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El fantasma de la “ideología de género”

Feb 20, 2024 | Feminismos, Notas

Por Dra. Danila Suárez Tomé

El 14 de enero de 2024, el presidente de la República Argentina, Javier Milei, sostuvo en su discurso para el Foro Económico Mundial que “dado el estrepitoso fracaso de los modelos colectivistas y los innegables avances del mundo libre, los socialistas se vieron forzados a cambiar su agenda. Dejaron atrás la lucha de clases basada en el sistema económico para reemplazarla por otros supuestos conflictos sociales”. Inmediatamente presentó al “feminismo radical” como una de estas “nuevas batallas”, y lo definió como “la pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer”. Para el presidente, la agenda feminista “neo-marxista”, junto con la “agenda ambiental”, se habrían apropiado de “los medios, de la cultura, de las universidades y (…) de los organismos internacionales” para influir en las decisiones políticas y económicas de todos los países del planeta. El objetivo final de estas agendas es llevar a Occidente hacia el socialismo (el cual entiende como sinónimo de pobreza), lo que implica que “Occidente está en peligro” y sus defensores deben dar batalla.

Este breve extracto del discurso de Milei alcanza para resumir en buena medida el argumento central del movimiento libertario, que busca dar la “batalla cultural” contra la llamada “ideología de género”. Esta lucha no es privativa de organizaciones y referentes antisocialistas. También desde los flancos religiosos antifeministas se ha echado mano de la “agenda” de la “ideología de género” como un mal que acecha nuestras sociedades. Por caso, el 10 de marzo de 2023, el papa Francisco dijo en una entrevista a La Nación que “la ideología del género es de las colonizaciones ideológicas más peligrosas (…) porque diluye las diferencias (…) haciendo un mundo igual”. En el caso de Francisco, el fantasma que se esconde detrás de esta agenda no es tanto el socialismo como la “anulación de la humanidad” a través de un cierto autoritarismo unificante, en tanto la ideología de género “plantea un futuro en que las diferencias van desapareciendo y todo es igual, todo es uniforme, un solo jefe de todo el mundo” (sic).

Las alarmas conservadoras que se disparan ante la “ideología de género” no son un fenómeno reciente, sino que el armado de este fantasma se remonta a los 90 y, en términos de argumentos, no se ha actualizado mucho desde entonces. En una versión corta, la batalla contra la “ideología de género” se centra en el combate contra el feminismo y el activismo LGBT, los cuales son presentados como parte de un movimiento de “neomarxismo cultural” que busca desestabilizar un presunto orden natural. El feminismo y el activismo LGBT son transformados en chivos expiatorios de la así llamada “decadencia de Occidente” la cual es, por sobre todo, cultural y moral.

La creación del fantasma de la “ideología de género”

El concepto de “ideología de género” fue utilizado, en un primer momento, por la Iglesia católica en la década de los 90. Para ese entonces, la categoría de género —elaborada por las feministas de los 70 y 80 para el análisis de las relaciones de poder entre los sexos— había penetrado en la agenda del derecho internacional de los derechos humanos haciendo su primera aparición en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (1994) y recibiendo su primer ataque por parte de la Iglesia católica en la Reunión Preparatoria para la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer (1995). A través de la inserción institucional del aparato analítico de la perspectiva de género, se buscaba garantizar los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en el plano del derecho internacional de los derechos humanos. Incorporar la categoría de género implicaba la adopción de un marco teórico que daba cuenta de que los roles de género y, por ende, la desigualdad de género son fenómenos sociales, que responden a determinado ordenamiento político y no “hechos naturales”.

Los representantes de la Iglesia Católica y diversas ONG e intelectuales afines reaccionaron en contra del reemplazo de la categoría de “sexo” (presuntamente natural) por la categoría de “género” (social), en tanto esta operatoria trastocaba la “naturaleza” de la división sexual y los roles asociados a ella cuestionando, en última instancia, la estructura de la familia tradicional. En cierto modo, las diatribas contra la inclusión de la perspectiva feminista en materia de derechos humanos tomaron a la categoría “género” no como analítica, sino como una herramienta deformadora de la realidad. En el libro La sal de la tierra (1997), el entonces Cardenal Joseph Ratzinger alertó que el objetivo de la «ideología de género» es «liberar al hombre de su biología», lo que implica, en definitiva, «una insurrección del hombre ante la realidad de haber sido creado, y que —como ser biológico— lleva impresa en su ser».

En 1997 Dale O’Leary, periodista de la Asociación Médica Católica de Estados Unidos y autora del libro La agenda de género, le dio una vuelta de tuerca a esta disputa, incorporando elementos de suma importancia para entender los discursos neoconservadores como el de Milei. Para O’Leary, la ideología de género feminista es parte de un movimiento neo-marxista que se aleja de la economía y se acerca a la cultura como foco de las disputas políticas. Aquí se encuentra el origen de la necesidad de entablar una “guerra cultural” contra la “ideología de género” en la cual confluyen, a la vez, activismos religiosos y “anticomunistas”. Las producciones actuales en torno a la “ideología de género” son variaciones de estas dos ideas generales desarrolladas hacia fines de los 90. 

Las características de la “guerra cultural contra la ideología de género”

La noción de ideología, como bien lo ha teorizado Terry Eagelton, no tiene una única definición, sino que más bien representa un haz de significados que, incluso, pueden llegar a contradecirse entre sí. No obstante, creo que es posible sostener, tal y como lo hace Cristina Vega en su entrada sobre “Ideología de género” en la Enciclopedia Crítica del Género, que en el caso del movimiento que estamos analizando, la categoría de “ideología” se refiere a un conjunto de ideas y creencias falsas y valores perniciosos que refuerzan determinados intereses de poder.

¿Qué es lo que estaría ocultando la “ideología de género”? El presunto “orden natural” de la sexualidad humana, el cual se basa en la división sexual (macho-hembra) y su complementariedad para la reproducción. Esto significa que el movimiento contra la “ideología de género” considera que todo el conocimiento producido por los estudios feministas, de género y LGBT desde los años 70 en adelante no son más que una deformación de la “verdadera naturaleza” de la humanidad. Esta naturaleza se encuentra expresada en el dogma católico de la creación y el de la complementariedad, y también tiene su contraparte secular en el discurso biomédico del dimorfismo sexual, el cual ha sido ampliamente criticado, desarmado y reformulado a lo largo de los últimos 50 años por epistemólogas y científicas feministas. Por ende, debemos tener presente que la pelea que plantea el movimiento contra la “ideología de género” no implica una disputa entre teorías en torno a la sexualidad humana, porque consideran que ellos están defendiendo una verdad autoevidente sobre el mundo natural que el feminismo y el activismo LGBT quieren intencionalmente desvirtuar.

¿Cuáles son los intereses de poder que se encuentran en juego en la generación de esta ideología? Aquí es donde entra en escena la intriga neomarxista: la ideología de género no sería otra cosa que el “lobby socialista” disfrazado de nuevos discursos culturales para penetrar con su agenda en las organizaciones internacionales y en los gobiernos nacionales. Como podemos ver, la guerra cultural contra la “ideología de género” tiene claros tintes conspiranoicos. El feminismo y el activismo LGBT no son vistos como movimientos autónomos,  con sus propias genealogías, sino como reformulaciones de un socialismo que había salido como perdedor luego de la caída del Muro de Berlín. 

En buena medida, y tal como lo expresa el fragmento citado del discurso de Milei al comienzo de este artículo, se sostiene un discurso contradictorio en torno al socialismo. Por un lado, se lo considera derrotado, pero, por otro, su poder de influencia en las agendas institucionales y gubernamentales es considerablemente alto, tanto como para estar llevando a Occidente al desbarranque moral y cultural. Esta contradicción no es una falla en el discurso del movimiento en contra de la “ideología de género”, sino una característica esencial de los discursos neoconservadores, en los que la carencia de coherencia y cohesión general abona a su carácter propagandístico impidiendo todo tipo de debate racional de sus premisas y argumentos. Esto explica en parte por qué no son efectivos aquellos discursos que buscan rebatir con datos y hechos las afirmaciones conservadoras, ya que sus fallas argumentales son parte de una estrategia y no un error.

Es importante tener en cuenta que los actores que forman parte del movimiento en contra de la “ideología de género” no comparten todas y cada una de las tesis que expresamos hasta aquí. En algunos casos, como el del Papa Francisco, se insiste más en la idea de que el género es un “constructo imperialista” que se impone sobre las culturas del sur global como parte de una ideología liberal en términos morales que busca la destrucción de la familia como núcleo fundamental de la sociabilidad humana. Aquí no está presente el socialismo como operador detrás de las sombras, sino, más bien, la liberalización de la cultura, el individualismo y la moral laxa de la “postmodernidad”. Con lo cual, si bien podemos hablar de un movimiento en contra de la “ideología de género” en general, debemos tener en cuenta que cada uno de sus actores puede tener interpretaciones divergentes en torno al origen de aquello que combaten y sus efectos en lo social. Esto permite que sectores que son progresistas en determinados temas (por ejemplo, el cuidado ambiental o una redistribución más equitativa de la riqueza), puedan igualmente considerar a la “ideología de género” como un mal a combatir. 

El movimiento en contra de la “ideología de género” como activismo neoconservador

José Manuel Morán Faúndes sugiere hablar de este movimiento en términos de activismo neoconservador para dar cuenta de la continuidad que existe entre el actual movimiento anti feminista y LGBT y los conservadurismos tradicionales, caracterizados por la defensa de la tradición católica. Algunas características nuevas de este activismo son el secularismo estratégico, concepto que se refiere al uso de argumentaciones seculares para potenciar el impacto de la Iglesia en la esfera pública. por ejemplo, apelaciones a la ciencia biológica; la incorporación de las iglesias evangélicas como aliadas de la Iglesia católica en su politización de la moral religiosa; y el interés de algunos actores por la constitución de un proyecto político de extrema derecha. En este sentido, el movimiento contra la “ideología de género”, entendido como activismo neoconservador, implica una organización política compleja de múltiples actores con un frente de combate en común: el feminismo y el activismo LGBT.

Como sostiene Emmanuel Theumer, este movimiento no es propiamente antigénero, sino que es un movimiento restaurador de un ordenamiento de género en particular, el cisheterosexista. Marta Cabezas Fernández y Cristina Vega Solís insisten en que debemos interpretar este activismo no sólo en clave reactiva —porque, en efecto, se trata de una reacción patriarcal al feminismo y el activismo LGBT—, sino también en su dimensión propositiva y productiva, la cual gira en torno a “la familia tradicional, a la definición de la nación y de la ciudadanía en clave excluyente y a la reversión de la secularización”. El objetivo final de este movimiento es el de incidir en la esfera legal para impedir o revertir las conquistas feministas y LGBT en términos de ampliación de derechos.

Esto implica que la “batalla cultural contra la ideología de género” no redunda exclusivamente en una disputa de sentidos, sino que, por sobre todo, busca tener injerencia directa en la esfera pública. Este movimiento tiene presencia transnacional, y adquiere diferentes formas dependiendo de su región de inherencia, pero actúa siempre conforme al mismo set de objetivos. Diversos líderes políticos alrededor del mundo han utilizado esta bandera como parte de sus campañas, prometiendo a su base electoral ir en contra de la legislación en torno al acceso al aborto, la educación sexual, la identidad de género y el matrimonio igualitario, etc. Es por ello que resulta fundamental entender cómo se ha constituído, cuál es su articulación discursiva y de qué modo opera este movimiento, en tanto constituyen una afrenta real contra todo lo que el movimiento feminista y el activismo LGBT ha logrado construir. No se trata en lo absoluto de una discusión meramente cultural, sino fundamentalmente política.

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