Por: Lola Fainsod, Clara Hayes, Delfina Núñez y Celina Santellán
Terminó el año y, aunque sobran economistas que presentan un panorama esperanzador, quienes viven de su trabajo enfrentan una situación crítica. El segundo y tercer trimestre de 2024 continúan la tendencia recesiva en términos de ingresos de los primeros tres meses del año. Tras la pérdida de poder adquisitivo entre diciembre y abril —con índices de inflación mensual ubicados entre los 25 y los 11 puntos— la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso se refleja en mayores tasas de actividad y empleo, relacionadas a su vez con una mayor tasa de subocupación. Es decir, hay una mayor cantidad de personas que ya tienen un empleo, pero están buscando trabajar más horas. Y sí, no hay ingreso que alcance.
La tasa de actividad aumentó en la primera mitad de año pero volvió a caer en el tercer trimestre, tanto para mujeres como para varones se ubicó por debajo de los niveles registrados en el mismo período de 2023. Por su parte, la tasa de empleo alcanzó el 47,9% para las mujeres y un 66,2% para los varones. En ambos casos, el porcentaje de personas que acceden al empleo es inferior a los del año anterior. La brecha de género en la participación laboral se mantiene constante, con una mayor participación de varones en el mercado de trabajo. Este fenómeno se explica, en parte, por la distribución desigual de los trabajos domésticos y de cuidados: las mujeres destinan casi el doble de tiempo que los varones a estas actividades, lo que limita su participación en el mercado de trabajo.
De manera preocupante, la tasa de desocupación aumentó 1,2 puntos porcentuales entre el tercer trimestre del 2023 y el mismo periodo de 2024, alcanzando al 6,9% de las personas ocupadas. Al desagregar el dato entre mujeres y varones para el mismo periodo, se observa que el aumento fue mayor en la tasa femenina (de 6,3% al 7,9%) en comparación con la masculina (del 5,3% al 6,2%).
La subocupación, que mide a las personas que trabajan menos de 35 hs semanales y están disponibles para trabajar más, alcanzó el 11,4% en el tercer trimestre de 2024, 1,1 puntos porcentuales por encima del mismo período en 2023. Particularmente, hubo un aumento en la subocupación demandante, con un aumento interanual de 1,3 puntos porcentuales. Este contexto refleja, en parte, que el ingreso salarial no es suficiente para cubrir las necesidades básicas, lo que contribuyó a un claro aumento en esta tasa en 2024.
La pérdida de poder adquisitivo, que es tangible en el día a día y viene acumulándose en los últimos años, también se evidencia en el índice de salarios que publica el INDEC. Entre septiembre de 2023 y septiembre de 2024, el indicador, que mide la evolución del poder de compra de los ingresos laborales en relación a la variación de la inflación, muestra una caída de casi 7 puntos porcentuales. Sin embargo, este indicador no presenta datos totalmente representativos de la evolución de los salarios, sobre todo cuando hablamos del sector informal, donde los ingresos enfrentaron una evolución aún más desfavorable.
Además de la pérdida de poder adquisitivo, el “salario bolsillo”, es decir, el ingreso disponible con el que cuentan las personas, disminuyó por el aumento de las tarifas públicas y la quita de subsidios en el transporte. Es decir, más allá de la comparación con la inflación general hay que entender que el peso de los servicios en las cuentas de cada persona hace que el ingreso disponible para el resto del consumo (supermercado, recreación, etc) sea menor.
En promedio, las mujeres perciben ingresos laborales un 27,7% inferiores a los de los varones, pero la situación empeora para las trabajadoras informales, quienes no cuentan con descuentos jubilatorios. Las razones detrás de las diferencias de ingreso entre varones y mujeres son múltiples, y están explicadas en esta nota. Al segundo trimestre de 2023 (último dato disponible), la brecha de ingresos por género para trabajadores/as no registrados/as se encontraba en niveles históricamente altos, en aumento del 35,7% al 38,3% porque si bien la crisis nos golpea en términos generales, siempre tiene un impacto mayor en las mujeres.
Estos fenómenos se explican, en parte, por el aumento de la informalidad, caracterizada por empleos con peores condiciones laborales y menores niveles de remuneración relativa a los registrados, en un contexto de crisis de los ingresos. Adicionalmente, hubo un cambio en la composición general del empleo: los asalariados representaron el 73,1% del total de los ocupados en el tercer trimestre de 2024, una caída de 1,7 puntos porcentuales respecto al mismo período de 2023, mientras que los trabajadores cuentapropistas aumentaron al 23,3%, que significa un aumento de 1,7 puntos porcentuales respecto al mismo período de 2023.
En este contexto, el fenómeno del trabajador pobre se torna cada vez más visible: personas que, a pesar de estar ocupadas, no logran superar la línea de pobreza debido a la precarización laboral, los bajos ingresos y el deterioro del poder adquisitivo. Este problema es especialmente crítico en el sector informal, donde las condiciones laborales suelen ser más desfavorables y los ingresos menores.
Otra tendencia negativa persistente, que es estructural, es que los sectores de menores niveles educativos presentan las mayores brechas de ingreso y condiciones laborales entre mujeres y varones. En contraste, estas brechas tienden a disminuir, aunque sin desaparecer por completo, en niveles educativos más altos.
Entre todos los trabajadores, quienes peor están son las trabajadoras de servicio doméstico: es la rama de actividad peor paga de la economía, la más feminizada y donde, a su vez, más mujeres se insertan —representa casi un quinto del total de la población femenina asalariada—. Este sector cuenta con una cantidad total de trabajadoras y trabajadores casi equivalente al sector del transporte. Los derechos laborales para el sector son históricamente frágiles, y para peor, la evolución reciente es negativa. Los indicadores que determinan las condiciones de trabajo de las mujeres que realizan servicio doméstico reflejan un claro deterioro en las mismas en comparación a un año atrás.
El 76% de las trabajadoras de casas particulares, al segundo trimestre de 2024, no estaban registradas, el peor índice entre todas las ramas de actividad, con un aumento de 2 puntos porcentuales respecto al año pasado. El ingreso mensual promedio en este sector fue, entre abril y junio, de apenas $135.681, mientras que el ingreso horario promedio alcanza los $1.958, ambos muy por debajo de otros sectores. En comparación, las actividades primarias presentaron un ingreso mensual promedio cercano a $900.000, y el ingreso horario más alto (para actividades no especificadas) ronda los $5.300.
Todo lo que fue mencionado muestra que la evolución de la desigualdad refleja tendencias preocupantes. El índice de Gini, un indicador que mide los niveles de desigualdad en los ingresos, a nivel general, muestra un deterioro sostenido. Este coeficiente del ingreso per cápita familiar fue de 0,435 para el tercer trimestre de 2024, por encima del valor de 2023 (0,434), evidenciando un leve aumento de la desigualdad en la comparación interanual.
La situación actual en el mercado de trabajo es mala y desalentadora. Aunque la actividad y el empleo son altos en términos históricos, los ingresos permanecen bajos. La desigualdad entre mujeres y varones se profundiza en la informalidad, y lo mismo pasa con la desigualdad de ingresos a nivel general. El problema no es no tener trabajo, si no que muches trabajan sin ganar lo suficiente. En este escenario, las trabajadoras de casas particulares, que permiten que muchas y muchos otros trabajadores se inserten en el mercado de trabajo y vivan mejor, se siguen llevando el peor lugar en términos de derechos y de ingresos. Si bien la precarización es un fenómeno cada vez más frecuente, afecta de manera desproporcionada a quienes desempeñan labores esenciales para la vida.
La salida que permita superar todas estas situaciones a la vez no parece cercana ni clara, pero probablemente requiera repensar la distribución de los trabajos y su jerarquía en términos de valor económico y simbólico, para que quienes dan los aportes fundamentales para que todes vivamos tengan el reconocimiento y las vidas que merecen. Poner la desigualdad de relieve es solo el primer paso para corregirla. También será necesario debatir sobre qué necesitamos para vivir vidas mejores, y cómo se llega a esos escenarios. Que aumente la cantidad de personas trabajando sin llegar a fin de mes no parece ser la vía.