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OPINIÓN: En el cielo las estrellas, en el feminismo las espinas

Ene 9, 2020 | Ciencia, Notas

Por Agostina Mileo (a.k.a La Barbie Científica)

Desde hace un tiempo, diversos espacios feministas fomentan actividades relacionadas con la astrología. Esto ha suscitado opiniones, agresiones y ataques personales. ¿Pero qué argumentos podemos rescatar en la discusión que genera la inclusión de una disciplina relacionada a lo esotérico en lugares de construcción de estrategias para la ampliación de derechos?

Durante mucho tiempo, los saberes no existieron delimitados por áreas específicas tal como hoy. Quienes observaban el cielo a fin de identificar parámetros en el movimiento de los cuerpos celestes que permitieran cosas como planificar las cosechas (a quienes hoy llamaríamos astrónomos), eran los mismos que buscaban esos parámetros en conductas y experiencias humanas (a quienes hoy llamaríamos filósofos). Podríamos pensar que era lógico que en algún momento esos conocimientos se cruzaran, que se establecieran correlaciones y naciera la astrología, que intentó explicar ciertas características de las personas atribuyéndoles una influencia astral.

Este proceso se basó en la construcción de una narrativa arquetípica, que es una tipificación o categorización de las personalidades, lo que alguna vez – y en ciertos casos hoy en día – también se denominó naturaleza humana. A cada signo zodiacal le corresponde un set de características y a los planetas se les atribuye la influencia sobre otros rasgos de personalidad o acontecimientos.

El primer problema de vincular estos rasgos arquetípicos con el feminismo es lo que llamamos esencialización. Si creemos que la posición de los planetas al momento del nacimiento interviene en la conformación de nuestra personalidad y que el movimiento de los planetas influye sobre nuestro comportamiento, estamos diciendo que la forma en la que nos conducimos en la vida es inherente a nosotrxs mismxs, de alguna forma predeterminada y en algún punto inevitable. Y esto se toca de cerca con la idea de un ser mujer que va más allá de nuestras condiciones particulares de vida.

Cuando en 1949 Simone de Beauvoir acuñó la famosa frase «no se nace mujer, se llega a serlo», no solo introducía la idea del género como una construcción social, sino que polemizaba con el feminismo de la diferencia. Esta corriente sostiene que el problema no son las diferencias entre los sexos, sino su jerarquización. O sea, establece una versión arquetípica de la feminidad y una de la masculinidad y considera que la injusticia está en la valorización social de una y a otra.

El primer contrapunto en la relación entre feminismo y astrología entonces es este, la idea de que existe una esencia (concepto muy cercano al del alma) que nos constituye desde que nacemos. El decir «sos impulsiva porque sos de Sagitario» se parece bastante a «sos sensible porque sos mujer», en ambas hay algo inmutable, determinante. Se podría discutir, por supuesto, que a las personas que nacemos con vagina se nos educa para que nos comportemos de cierta manera y a la gente que nace con plutón en casa 8 no. Y es cierto, pero no hay que desconocer que el discurso astrológico está claramente dirigido a mujeres y feminidades. ¿Por qué se relaciona con reuniones feministas o revistas de chismes y no con deportes u otros espacios típicamente masculinos?

Entre las respuestas que aparecen a esta pregunta, aparece la necesidad de recuperación de saberes ancestrales en un movimiento de reivindicación histórica del rol de las mujeres.  El reclamo por el reconocimiento de los aportes de mujeres, lesbianas, travestis y trans para subvertir su invisibilización sistemática es fundamental en el feminismo. En este sentido, una frase recurrente es esa que dice que «las brujas fueron las primeras científicas». Como mencionamos al principio, los saberes no estuvieron siempre compartimentados, y en las actividades esotéricas de esas mujeres perseguidas, torturadas y asesinadas por considerarse paganas y herejes, podemos reconocer experimentos y producción de conocimiento.

Por otro lado, la validación del conocimiento es dinámica y concomitante y que algo sea ancestral o no tiene poco que ver con esa validación. El yoga, por ejemplo, tiene orígenes muy antiguos y sus beneficios están bien documentados. En el caso de la astrología, hoy conocemos la magnitud de las fuerzas gravitatorias y sus efectos como para saber que no es posible que causen cambios en la personalidad. En cambio, algunos estudios que registraron corelaciones entre el momento del año en el que se dio el nacimiento y tendencias del estado de ánimo, hipotetizan sobre la posible influencia de la exposición a luz solar, virus estacionales contraidos durante la gestación o bullying debido a ser menor que el promedio de lxs estudiantes del mismo curso.

Muchas veces, el problema con la apelación a la ancestralidad como reivindicación feminista es la a-historicidad. En su momento, esos saberes tenían el mismo rigor que los producidos por varones. Podemos discutir, incluso, si no tenerlos en cuenta retrasó el avance de las ciencias preguntándonos, por ejemplo, si los fármacos abortivos hubieran surgido mucho antes si las investigaciones hubieran tomado como punto de partida los ungüentos brujeriles. Podemos recuperar ejemplos de ignorancia deliberada, podemos incluir esos aportes en la historia de la medicina. Lo que no podemos, es pensar que la reparación de la injusticia es reinstaurar esos saberes como legítimos en el mundo de hoy.

Esa legitimidad muchas veces es vista como imposición, y se reduce a pensar que la crítica hacia la astrología o su impugnación se basa en que no es ciencia. Sin embargo, el arte tampoco lo es y nadie piensa que es un saber poco valioso que no debiera incluirse en las luchas sociales. Nadie diría que un tipo de conocimiento es obsoleto solo porque no es científico.

Entre los muchos reclamos feministas consolidados podemos identificar aque que brega por producción científica libre de sesgos androcéntricos. Es decir que se reconoce la influencia de una cultura sexista en lo que consideramos ciencia y se pide que esto sea tenido en cuenta en pos de un conocimiento de calidad. En su último video, hablando de un tema muy distinto, la youtuber Contrapoints identifica un movimiento retórico particular entre abstracción y esencialización. Ciertos feminismos, han hecho de la afirmación «las ciencias son influidas por una cultura androcéntrica que sesga sus resultados, merma su calidad y anquilosa las injusticias y esto puede observarse en numerosos casos documentados», primero un movimiento de abstracción en el que se quitan todas las particularidades y detalles «las ciencias presentan problemas ligados al género»  y luego uno de esencialización que atribuye estos problemas a lo que las ciencias son, a su conformación intrínseca «las ciencias son patriarcales». Esto se suma a un relativismo general que a partir de la aseverción general «las ciencias no son la verdad absoluta» entiende «las ciencias son igual de válidas que cualquier saber». Así, el problema señalado se desdibuja y los esfuerzos por encontrar soluciones colectivas para generar un acervo de conocimiento que tenga en cuenta la diversidad de sujetos se fragmenta.

Ahora bien, ¿por qué entonces las propuestas con talleres de astrología agotan entradas y las ciencias ni aparecen entre las actividades de la grilla en muchos festivales feministas? En mi opinión, esto tiene que ver con que la comunicación pública de la ciencia falla en fomentar la participación. Esto se ve claramente en la forma de definir la relevancia de la socialización de uno u otro conocimiento. En el caso de las ciencias, la importancia de su comunicación pública está predefinida, como si esa definición pudiera darse por fuera de la apropiación efectiva por parte de la comunidad de estos saberes. Somos lxs comunicadorxs científicos quienes consensuamos que la circulación de estos conocimientos es sustancial y desde allí lo transmitimos. En el caso de la astrología, en cambio, lo que se destaca es su imposición en agenda desde un proceso inverso. Los públicos son quienes se apropian de esa información y la reproducen y transforman. Esto tmbién se expresa en una comunicación científica sumamente orientada a la vocación. 

En general, las formas en las que las ciencias se dan a conocer a públicos no científicos son explicativas, el saber está en manos de quien diserta y el objetivo es suscitar el interés para generar incorporaciones a la comunidad científica. En otros casos, lo que se busca es la reproducción de lo que se escuchó/leyó/vio para generar la difusión del conocimiento y su valoración a fin de reconocer la necesidad de la inversión en ciencias. En ninguno de los dos casos, se considera que gente por fuera de la comunidad científica pueda hacer aportes valiosos a las ciencias (en el primero se busca que formen parte y en el segundo que funcionen como reproductores).

En mi intervención en la Feria del Libro Feminista ejemplifiqué esto con el siguiente relato. En 2018, una científica de materiales que había desarrollado un filtro que permitía detectar contaminantes pesados en el agua ganó un prestigioso premio. La forma tradicional de comunicar esto podría ser, por ejemplo, un video en el que se muestre cómo funciona el dispositivo o un titular del tipo «científica argentina desarrolla un filtro que potabiliza el agua». Ambas cumplen con incentivar vocaciones y fomentar la curiosidad. Sin embargo, dejan afuera la parte asociada al ejercicio de la ciudadanía, ¿cómo y cuándo ese filtro va a estar en manos de quiénes no tienen acceso a agua potable? En una entrevista pública, le pregunté a esta científica cuál creía que era el mayor impedimento para que su desarrollo llegue a su público objetivo. «El sistema de patentes», me contestó. «Acá los institutos son quienes tienen los derechos para hacer transferencia tecnológica y eso supone muchas trabas burocráticas, para cuando sale la patente ya hay algo más nuevo y mejor. En EEUU, Obama sacó una ley que permite que sean los científicos y científicas quienes patenten su trabajo y así se agiliza la cuestión».

Yo me pregunto entonces, si la tarea de articular con organizaciones de base no es parte de la comunicación pública de la ciencia. ¿Qué pasaría si en vez de reclamar por otra ley de patentes desde la comunidad científica porque somos los que entendemos lo que pasa, esto fuera un reclamo popular? ¿Por qué quiénes serían beneficiarios de estos filtros (y de tantas otras cosas) no tienen el conocimiento para incorporar en sus plataformas que el conocimiento producido en el marco del Estado se traduzca en una industria nacional que efectivice que estos desarrollos lleguen donde tienen que llegar? La ciencias se verifican a sí mismas, es razonable pensar que alguien que no trabaja en un área no pueda definir sus protocolos experimentales, pero eso no quiere decir que las ciencias se reduzcan a los papers. ¿Por qué insistimos en un modelo de comunicación científica que explica y no invita, que no genera dispositivos de participación ni reconoce la necesidad de aportes de otro tipo?

La preocupación que genera el interés por los talleres de astrología y su asociación con otras pseudociencias no se combate con argumentos y descalificaciones, porque no surge de la racionalidad. Necesitamos generar espacios de pensamiento crítico que sean igual de atractivos, no desde su contenido, sino desde su dinámica, en los que no invitemos a escuchar sino a compartir e involucrarse. Lo llamativo del esoterismo no son solo las respuestas simples y lineales, es sentirse relevante y poder hacer. Mientras lo único que ofrezcamos sea sentarse a escuchar o hacer algún experimento, pero no haya propuestas de colaboración y construcción colectiva que reconozcan la necesidad de aportes no científicos a las ciencias la astrología va a seguir agotando entradas.

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