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Nos quieren enemigas porque tenemos alternativas 

Mar 11, 2025 | Economía/Política, Notas

Por Justina Lee y Candelaria Botto

El discurso de Davos del presidente Milei confirmó lo que las feministas ya alertábamos: el gobierno nos pone en el ring como enemigas públicas. Bajo el manto de la supuesta ideología de género, nos presenta como el peligro para la sociedad occidental en su conjunto y, con discursos de odio, nos señala como destructoras ya no solo de la familia tradicional, sino como vulneradoras de las infancias. Estas declaraciones no fueron gratuitas, ya que permitieron la organización de la masiva marcha antifascista y antirracista del #1F, lo que obligó al gobierno a no repetir este discurso en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso. 

El rechazo social a las calumnias del presidente a los feminismos y a toda la comunidad LGBTIQ+ se sustenta en el largo trabajo que venimos haciendo por la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) y porque somos quienes ponemos el cuerpo todos los días para que esta ley se implemente efectivamente. No es menor, la ESI permite que cientos de infancias puedan saber que si experimentan abusos está mal y que, además, tienen un lugar en donde denunciar. Los datos arrojan que el 80% de las infancias abusadas pudieron contarlo gracias a que tuvieron ESI. Abusos que ocurren en su mayoría al interior de sus propios hogares (el 53%), más que nada perpetrados por hombres de su entorno familiar, por lo que la ESI ayuda a que estos abusadores dejen de contar con el silencio de la impunidad gracias al trabajo de miles de docentes que la implementan.

En cada declaración de este gobierno en relación a los feminismos, la libertad sexual o el derecho a la identidad pareciera mandarnos a la hoguera. Esto tiene sus efectos violentos tanto en el plano digital, donde vemos como el ciberacoso sale hasta del propio presidente hacia distintas artistas mujeres, como en las calles, donde vemos que ese odio habilitan que se concreten crímenes de odio, logrando que esos discursos se hagan realidad en nuestros cuerpos y en las compañeras que no vuelven nunca más, como las víctimas del lesbicidio de Barracas. 

El punto es que el ataque a los feminismos no es sólo discursivo sino que responde a una disputa mucho más profunda sobre qué tipo de sociedad queremos construir y qué modelo económico sostiene esa estructura de poder. No es casual que el ajuste y la violencia vayan de la mano: un sistema que se sostiene en la desigualdad necesita que nuestras vidas sean precarizadas, que nos expulsen de la escena y que se nos condene al silencio.

 

El sálvese quien pueda

El gobierno de Milei retoma un modelo económico basado en la especulación financiera y la primarización de la economía, una estrategia que ya se intentó aplicar en distintas etapas de la historia argentina. Por eso, el presidente reivindica el modelo agroexportador de principios del siglo XX como el mejor momento de nuestra historia. 

Más allá de resaltar una época histórica en la que ni siquiera existía el voto universal, esta referencia le permite desligarse de la última dictadura cívico-eclesiástica-militar y su reconfiguración del modelo económico. En ese período, Martínez de Hoz abandonó el desarrollo industrial basado en la sustitución de importaciones y lo reemplazó por un esquema de especulación financiera, endeudamiento externo y apertura de importaciones, lo que llevó a la destrucción de la industria nacional. No es menor que esto se hizo diezmando y disciplinado a la clase trabajadora organizada, a fuerza de torturas, desapariciones y asesinatos, de la mano del terrorismo de Estado que nos dejó cambios estructurales que no logaron revertirse (desde la deuda externa en sí hasta la ley de entidades financieras). Cómo este revival se hace a partir del voto popular merece un espacio propio que excede esta nota. 

Por lo tanto, queda claro que lo que Milei propone y construye en su gobierno no es una novedad, sino el intento sistemático de una porción importante de los círculos de poder de nuestro país que busca una Argentina basada en actividades extractivas que permitan la timba financiera como modelo de acumulación. El Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI), aprobado dentro de la Ley Bases, es una buena muestra de esto. Las resistencias a este modelo tienen que ver con que prefigura una nación con mayores niveles de desigualdad, en donde hay cada vez menos puestos de trabajo formal y menos perspectivas de un desarrollo inclusivo. Algo muy similar al modelo peruano, en donde un cuarto de la población es parte de la economía formal ligada a la extracción de materias primas y minerales, mientras que el 70% de la población sobrevive en la economía informal

Por todo esto, el país que está construyendo Milei no necesita de universidades públicas que generen profesionales para una industria que pretende destruir, no necesita de obra pública porque los sectores extractivos tienen la dimensión suficiente para construir sus propias rutas. El modelo es el sálvese quien pueda, y muchos de los que lo votaron creen que son ellos quienes se salvan cuando en realidad los salvados serán algunos pocos atados a estas actividades extractivas o de servicios financieros. Festejan, por supuesto, los capitales extranjeros que esperan entrar a la Argentina en cuanto liberen el cepo para poder participar de las ganancias de nuestros recursos naturales dejando poco o casi nada en el país. 

Este modelo no solo profundiza la desigualdad económica, sino que redefine qué vidas importan y cuáles pueden ser descartadas. Ajuste y exclusión no son efectos colaterales, sino condiciones necesarias para que una minoría se beneficie. En este esquema, el acceso a derechos básicos como salud, educación y cuidados queda librado al mercado o a las redes de contención que cada quien pueda sostener. Y ahí es donde entramos nosotras: las feministas, que no solo denunciamos esta injusticia, sino que también construimos alternativas que desafían esta lógica de despojo. 

 

Economía Feminista: una alternativa al despojo

El sálvese quien pueda es el resultado de discusiones del pensamiento económico y, sobre todo, aquel que se discute en Estados Unidos y Europa, en donde varones como Milton Friedman y Friedrich von Hayek disputaron las ideas neoliberales y fueron exitosos. Exitosos porque lograron que estos programas se implementen tanto en sus países como en los nuestros. Por eso, las ideas y las discusiones económicas no son sólo “ideas”, también se convierten en programas económicos concretos, que tienen impactos directos en nuestras vidas.

Estos programas económicos necesitan especialmente del tiempo de las mujeres, ya que deben garantizar la reproducción de este sistema a través de su trabajo, no remunerado o mal pago. Y no sólo requieren de nuestro trabajo de cuidados, sino que también avanzan sobre nuestros cuerpos. La desposesión tiene muchas caras y, en contextos de ajuste y precarización, la violencia de género se agrava y se vuelve una herramienta de disciplinamiento. Por eso los feminismos incomodan al neoliberalismo: porque no solo denunciamos la explotación, sino que también desmontamos las estructuras que sostienen su violencia

Las ideas económicas no son neutras ni universales. Mientras que los Friedman de la vida diseñaron programas económicos sin considerar las estructuras económicas latinoamericanas, los enfoques estructuralistas —como los que surgieron en la CEPAL durante el siglo XX— intentaron responder a la dependencia económica de la región proponiendo el modelo de sustitución de importaciones. Sin embargo, a pesar de buscar un desarrollo soberano, tampoco incorporaron una perspectiva feminista: pensaron en la industria y el crecimiento, pero no en quiénes sostienen la vida cotidiana ni en el trabajo de cuidados que hace posible ese desarrollo que tanto anhelan.

La teoría feminista nos enseñó que el conocimiento no es completo si no es situado: se produce desde un lugar específico y responde a intereses concretos. Nosotras producimos conocimiento desde América Latina, no como una mera crítica a los modelos económicos ortodoxos (o los heterodoxos que no tienen en cuenta la perspectiva feminista), sino como una construcción arraigada en nuestras realidades, nuestras historias y nuestras luchas. Sabemos que el neoliberalismo no es sólo un modelo económico, sino la cara más cruda de este sistema, que nos propone una estructura violenta extractivista.

La violencia contra los feminismos no es casual: hemos sido quienes históricamente cuestionamos el orden establecido y proponemos transformaciones políticas y económicas para construir una sociedad más igualitaria. Nos atacan porque impulsamos un modelo que pone en el centro lo que realmente importa: la sostenibilidad de la vida. Se trata de construir un mundo que se ponga al servicio (a través de lo que producimos y cómo lo producimos) de sostener nuestras vidas y no viceversa. Lejos de seguir pensando que hay que trabajar para poder vivir, las feministas sostenemos que la producción tiene que estar al servicio de nuestras vidas.

La necesidad de cambiar de paradigma 

Así como ellos lograron imponer en la agenda económica global el debate sobre pensadores de una escuela marginal ultraliberal como la austríaca, nosotras también tenemos propuestas que responden mejor a las necesidades cotidianas que tenemos en la Argentina. 

De esta manera, trabajamos en una construcción colectiva que entiende la interdependencia de las personas. En todo tiempo y lugar, necesitamos de otras personas, no solo en la infancia o la vejez, cuando la necesidad de cuidados es más evidente, sino a lo largo de toda la vida.. Poder sostener nuestras necesidades económicas, políticas, sociales, emocionales y, sobre todo, humanas requiere del apoyo mutuo. Es por eso que la Economía Feminista promueve justamente garantizar espacios de cuidado colectivo no sólo para las infancias y los adultos mayores, sino también espacios de recreación y encuentro para todos, todas y todes. 

Proponemos una justicia fiscal feminista, donde quienes más tienen, más aporten y lograr así una distribución del ingreso más justa. Un sistema integral de cuidados que garantice derechos laborales dignos para quienes hoy sostienen estos trabajos en condiciones de precarización e incluso semi esclavitud, a la vez que amplíe las licencias maternoparentales y redistribuya las tareas de cuidado. Esto aliviaría la carga sobre las mujeres, permitiéndoles mayor participación en el mercado laboral, y también impulsaría el crecimiento económico ya que la profesionalización de los trabajos de cuidado funciona como una política de impulso a la demanda agregada.

También proponemos una transformación estructural, donde la sostenibilidad de la vida esté realmente en el centro. Queremos reducir la jornada laboral de todes, desmercantilizar bienes esenciales como el agua, la energía, la vivienda, la salud, la educación y los cuidados. Defendemos modelos de propiedad colectiva para recuperar fábricas abandonadas y ponerlas al servicio de nuestras comunidades. Apostamos por el acceso a tierras para cooperativas agroecológicas, garantizando la soberanía alimentaria. Y, además, creemos que es necesario democratizar el Estado, impulsando nuevas formas de gobernanza donde la gestión de los servicios públicos sea una verdadera alianza entre el Estado y las comunidades.

La Economía Feminista efectivamente propone una alternativa a esta propuesta hiperindividualista que responde a los deseos y extravagancias de los hombres más ricos del mundo en su afán de que los Estados les pidan menos impuestos y saquen regulaciones que les allanen el camino de seguir abultando sus riquezas. Riquezas que no podemos dimensionar, porque aunque les expropiaran millones seguirán siendo milmillonarios. Riquezas que los pone por encima de países enteros. Riquezas que tensionan, que no aportan a ningún fin de la humanidad y que no tienen razón de ser. 

Por todo esto decimos: sí, somos enemigas del sálvese quien pueda, porque sabemos que para garantizar la sostenibilidad de la vida, es imprescindible entender que dependemos de otros y eso involucra una mejor distribución del ingreso y el financiamiento real del acceso a los derechos. Pero también sabemos que no alcanza con redistribuir lo que ya existe: necesitamos transformar el modelo productivo, reorganizar el trabajo y desmercantilizar lo esencial. No se trata sólo de resistir, sino de construir una economía que ponga la vida en el centro, donde los cuidados sean una responsabilidad colectiva, donde el acceso a la tierra, la vivienda y los bienes comunes no dependan de los intereses de algunos pocos, y donde el Estado y las comunidades trabajen en alianza para garantizar vidas que merezcan la pena ser vividas.

Puede parecer utópico en este contexto, pero sabemos que es justamente lo que nos falta: ese horizonte que nos motorice en la construcción de una transformación social para todos, todas y todes. 

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