desde la epistemología de la ignorancia se ha insistido en que existen casos de ignorancia que son activamente sostenidos o directamente producidos para propósitos de dominación y exclusión. Esta actividad, consciente o inconsciente, de sostenimiento o producción de ignorancia consiste en privar de conocimiento a los sujetos oprimidos respecto de sus propios derechos.
Cuando analizamos los discursos sociales sobre la menstruación, nos encontramos con la perpetuación de una producción de ignorancia con respecto al propio cuerpo de las personas que atraviesan este proceso y los modos de afrontarlo, sumado a una creencia sostenida de que es necesario no hablar del tema, que es algo íntimo que en todo caso se conversa entre madres e hijas en el momento del primer sangrado, para reforzar su carácter privado.Pero no sólo el silencio es social, sino que también se reproduce en las esferas de lo científico y de lo estatal, afianzando un lazo de invisibilización que anuda al tabú cultural con la falta de investigación sobre la experiencia de la menstruación y la falta de políticas públicas orientadas a la población menstruante.
En este contexto se asienta el problema de la falta de consideración de la menstruación como un factor relevante a ser analizado en el caso de las vacunas de la COVID-19. La producción activa de ignorancia en torno a la menstruación, sumado al problema de la falta de credibilidad prejuiciosamente asociada a las personas menstruantes, da como resultado que no solo no se nos informe respecto de los posibles efectos secundarios que puede tener la vacuna en nuestros ciclos menstruales, sino que ni siquiera se haya contemplado que esto podía suceder.
¿Qué se está haciendo para resolver el problema?
Aunque los cambios informados en el ciclo menstrual después de la vacunación son de corta duración, la investigación sobre esta posible reacción adversa sigue siendo fundamental para el éxito general de los programas de vacunación. Las dudas sobre las vacunas entre muchas mujeres jóvenes se deben en gran medida a afirmaciones falsas (desinformación, fake news) potenciadas por los miedos de que las vacunas contra la COVID-19 podrían perjudicar sus posibilidades de embarazos futuros. No tomar seriamente los reportes de cambios menstruales después de la vacunación alimenta estos temores y contribuye a la reticencia a la vacunación. Por otro lado, si se llegara a confirmar un vínculo entre la vacunación y los cambios menstruales, esta información permitiría a las personas planificar su salud sexual y (no)reproductiva teniendo en cuenta la posible alteración de los ciclos.
Como mencionamos al inicio, algunos países como Noruega o el Reino Unido comenzaron a investigar sobre este tema hace tiempo. En Estados Unidos, dos antropólogas, Kate Clancy y Katharine Lee, realizaron una encuesta y recopilaron durante seis meses más de 140.000 informes de personas que manifiestan haber notado estos efectos después de la vacunación. En este momento se encuentran en el periodo de procesamiento y análisis de los datos obtenidos y trabajando en una encuesta de seguimiento. En Argentina, la Sociedad de Ginecología Infanto Juvenil (Sagij) lanzó una encuesta para recolectar testimonios y avanzar en una investigación sobre estos cambios.
Mientras esperamos la evidencia definitiva (que, como toda investigación compleja, lleva tiempo para obtener resultados confiables) podríamos aprovechar para preguntarnos: ¿no deberían lxs profesionales de salud advertir acerca de estos posibles efectos? ¿No deberían las agencias sanitarias nacionales registrar estos cambios? Eso permitiría proporcionar datos más completos, pero también asegurar a las personas sus preocupaciones sobre la seguridad de las vacunas se toman en serio, generando confianza.
Es necesario comprender que los efectos de las intervenciones médicas sobre la menstruación no deben ser una idea “de último momento” en futuras investigaciones. Los ensayos clínicos brindan el entorno ideal para diferenciar entre los cambios menstruales causados por intervenciones de los que ocurren de todos modos, pero es poco probable que las participantes informen cambios en los períodos a menos que se les pregunte específicamente. Se debe solicitar activamente información sobre los ciclos menstruales y otros sangrados vaginales en futuros ensayos clínicos, incluidos los ensayos de vacunas contra la COVID-19.
¹ Esto no es un hecho poco común. La vacunación contra el virus del papiloma humano (VPH), por ejemplo, también se ha asociado con cambios menstruales.