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El mar proceloso del feminismo: ¿en qué ola estamos?

Mar 8, 2019 | Ciencia, Feminismos, Notas

Por Danila Suárez Tomé

El feminismo ha sabido construir su historia a través de la elaboración de una genealogía de luchas intergeneracionales. La metáfora de las olas aparece siempre en el relato de esta historización, aunque no sin algunas dificultades. ¿Cuáles son las olas feministas? ¿Cómo se definen? ¿En qué ola estamos? ¿Por qué hablamos de olas? ¿A quién se le ocurrió? En este artículo me propongo repasar un poco la historia de la metáfora de las “olas” que historizan el feminismo y a reflexionar sobre si de hecho es necesario o no que la sigamos usando como categoría de análisis.

La metáfora marítima como periodización de la genealogía

De acuerdo con Constance Grady, el uso del término “olas” se remonta a 1968, cuando la periodista Martha Weinman Lear escribió un artículo para el New York Times que se llamó “The Second Feminist Wave” (la segunda ola feminista). Con ese título, Weinman Lear intentaba condensar en una imagen el resurgimiento masivo del movimiento feminista en los Estados Unidos de Norteamérica, luego del silencio transcurrido durante el periodo de las dos guerras mundiales del siglo XX. En un mismo movimiento categorizador, la periodista estadounidense declaraba al movimiento de las sufragistas como una “primera ola”, estableciendo una continuidad en la lucha por los derechos de las mujeres con dos grandes picos de intensidad. De cualquier modo es importante aclarar que, aunque solemos utilizar la metáfora de las olas para hablar de la historia del feminismo en general, la periodización más extendida sobre las olas del feminismo no es tanto una representación del feminismo mundial, sino más bien del feminismo de Estados Unidos.

En la etapa del feminismo definida como “primera ola” las representantes son las sufragistas. Esta etapa se identifica con las demandas por la inclusión de las mujeres en los derechos políticos, económicos y educacionales, y tiene como hito fundamental la conquista del derecho al voto femenino. El feminismo identificado con la “segunda ola”, también conocido como “feminismo radical”, surge recién hacia fines de los años 60 y se extiende bajo el lema de “lo personal es político”. Esta etapa marca el comienzo de una fuerte reflexión colectiva sobre las raíces profundas del patriarcado y la necesidad de la liberación de la mujer de la opresión patriarcal. Fue la lucha por el derecho al aborto la que articuló, mayoritariamente, la presencia de las mujeres en las calles en esa época. El caso Roe v. Wade de 1973 fue el hito de la segunda ola en Estados Unidos, a partir del cual la Corte Suprema de los Estados Unidos despenalizó el aborto inducido.

Durante el feminismo de la segunda ola, el movimiento de mujeres y el feminismo funcionaban en lo político como sinónimos, puesto que el feminismo radical había teorizado con profundidad sobre la idea de mujer —cisgénero— como una clase oprimida sexual y reproductivamente, que debía ser liberada del yugo patriarcal. De este modo, “la mujer” se constituía, naturalmente, en el sujeto único del feminismo. Sin embargo, esta idea luego fue puesta en cuestión, en primer lugar, por mujeres negras, lesbianas y socialistas, entre otras, quienes señalaban que “la mujer” del sujeto del feminismo tenía un fuerte componente homogeneizante: usando un ideal unívoco de “mujer”, se universalizaban las realidades de las mujeres blancas, anglosajonas y educadas que poco tenían que ver con la de tantas otras mujeres.

Pero, además, y en segundo lugar, el feminismo radical fue puesto en cuestión por la teoría queer y el movimiento LGBT+. Desde allí se desestabilizó la idea misma de “la mujer” como sujeto exclusivo del feminismo, abriendo el espacio para que se visibilicen dentro de la lucha feminista otras subjetividades que también se encuentran en desventaja dentro del sistema jerarquizado de género que conforma nuestra sociedad. La propia noción de “identidad de género”, entonces, pasó a ser un problema a la vez teórico y existencial, y el binarismo mujer-varón, que no había sido problematizado por el feminismo radical de la segunda ola, se explicita como un determinante más a abolir en la política sexual.

La irrupción de la voz de la diversidad dentro del movimiento de mujeres, por lo tanto, hizo explícito, en primer lugar, que no es posible hablar de “la mujer” sino que es necesario hablar de “las mujeres”, para evitar universalizaciones que oculten las diferencias entre las propias mujeres, y que, en segundo lugar, no son sólo quienes se identifican como “mujeres” quienes padecen las consecuencias de las normas del género, ni sólo son “mujeres” quienes la sociedad define como tales, en base a la interpretación de su genitalidad o algún otro rasgo biológico. A partir de ese momento, el feminismo no sólo dejó de ser sinónimo del “movimiento de mujeres”, abarcando múltiples identidades como lesbianas, travestis, trans y personas no binarias, sino que tampoco se pudo nombrar más en singular. Hoy en día hablamos de “los feminismos”.

La tercera ola en la transición del siglo XX al siglo XXI

Esta explosión del feminismo en múltiples modalidades de feminismos abre la llamada “tercera ola” que, en general, es caracterizada por las feministas estadounidenses como una ola de dispersión y estancamiento del feminismo, e incluso como una etapa de cierta apatía por parte de la juventud hacia el movimiento. Las feministas comenzaron a ser vistas socialmente, pero particularmente por mujeres jóvenes, como mujeres “aburridas”, de otra época, que “odiaban a los hombres” y oprimían deseos y conductas de las propias mujeres. Así surgen los planteos y activismos “postfeministas”, a modo de reacción a lo que consideraban que eran discursos moralistas y contrarios a la liberación. Sin embargo, a pesar de esta suerte de estancamiento en el que coinciden numerosas teóricas y activistas, la tercera ola del feminismo estadounidense tiene un hito distintivo en el caso de Anita Hill en 1991.

Anita Hill es una abogada y profesora estadounidense que en 1991 acusó a Clarence Thomas, entonces candidato a la Corte Suprema de los Estados Unidos, de haberla acosado sexualmente cuando era su supervisor. Este fue un caso de enorme relevancia en la historia norteamericana, puesto que generó atención pública sobre el problema del acoso sexual en el ámbito laboral, además de una oleada de denuncias contra hombres poderosos. De acuerdo con Constance Grady, el clima de revuelo y vientos de cambio fue tal, que 1992 fue declarado el “año de las mujeres” luego de que 24 mujeres fueran elegidas como representantes en el Congreso y el Senado.

Más de 20 años después, Estados Unidos se encuentra en un escenario similar que ha generado un nuevo “año de las mujeres”: los movimientos Me Too y Time’s Up, las denuncias al productor cinematográfico Harvey Weinstein y al juez entonces candidato a la Corte Suprema Brett Kavanaugh, volvieron a poner sobre la escena el problema irresuelto del acoso y abuso sexual en el ámbito laboral. Al mismo tiempo, la victoria de Donald Trump  generó un estado de alarma con respecto a los derechos de las mujeres y disidencias, lo cual impulsó la masiva Women’s March de 2017. Los discursos feministas se multiplican en las entregas de premios del mundo artístico, y 2019 se convirtió en el año en el cual el Congreso de los Estados Unidos tiene un número récord de mujeres ocupando bancas.

El rasgo peculiar y novedoso de esta etapa es la articulación de las demandas y las acciones online, a través de foros, redes sociales y la utilización de hashtags. Es por ello que algunas teóricas y activistas consideran que, a partir del surgimiento del ciberfeminismo, la tercera ola ha dado paso definitivo a una “cuarta ola”, signada por las nuevas tecnologías y las posibilidades de socialización y transmisión de información que traen consigo. Sin embargo, esta idea no surge sin controversia, puesto que la transición entre ambas olas y los hitos definitorios de cada una no son tan claros como en las olas anteriores. Existen quienes sostienen que la cuarta ola todavía no existe, puesto que el movimiento Me Too y Time’s Up son, efectivamente, la cresta de la tercera. Y también existen quienes sostienen que ya no es posible seguir hablando de olas, puesto que al diversificarse el feminismo en múltiples feminismos, no se puede hablar de una misma lucha en un sentido monolítico.

Ahora bien, si hay algo que se encuentra ausente en estos relatos genealógicos del feminismo estadounidense, es la visión periférica. Pilar Rodríguez Martínez ha acuñado el concepto de “feminismos periféricos” para englobar algunos de los planteamientos realizados en el marco de lo que se denomina “feminismos postcoloniales” o “feminismos del tercer mundo”. En estos feminismos las categorías de sexo, clase, raza o etnicidad se encuentran en una relación particular, que no había estado presente en el feminismo (blanco) de la segunda ola. Estos feminismos se articulan, más bien, en luchas interseccionales en donde se imbrican diversas categorías de la diferencia, que dan como resultado expresiones más diversas y complejas del feminismo. Además, estos feminismos no necesariamente encuentran en los feminismos sufragistas y radicales una línea de lucha histórica, sino que en numerosos casos sus tradiciones de lucha están más relacionadas con la historia de su propia tierra, clase o etnicidad. En numerosos casos, también se trata de feminismos compuestos por mujeres y disidencias que no han logrado beneficiarse de ningún cambio de los cuales las feministas de otros orígenes, clase o colores sí. Desde esta perspectiva vale la pena hacerse la pregunta sobre cómo es posible articular la historia del feminismo latinoamericano dentro del modelo histórico del feminismo que se ha hegemonizado.

Vientos del sur

¿Qué sucede con las olas en Latinoamérica? De acuerdo con Stephanie Rivera Berruzen Latinoamérica se pueden distinguir cinco etapas del feminismo, que no necesariamente coinciden con el modelo histórico de las olas. La primera, corresponde a ciertas manifestaciones previas al siglo XX, sin articulación concretamente feminista. La segunda se identifica con la que conocemos como “primera ola”, en las luchas por el acceso de las mujeres a los derechos políticos y económicos. Las luchas sufragistas fueron masivas en América Latina y constituyen una etapa intensa de lucha feminista que permitió una ampliación de derechos tan importantes que impactó de modo rotundo en el futuro de las mujeres de la región.

La tercera etapa del feminismo latinoamericano va de 1950 a 1970 y es caracterizada como “los años del silencio”, siguiendo una idea de la socióloga chilena Julieta Kirkwood. Durante esta etapa, de acuerdo con Stephanie Rivera Berruz, si bien las mujeres incrementaron su participación en movimientos populares y partidos políticos, estos espacios no articulaban demandas feministas de modo explícito. Además, se trata de años políticamente conflictivos en América Latina, con varios países regidos por gobiernos militares, por lo cual en muchos países esta etapa silenciosa se extiende hasta entrados los años 80. Estos años se corresponden con los de la llamada “segunda ola” que se caracterizó, en Estados Unidos y ciertos países de Europa, por el acceso al derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Sin embargo, como bien sabemos, este derecho todavía hoy no se encuentra garantizado para la mayoría de las mujeres en América Latina.

Si queremos forzar las metáforas, quizás la segunda ola en nuestra región se extienda algunas décadas más que en la cronología anglosajona, y se manifieste con mayor fuerza en la cuarta etapa, en donde se inicia el período de transición de los regímenes militares a los gobiernos democráticos, y que se extiende hasta 1990. Esta cuarta etapa se caracteriza por la definitiva emergencia del movimiento de mujeres en toda América Latina y la radicalización de las consignas feministas. En estas décadas se originan, a la vez, numerosos encuentros de mujeres territoriales, los feminismos académicos y los feminismos institucionales. Por ejemplo, en 1986 se realiza el Primer Encuentro Nacional de Mujeres en Argentina, un fenómeno emblemático del movimiento de mujeres y los feminismos argentinos que en 2019 va a tener su edición número 34 en la ciudad de La Plata.

La ola verde violeta

El siglo XXI constituye la última etapa de la genealogía feminista latinoamericana. Los nuevos feminismos se presentan como disidentes, en contra de las políticas neoliberales, descoloniales, antirracistas y antipatriarcales. En el caso de Argentina, el comienzo del milenio nos ha encontrado con un crecimiento compacto y parejo de los feminismos en todas las áreas de la sociedad. En lo referente al acceso al derecho al aborto, hito de la segunda ola norteamericana, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito (desde donde se articula la lucha por el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo) tuvo sus inicios entre el año 2003 y 2004, y fue lanzada de modo público en Argentina el 28 de mayo de 2005, Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres. La Campaña ha presentado numerosas veces en el país el proyecto de Ley para la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, pero recién en 2018 el proyecto llegó a ser debatido y votado por las dos cámaras del Congreso, en donde obtuvo media sanción por parte de Diputados para luego ser rechazado en la cámara de Senadores.

A pesar de un desenlace coyunturalmente no favorable, la convocatoria en los días de tratamiento del proyecto de Ley para el aborto legal, seguro y gratuito fue masiva y un definitivo triunfo social. El tema inundó los medios de comunicación tradicionales, las redes sociales y llegó a debatirse en cada hogar argentino. La ola expansiva de la llamada “marea  verde” —el verde es el color de la Campaña, y los pañuelos verdes son el emblema de la lucha— llegó incluso a impulsar articulaciones activistas en otros países de Latinoamérica, desde donde nos llegaban las imágenes de nuevos pañuelos feministas, de diversos colores, por el derecho a elegir. Se trataba de una verdadera ola verde que había tomado su impulso de la ola violeta que comenzó en 2015 —el violeta es considerado el color del feminismo.

En efecto, el año 2015 fue un año bisagra en el feminismo argentino. “Ni una menos” fue la consigna de la masiva marcha del 3 de junio de 2015, en donde las mujeres (y la sociedad entera) salieron a demandar al Estado medidas para el cese de la violencia sexista y los femicidios. La confluencia de diferentes sectores de la sociedad en este reclamo generó una ola violeta imparable. Muchas mujeres que nunca se habían sentido identificadas con el feminismo, así como adolescentes y niñas que desconocían su existencia, comenzaron a encontrar un espacio de contención, representación y orgullo en los feminismos. Gracias a la masificación de las consignas feministas, y la mayor exposición pública de mujeres feministas en diversos ámbitos, la sociedad argentina comenzó a comprender mejor de qué se trataba la igualdad de género y por qué era necesario luchar por ella. Esto permitió traccionar una serie de demandas que los feminismos venían realizando desde muchos años atrás y generar un mayor impacto.

La ola violeta que se abrió paso durante 2015 en Argentina tuvo también un impacto global. El grito por “ni una menos” se escuchó en Uruguay, Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Chile, Paraguay, Guatemala, Costa Rica, Honduras, España, Italia, Portugal, Francia, entre otros países. Y en 2017, estas manifestaciones internacionales, fogueadas por las iniciativas de las feministas argentinas en un paro realizado 19 de octubre de 2016, pero también por las feministas polacas que se encontraban en las calles defendiendo su derecho al aborto, confluyeron en el Primer Paro Internacional de Mujeres el 8 de marzo. En esta jornada histórica para los feminismos participaron más de 50 países y 200 ciudades alrededor del mundo.

De cara a estos sucesos, advertimos que una característica fundamental del feminismo del siglo XXI, propiciada por la apertura a la diversidad, las demandas de los feminismos periféricos y la existencia de la internet, es su descentramiento. Y por eso hoy en día el modelo para la historización del feminismo ya no puede ser el de Estados Unidos. Las reivindicaciones de los nuevos feminismos ya no están ancladas en las realidades de las mujeres blancas y de clase educada de Estados Unidos y Europa, sino que surgen del suelo del otro 99% de mujeres, lesbianas, travestis, personas trans y no binarias que ven sus posibilidades mermadas no sólo por el patriarcado sino también por el racismo, el cisexismo, la marginación y la pobreza. El feminismo del siglo XXI, de este modo, rebasa por mucho el modelo de pensamiento del feminismo estadounidense y desborda sus categorías en una avanzada política que trae nuevos aires a nuestro feminismo planetario.

Me perdí. Entonces, ¿en qué ola estamos?

Como hemos visto, la metáfora de las olas para periodizar el feminismo fue un invento de las feministas estadounidenses de la segunda ola, que se encontraban re-escribiendo la historia patriarcal de los Estados Unidos y buscaban enlazar sus demandas con las de las sufragistas en una misma tradición de lucha por el acceso a derechos. Algunas feministas estadounidenses, como la historiadora Linda Nicholson, consideran que esa metáfora ha sobrevivido a su real utilidad, dado que si bien tenía sentido en el marco de la segunda ola estadounidense, ya no resulta útil para explicar el feminismo actual —ni el estadounidense ni el mundial— ni su relación con la historia. Además, Nicholson considera que la metáfora es políticamente perjudicial, puesto que da la idea de que el feminismo es una lucha unitaria, con picos y mesetas, distorsionando su verdadera naturaleza diversa, prolífica y profundamente compleja.

Por su parte, Nicholson propone entender la complicada transición entre el feminismo de la segunda ola y el final del siglo XX hacia el nuevo milenio, como un proceso de institucionalización del feminismo, luego de la conciencia ganada entre las décadas de los 60 y los 80. Ese periodo, visto por fuera de la metáfora de las olas, constituye un verdadero avance lento pero parejo de la entrada del feminismo en muchas áreas de la sociedad, en vez de un período de estancamiento. La reflexión feminista actual, de acuerdo con la historiadora, no debería estar centrada en ubicar los eventos contemporáneos dentro de la genealogía marítima, sino más bien orientada a preguntarse por qué algunas demandas han ganado terreno y otras todavía se resisten, empleando las nuevas herramientas feministas que tenemos hoy en día para analizar nuestra propia historia. Estas herramientas nos permiten  analizar de un modo más complejo por qué en algunos momentos los feminismos toman más notoriedad que en otros.

Una característica fundamental que encuentra Nichols para comprender por qué ya no funciona la metáfora de las olas es, justamente, que dentro de ese modelo no es posible dar cuenta de la diversidad dentro del propio movimiento feminista. Lo cual nos conduce otra vez a pensar en Latinoamérica y la particular historia que el movimiento de mujeres y los feminismos viene escribiendo aquí. Quizás la respuesta a la pregunta ¿en qué ola estamos? se vuelve difícil porque, en definitiva, no es una buena pregunta desde nuestra perspectiva. Y esto porque surge de un marco conceptual que no es el nuestro, pero desde el cual nos hemos acostumbrado a pensar sin cuestionar. Es parte del desafío de los feminismos periféricos el descolonizar la mirada, además de despatriarcalizarla. En un momento en el que el feminismo latinoamericano, y en particular el feminismo argentino, se encuentran en ebullición, es importante que revisemos cómo hemos construido nuestros relatos y cuánto hay en ellos de una mirada ajena a nuestras realidades. 

Vale decir, de todos modos, que algunas metáforas marítimas sí son parte de nuestra genealogía feminista, aunque con ciertos toques diferentes. A partir de ellas numerosas veces expresamos, representamos e ilustramos nuestros hitos, luchas y alianzas: la marea verde, la ola violeta. En definitiva, quizás nuestras olas no tengan tanto que ver con un esquema de periodización histórica, sino con la expresión de distintas luchas articuladas en torno a diversas imágenes y colores. El feminismo latinoamericano y el feminismo argentino se encuentran, desde hace varias décadas, escribiendo su propia genealogía, con sus propias herramientas, en tonos verdes, violetas y multicolor.

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