Por Florencia Bellone
Los avances contra las políticas de género y derechos humanos se intensificaron de manera violenta durante la campaña electoral y el gobierno de Javier Milei al compás de la creciente circulación de discursos de odio, que lejos de ser marginales, se transformaron en políticas de Estado con consecuencias devastadoras para toda la sociedad.
Para lograr su cometido, Milei se suma a la tendencia de los líderes de la derecha global, y logra apropiarse del lenguaje de luchas históricas, tergiversando su significado con el fin de vaciar de contenido los logros alcanzados en materia de derechos humanos. Un claro ejemplo de esto es la manipulación del término Woke (despierto en inglés), que nació en la cultura estadounidense, originalmente para referirse a la conciencia sobre las injusticias sociales, pero con el tiempo se convirtió en una etiqueta despectiva usada por sectores de la derecha para referirse a movimientos progresistas que promueven la igualdad de género, el antirracismo y la ampliación de derechos humanos de las minorías.
Este fenómeno no es un simple error de interpretación, es una estrategia deliberada de apropiación, distorsión y deslegitimación. Para no caer en las trampas del discurso que ya sabemos a dónde conduce, debemos mantenernos despiertos y mantener activa nuestra memoria colectiva.
En el contexto actual, resulta crucial comprender que muchos de los discursos que hoy parecen nuevos, no son más que viejos fantasmas muy presentes en nuestras sociedades, acentuándose con mayor violencia en regímenes autoritarios. En este artículo, haremos un recorrido por los aportes de los feminismos y transfeminismos a la hora de reconstruir nuestra memoria colectiva y ver cómo a través de sus nuevas lecturas ha sido posible ver nuestro pasado desde una mirada transformadora para comprender nuestra realidad el día de hoy.
Ahora las subversivas son las ideas…
Durante el Foro de Davos, Milei aseguró que para ganar la batalla cultural era necesario desterrar el virus mental de la ideología woke y que, hasta no sacarla de la cultura, las instituciones y las leyes, la civilización y la especie humana no podrían retomar la senda del progreso.
De esta manera, Milei habló de “romper las cadenas ideológicas”, para poder retomar los valores judeo-cristianos de Occidente a los que considera como el único marco moral donde prima la libertad individual por sobre la del tirano (que, en sus términos, esto sería el Estado). Es así que presenta al wokismo como el resultado de la inversión de estos valores, como “ideas enfermizas” que fueron introducidas mediante “mecanismos de subversión cultural”.
A lo largo de su discurso se ha declarado en contra del derecho al aborto y contra los derechos humanos de personas de la disidencia sexual y de género mediante la ya conocida narrativa de la ideología de género. Parecería ser que actualmente las subversivas son las ideas, especialmente las de los feminismos, pero como argentinxs sabemos que el término subversivo es un término con una fuerte carga histórica y que su uso no es inocente.
La figura del subversivo fue ampliamente utilizada durante la última dictadura cívico- eclesiástica-militar en nuestro país para nombrar a todas aquellas organizaciones y personas consideradas peligrosas y amenazantes para “los valores de la nación”. Los subversivos fueron considerados el enemigo interno y el adversario ideológico para todo el aparato represivo militar y sus aliados, lo que sirvió como justificación para el diseño y ejecución de un plan sistemático de desapariciones, torturas y asesinatos. Para ello, se les negó su condición de personas y sujetos de derecho, deshumanizándolxs para legitimar la violencia ejercida sobre sus cuerpos.
Tal como señala Pilar Calveiro, el concepto subversivo llegó a utilizarse de una manera amplia, como queda plasmado en los dichos que cita de Videla: «Por encima de todo está Dios. El hombre es criatura de Dios, creado a su imagen. Su deber sobre la tierra es crear una familia, piedra angular de la sociedad, y vivir dentro del respeto del trabajo y de la propiedad del prójimo. Todo individuo que pretenda trastornar estos valores fundamentales es un subversivo, un enemigo potencial de la sociedad y es indispensable impedirle que haga daño.»
En la misma línea, Videla también afirmaba: «El terrorista no sólo es considerado tal por matar con un arma o colocar una bomba, sino también por activar a través de ideas contrarias a nuestra civilización occidental y cristiana.»
La idea de subversión es, evidentemente, muy amplia. Tan amplia que deja afuera a muchas personas, ya que según su ideología, hay una sóla manera de vivir y existir. Así, las personas catalogadas como subversivas claramente no son un grupo homogéneo, sino que abarcan distintos sectores que no encajan —ni encajaban— en el corset de los valores tradicionales occidentales. El punto en común entre estos discursos y los que circulan actualmente radica en la estrategia de construir al “enemigo ideológico” como perverso, enfermo, anormal y culpable de todos los males de la sociedad, con el fin de deshumanizarlo y justificar la negación de sus derechos humanos básicos.
La idea acerca de quiénes eran consideradas personas subversivas ha ido actualizándose a medida que se reconstruía la memoria desde nuevos enfoques que permitieron comprender de una manera más completa en qué consistían las medidas de disciplinamiento pensadas y ejecutadas para poder poner en marcha la reestructuración económica, política, social y cultural del país en aquel entonces. Un recorrido por estas nuevas miradas de las memorias, especialmente los aportes de los feminismos y transfeminismos, pueden ayudarnos a comprender cómo el disciplinamiento en clave género fue fundamental para poner en funcionamiento la reestructuración de la sociedad y cómo estas ideas se encuentran presentes en la actualidad.
Memoria y género: lecturas de los cuerpos durante la dictadura
A la hora de analizar los crímenes cometidos durante la última dictadura, es importante revisar desde diferentes aristas para poder comprender cuál era el modelo de país que se buscaba imponer. Se abordaron análisis con respecto al modelo económico, social, político y cultural que se pretendía imponer, pero durante mucho tiempo se ha dejado de lado el disciplinamiento de los cuerpos en clave género para que ese modelo de país fuera posible. Tuvieron que pasar unos cuantos años luego de la vuelta de la democracia para comenzar a interpretar desde nuevos enfoques las violencias sufridas por las mujeres y las personas del colectivo LGBT+.
Las nuevas miradas sobre las memorias permitieron analizar cómo el terrorismo de Estado buscó imponer un orden sexual determinado. Este orden era considerado el “orden natural” de la sexualidad humana, y sus bases estaban ancladas en el modelo de la familia nuclear de la moral cristiana, con un fuerte énfasis en la división sexual macho-hembra y sus respectivos roles tradicionales de género (recordemos los dichos de Videla citados anteriormente). Si bien es cierto que este modelo estaba presente en la sociedad antes de la dictadura, durante ella todo el aparato represivo se encargó de profundizarlo en nombre de la defensa de la moral pública, imponiendo una definición de lo que era la normalidad y lo que era una desviación de manera totalitaria y violenta.
Las mujeres cis, en este contexto, fueron consideradas doblemente subversivas, ya que no sólo lo eran en su carácter de militantes políticas, sino que también lo eran por no cumplir con su rol de mujeres-madres-amas de casa, ya que transgredian los límites del espacio privado que las normas sociales de género les permitían.
La socióloga argentina Elizabeth Jelin resalta el quiebre que significaron las reanudaciones de los juicios a las juntas militares, ya que permitieron abrir la puerta a la aparición de denuncias y nuevas reflexiones con respecto a los distintos tipos de violencia cometidos, proceso fundamental a la hora de construir la memoria social de nuestro país. Los avances en los procesos de justicia y restitución de derechos realizados hasta ese momento habian sido concebidos desde una perspectiva androcentrista, enfocándose principalmente en la actividad política de las víctimas, y sobre la base de un sujeto neutro, masculinizado, dejando de lado violencias específicas sufridas por mujeres cis y personas del colectivo LGBTIQ+ y su significado específico durante el regimen dictatorial.
La lucha por la incorporación y reconocimiento de las violaciones a los derechos humanos, tanto en la Argentina como en el mundo entero, fueron fundamentales, no sólo por lo que significaron en el marco de la búsqueda de la memoria, la verdad y la justicia, sino también porque mostró a todas las personas como portadoras de derechos humanos que debían respetarse. Este reconocimiento fue clave para buscar nuevos significados a la violencia, ya que este nuevo paradigma abrió la posibilidad para luego comenzar a analizar la violencia de una forma más estructural.
En ese sentido, se ha vuelto a hacer una lectura de la violencia ejercida hacia mujeres cis en los centros clandestinos de detención y exterminio, así como también hacia personas LGBTIQ+. En el caso de las mujeres cis, muchos de los testimonios sobre la violencia sexual ya se encontraban en los registros de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) e incluso en el Jucio a las Juntas. Sin embargo, estos hechos no habían sido clasificados como una forma de violencia específica, sino que fueron entendidos bajo la figura de “tormentos” o “tormentos agravados” dentro de las violencias de la represión estatal.
En el plano internacional, los casos de la ex Yugoslavia (1993) y el genocidio en Ruanda (1994) fueron fundamentales a la hora de comprender a la violencias sexuales en conflictos armados como parte de un plan organizado y coordinado para deshumanizar, humillar y destruir a determinados grupos de la población. En ambos casos se entendió que la violencia sexual era utilizada deliberadamente como una herramienta de control y terror en estos contextos. Estos precendentes dieron paso a que la violencia sexual comenzara a ser considerada una violación específica de los derechos humanos y un crimen de lesa humanidad, para luego ser reconocidas y cristalizadas por la comunidad internacional a través de la modificación del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional en el año 2002. Allí, se reconoció y tipificó que la violación, la esclavitud sexual, la prostitución forzada, el embarazo forzado y la esterilización forzada y otros abusos sexuales de gravedad eran considerados crímenes contra la humanidad.
Recién en el año 2010, nuestro país dictó la primera sentencia contra Gregorio Rafael Molina por los crímenes cometidos en “La Cueva” en la ciudad de Mar del Plata, en donde se reconoció que los llamados “tormentos” padecidos por las mujeres cis durante la dictadura eran crímenes específicos y dirigidos contra ellas por su condición de mujer, con una clara intencionalidad discriminatoria. A raíz de ese juicio las condenas por delitos sexuales durante la dictadura siguieron creciendo.
400 desaparecidxs LGBT
La cifra de 400 desaparecidxs LGBT irrumpe en las batallas por el sentido de la memoria, cuestionando los términos del cierre del pasado y desafiando las construcciones heteronormativas que históricamente han invisibilizado determinadas identidades y militancias. La primera vez que se mencionó la cifra de «400 desaparecidos» fue en 1987, en el libro La homosexualidad en Argentina de Carlos Jáuregui. Posteriormente, en 1996, en un artículo para la revista Nx, Jáuregui denunció: “Nuestra comunidad, al igual que otras minorías durante los regímenes dictatoriales, fue una de las más afectadas por el régimen”.
En ese sentido, existen registros de testimonios que dieron cuenta de violencias específicas dirigidas a personas gays, lesbianas y personas travesti-trans durante la dictadura, que muchas veces no tuvieron su visibilidad en el proceso de justicia. Tal como afirma el profesor y activista Emmanuel Theumer, los movimientos de resistencia sexuales y las diferentes memorias (tanto subalternas como judiciales) denunciaron la existencia de gubernamentalidad represiva contra estos colectivos, aunque resalta que hay que entender que el aparato represivo fue también anterior y que continuó luego de recuperada la democracia.
A raíz de los debates acerca del matrimonio igualitario en 2010 y la ley de identidad de género del 2012 volvieron a surgir los debates en torno a la memoria, y cómo la lectura hasta el momento había sido siempre en clave cisheterosexual.
La provincia de Santa Fe fue la primera provincia en reconocer una ley de reparación histórica para la población travesti y trans víctimas de la dictadura a finales del 2023, y recién en marzo del 2024 se dictó la primera sentencia en el mundo que reconoce las violencias específicas hacia mujeres travestis y trans acontecidas en el centro clandestino de detención “El Pozo de Banfield” en el marco de la causa “Las Brigadas”. Si bien en ese entonces existían códigos contravencionales por los cuales las personas travestis y trans eran detenidas (que también existieron antes y post dictadura), a lo largo del juicio quedó demostrada la violación sistemática de derechos humanos fundamentales del colectivo que incluyeron torturas físicas y psicológicas, así como también abusos sexuales y trabajo forzado. A lo largo del juicio quedó demostrado que las personas travestis y trans fueron consideradas subversivas en razón de su identidad de género. Su identidad era considerada subversiva.
Las sentencias alcanzadas hasta el momento son de vital importancia no sólo para las víctimas de los horrores de la dictadura, sino también para toda la sociedad. Marcan un precedente que habilita nuevos juicios y, además, son el reconocimiento por parte del Estado de su responsabilidad frente a ese tipo de violencias.
La memoria y el presente de lucha
Tal como afirma Verónica Gago, no es una novedad que el gobierno actual recurra a medios autoritarios para aplacar la crisis neoliberal que nos encontramos atravesando, ya que en nuestra región la conjunción entre neoliberalismo y autoritarismo tiene larga data y ha sido siempre violenta.
En la actualidad, uno de los principales enemigos internos es el movimiento feminista en toda su diversidad, al que desprestigian a través de las narrativas de la ideología de género para unir esta pelea a la pelea internacional contra feminismos que disputan sentidos más allá de las fronteras y logra conquistas legislativas, culturales y materiales que no sólo reconocen derechos, sino que también los garantiza poniendo el cuerpo para que se implementen.
Los feminismos y los movimientos LGBTIQ+ pusieron sobre la mesa cómo las diferencias en los cuerpos y los géneros (avaladas por los discursos del derecho y la ciencia) habían sido creadas sobre la base de una desigual distribución de recursos que reproduce una división sexual que ofrece trabajo gratuito para sostener al sistema. Lejos de tratarse de una disputa únicamente ideológica, se trata de una disputa material que refleja cómo el sistema capitalista se mantiene sobre los trabajos domésticos y de cuidados no remunerados, por lo que necesita de la familia cisheteropatriarcal para poder continuar este camino.
En ese sentido, las luchas por la memoria, verdad y justicia, los feminismos y los transfeminismos nos han dado herramientas muy valiosas para analizar el pasado, pensar el presente y construir el futuro. Gracias a su expansión, el reconocimiento y la incorporación del paradigma de los derechos humanos ha sido posible nombrar y visibilizar las desigualdades estructurales que no habían sido enteramente reconocidas por los Estados y reinterpretarlas desde otros enfoques, que se encuentran en constante expansión.
Los discursos como los de Milei no sólo buscan quitarle legitimidad a nuestras más preciadas luchas históricas, sino que también son un ataque violento y directo a los derechos humanos alcanzados hasta el momento, logros por los que la Argentina es referente a nivel mundial. Aún existen numerosas deudas de la democracia, ya que quedan muchas memorias por revisar. Los pueblos originarios de nuestro país aún siguen luchando por la memoria del genocidio perpetuado por el Estado argentino, íntimamente relacionado con nuestro pasado-presente colonial, violencia que continúa hasta el día de hoy, violencias que se acentuaron y se acentúan durante gobiernos totalitarios.
El pasado primero de febrero se realizó la primera marcha federal del orgullo antifascista, antirracista y anticolonialista como repudio a los dichos de Milei. La movilización fue contundente y tuvo un impacto claro: el gobierno optó por moderar su discurso homofóbico y transfóbico, evitando repetir lo que había expresado en Davos en la Apertura de las Sesiones Legislativas del 1 de marzo. Esto no significa que hayan cambiado sus intenciones ni que dejarán de atacar nuestros derechos, pero sí deja en evidencia que la organización y la movilización funcionan. Que hacerse escuchar tiene un costo político para ellos. Y aunque hoy estén dispuestos a pagarlo, cada paso que damos refuerza la lucha.
La convocatoria fue masiva y logró articular a diversos sectores: colectivos feministas, movimientos sociales, sindicatos, partidos políticos y personas autoconvocadas. La multitudinaria presencia dejó en claro que las políticas del gobierno afectan profundamente a una gran parte de la sociedad. Las Madres de Plaza de Mayo nos enseñaron cómo todas nuestras luchas están entrelazadas. Hoy, la tarea es canalizar esa potencia para construir articulaciones y revertir el uso del odio como herramienta de poder. Como diría Mark Fisher, buscar redirigir toda esa fuerza del malestar, la bronca, el resentimiento y la indignación contra los regímenes de opresión.