Por Laura Oszust*
Esta es la consigna que el colectivo feminista vuelve a poner en el tapete. Luego de los paros de trabajadoras argentinas del 19 de octubre de 2016 y del 8 de marzo de 2017, una nueva huelga se aproxima.
Este paro se da en un contexto de fortalecimiento de la agenda feminista en la arena política (la despenalización del aborto será prontamente discutida en el Congreso) y mediática (los debates sobre feminismo, salud y trabajo tiñeron de violeta el prime time), pero en un escenario donde el ajuste, la precarización laboral y la represión a cualquier protesta se han recrudecido. Las que más sufren estas medidas económicas suelen ser las mujeres, quienes ganan 27% menos que los hombres, tienen los trabajos más precarios y una doble jornada laboral dado que, como sostiene la encuesta realizada por el INDEC en el año 2013 sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo, las mujeres le dedican el doble de horas que el hombre al trabajo del hogar. Estas son sólo algunas dimensiones que cotidianamente se ocultan o están tan naturalizadas que no se las pone en cuestión.
Otro punto interesante a considerar en este contexto es la mujer, no sólo como trabajadora, sino como militante gremial, porque en tiempos de despidos y cierres de empresas, las mujeres también toman la posta. Uno de los casos más resonantes del 2017 fue el de la empresa alimenticia Pepsico. La principal referente de esa lucha es su delegada, Catalina Balaguer, una trabajadora con más de 20 años de experiencia en la fábrica. En la planta de Pepsico ubicada en Florida, lxs trabajadores se encontraron con un cartel en la puerta en el que les informaban que estaban despedidos y que llamaran a un 0800 para más detalles. La empresa no registraba pérdidas, pero en aquella planta se había consolidado una comisión interna opositora al sindicato de Rodolfo Daer (titular del sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación y triunviro de la CGT) y quería aprovechar para cerrarla y trasladar toda su producción a Mar del Plata. Con dos hijas de 11 y 7 años y la responsabilidad de ser el único sostén de hogar, Catalina se puso al hombro su casa y la pelea por las reincorporaciones.
Los embates políticos y económicos también sacudieron al ámbito público. Laura Bogado es trabajadora administrativa del servicio de endocrinología del Hospital Posadas, lugar donde despidieron al servicio de enfermeras y que respira aires privatistas. Hace 8 meses que a las enfermeras les quitan el 80% de su sueldo como represalia por negarse a extender su jornada laboral de 10 a 12 horas. El Juzgado Federal en lo Contencioso Administrativo Nº 2 de San Martín recibió el amparo presentado por lxs enfermerxs y resolvió que esa resolución del hospital era “nula e inconstitucional”. Las malas condiciones laborales y la ilegalidad quedan expuestas también en los contratos: «yo tengo el ‘contrato Posadas’ de supuesta renovación automática que encubre una relación de dependencia, porque cuando se vence debo presentar los papeles de nuevo como si fuera por primera vez», denuncia Laura.
Los medios de comunicación tampoco observan la situación desde afuera. Silvia Martínez Cassina comenzó a trabajar en los medios en 1983 y desde hace un año es delegada de TN-Artear, luego de que en 2008 lxs trabajadores recuperaran la comisión interna. Allí, la precarización tiene cara de progreso técnico: «Hay despidos. Con el argumento de las nuevas tecnologías, hoy una persona hace el trabajo de cinco».
Mujeres trabajadoras
En 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras en Copenhague, se aprobó la designación del 8 de marzo como día internacional de la mujer trabajadora. Este día conmemora a todos aquellos movimientos de mujeres que pelearon y pelean por sus derechos. La elección de esta fecha no es casual: marzo es un mes históricamente feminista. El 8 de marzo de 1857 un grupo de obreras textiles de Nueva York salió a la calle a protestar por sus condiciones laborales y fue brutalmente reprimido; el 5 de marzo de 1909 las trabajadoras de la Compañía de Blusas Triangle, también en Nueva York, realizaron una huelga exigiendo igualdad salarial, una disminución de la jornada laboral a 10 horas y un tiempo para poder amamantar a sus hijxs. Tras el fin de la huelga en 1910, el 25 de marzo de 1911, 146 trabajadoras murieron quemadas por un incendio en la fábrica.
A pesar de estas batallas, con el paso de los años el “día de la mujer trabajadora” se redujo a «día de la mujer», abstracción funcional al patriarcado patronal, que más de cien años después continúa reproduciendo este discurso a la perfección.
Con este trasfondo, Catalina relata lo que pasaba en Pepsico los 8 de marzo: «La empresa regalaba neceser, alicates y jabones. Nos trataban como sucias». Pero no sólo la empresa hacía esto: «El sindicato nos regalaba plantas o flores. Por un lado te regalaban flores o bombones y por el otro te sometían al maltrato y a malas condiciones de trabajo». En cambio ellas proponían otras actividades: «Pensábamos jornadas con las trabajadoras con los fondos que juntábamos nosotras, no había discriminación entre planta o tercerizadas».
En el caso del Posadas las trabajadoras también organizan jornadas. Los 8 de marzo se juntan las compañeras en el hall central para dar curso a una acción de visibilización de las mujeres. Ven que el sindicato no las representa ya que “la Secretaría de género sólo hace talleres de pintura”.
A pesar de que existe una ley de cupo sindical desde 2002 que establece que tiene que haber una participación de un mínimo de 30% de mujeres en los cargos electivos y en las comisiones negociadoras, según un informe realizado por el Ministerio de Trabajo de la Nación en 2016 sólo un 18% de Secretarías, Subsecretarías y Prosecretarías estaban a cargo de mujeres, y un 74% de esos puestos son de actividades que se consideran como «propias de mujeres». Ante esta falta de acceso, Martínez Cassina sostiene que «hay que dejar de pedir permiso para participar, nos cuesta porque tiene un costo emocional y físico a nivel de la patronal, y a los compañeros a veces les cuesta dar ese espacio».
En tiempos de all male panels, los medios también reflejan el dificultoso acceso de las mujeres a determinados puestos de trabajo. Martínez Cassina puede dar testimonio de eso: «En Artear, en conducción hay un 50% de hombres y un 50% de mujeres, en edición dos mujeres, en cámaras y deportes cero, en móviles diez hombres- seis mujeres. En servicio meteorológico recién ahora son dos mujeres». La imagen sigue siendo importante por eso «siguen estando delante de cámara porque estéticamente compensa. A la mujer se le exige más ser linda y dar bien en cámara».
Ante estas paredes de cristal y estos obstáculos, la idea es no quedar separadas, unirse dentro de los lugares de trabajo y con otras compañeras. «Cuando me aislo hay algo que no estoy pudiendo combatirme», confiesa Laura. Su pareja también trabaja en el hospital y fue despedido. Ante esta situación sus compañeras se acercaron para ofrecerle ayuda para cuidar a su hija o hacer cosas de la casa, porque eso que llaman amor, todavía está relegado a las mujeres.
Maltrato laboral
El maltrato de arriba hacia abajo para con las mujeres está a la orden del día: «Una noche un directivo se acercó a las enfermeras que habían presentado el amparo y les dijo que era una pena que hayan presentado un amparo porque trabajaban todas bien, que eso de pelearse con la dirección les salió mal y lo lamentaba mucho porque eran buenas trabajadoras», con un evidente cinismo. «En los hospitales las mujeres viven una doble opresión como trabajadoras y mujeres. Todas, pero más las enfermeras, tenemos que tener vocación de servicio, ser madres, novias, consejeras, todo lo que se asocie a nuestros roles», dice Laura describiendo este circuito de reproducción del statu quo patriarcal.
En Pepsico, Catalina relata que «los turnos que tenían las mujeres eran, a veces, de 16 horas, con 30 minutos para comer, un descanso de 15 minutos y correr para ir al baño». El destrato era total: «Las compañeras que estaban embarazadas eran despedidas, por eso algunas llegaban a fajarse para que no se les notara». A esto se le sumaba la existencia de coqueteos/acoso y abusos de parte de supervisores y personal jerárquico.
Silvia Martínez Cassina sufrió una amenaza a días de la segunda convocatoria Ni Una Menos. En el noticiero que conduce, luego de que su compañero Luis Otero saludara a las Juanas en el día de Juana de Arco, ella añadió «Y que siga su lucha». Al día siguiente en la sección Los Replays del suplemento de espectáculos del diario Clarín, describieron la situación rematando con: «Ojo con la lucha Silvia, mirá que esa Juana de la que hablan terminó quemada en la hoguera». Consultada por este hecho, la periodista sostuvo que la atacaron por su perfil: «Si bien no era delegada, mi compromiso existía. Fue un jefe de sección, así que no fue nada ingenuo ni inocente. Dentro del marco del Ni Una Menos no fue un comentario feliz, fue misógino y amenazante». El autor, Walter Domínguez, publicó unas tibias disculpas: «El texto, que tenía pretensión de chiste, fue considerado ofensivo por Martínez Cassina. Aunque no haya sido mi intención ofenderla, lo hice». «Las disculpas no me dejaron satisfecha pero por lo menos acusaron recibo de la situación. Uno va fijando límites, y es decir ‘conmigo no'».
Esta es la punta del iceberg. La comisión interna de Artear realizó en 2017 una encuesta de maltrato laboral que dio el siguiente resultado: el 44,4% de las mujeres contestaron que reciben un trato distinto en relación al de sus compañeros hombres, el 58,5% de los encuestados (hombres y mujeres) respondieron que hay discrecionalidad en los sueldos por género, más del 50% de los consultados sufrieron maltrato laboral y el 16,7% afirmó haber sufrido acoso en el ámbito laboral. Hoy la diferencia salarial de género en Artear es de entre un 20 y un 30%.
Unidas y organizadas
El paro de mujeres del 8 de marzo se vislumbra como una convocatoria masiva e imponente. Para muestra basta un botón: la primera asamblea para organizar el 8M iba a tener lugar dentro de la Mutual Sentimiento, pero al ver que eran más de 1000 mujeres, lesbianas y trans se decidió trasladarla al galpón que se encuentra al lado.
De cara al paro, Laura dice que, como siempre, van a participar de la marcha y que «lo lindo de estas fechas emblemáticas es que todas las mujeres bajan al hall central y hacen acciones artísticas, llaman a los pacientes. Hay compañeras que cantan, que recitan. Son actividades que convocan».
Para Catalina también será un día de lucha, se juntarán las compañeras y compañeros para ir a la marcha y realizar actividades con trabajadorxs de otras empresas, como Fanazul (Fabricaciones Militares) que tiene actualmente más de 200 despedidos. «Para mí es enorme ver nuestras luchas con ojos de una mujer decidida y comprometida. Entendiendo también que nuestra lucha como mujeres no es de género sino de clase. Basta con sólo mirarnos para ver que la igualdad ante la ley no es la misma que ante la vida», afirma con orgullo Catalina.
Desde los medios también las mujeres harán oír su voz. Silvia va a parar pero destacando que hay libertad de acción; sabe que todavía hay mucho que trabajar con otras compañeras para dar pelea: «Como delegada gremial voy a tener una escucha muy atenta de mis compañeras porque algunas quieren parar pero tienen temor a represalias, a que las llamen ‘combativa’ o que viene del sindicato. Aún hoy todo eso tiene mala prensa, en un contexto en el que hay políticas empresariales y del gobierno que asocian lo gremial con mala palabra». El 8 harán una actividad en la redacción con las compañeras, porque «el gran desafío es perder el miedo y animarnos a reclamar lo que nos pertenece que son nuestros derechos».
El 8M se marcha para reclamar lo que les pertenece a las mujeres, por los derechos que todavía no tienen, como el aborto legal, seguro y gratuito, por derechos que son vulnerados, como la doble jornada laboral, la paridad salarial, laboral y sindical, el cupo laboral trans, la violencia de género, el abuso de poder, y para derribar las estructuras de cristal que sirven de estrategias para no dejar avanzar la marea feminista.
Que la sociedad tenga en cuenta que la mujer es una trabajadora y que sufre por su condición de mujer y de clase es importante para romper con los roles biológicamente asignados y con la percepción de que la figura del trabajador tiene un rostro masculino. La lucha que llevan a cabo mujeres como Catalina, Laura y Silvia sirve para quebrar ese sistema que nos deja afuera.
*Comunicadora social y periodista