Por Diego Kozlowski y Natsumi S. Shokida
El ahogo presupuestario que viven las universidades viene de la mano de un ataque a la actividad científica en general. El CONICET se ha convertido en el foco de una campaña de desprestigio y, producto del desfinanciamiento, ve peligrar la continuidad de las líneas de investigación en curso. La ciencia es esencial para el desarrollo de un país, ya sea en términos de su posición a nivel internacional, como también para entender las desigualdades que lo atraviesan para, de esta manera, avanzar hacia una sociedad más justa.
Desde el equipo de Ecofemidata, analizamos las fuentes de financiamiento de más de 18 millones de publicaciones científicas de todo el mundo con el objetivo de analizar de qué tipo de organizaciones proviene. Tal como lo aprendimos en la universidad pública, decidimos utilizar las herramientas del conocimiento científico para poder desterrar algunos mitos que vienen circulando los últimos años. Para lograrlo, utilizamos la base de datos bibliométricos Dimensions, que clasifica a las agencias de financiamiento según su origen. Esto nos permite estudiar hasta qué punto es posible concebir una ciencia sin Estado, financiada exclusivamente por empresas. Los datos son contundentes: sin estado, no hay ciencia posible.
En Argentina, el 80% de los artículos científicos se realizan gracias al financiamiento del Estado, mientras que las empresas privadas representan sólo el 2,2%. El objetivo del gobierno de eliminar el financiamiento público implica desmantelar completamente el sistema científico nacional.
Este patrón no es específico de Argentina, sino que se repite, con matices, en todo el mundo. La variación se ve para el caso de las organizaciones sin fines de lucro, pero la contribución del sector privado siempre es marginal para la producción de ciencia. La mano invisible del mercado brilla por su ausencia en la producción científica. Mientras se intenta instalar una narrativa de que en Argentina se financia con el Estado lo que en otros países lo hacen empresas privadas, estos datos muestran que esto no sucede en ningún lugar del mundo. De hecho, entre los países de la OCDE, la tendencia es a invertir una proporción cada vez mayor del PBI en ciencia y técnica. En 2022, la Argentina ya invertía en ciencia una proporción de su PBI 5 veces menor que el promedio de la OCDE (0.55% vs. 2.73%).
A su vez, el resultado se mantiene para todas las disciplinas. A nivel global, y alejado de prejuicios corrientes, áreas como computación o informática son más dependientes de los fondos públicos que otras como filosofía o historia.
Recientemente, el presidente del CONICET, Daniel Salomone, declaró que recortaría el financiamiento en Ciencias Sociales y Humanidades. A su vez, en un intento de censura a los Estudios de Género, en estos días decenas de artículos académicos vinculados a temáticas de género fueron dados de baja del repositorio digital del CONICET, que fueron luego restaurados debido a las críticas recibidas. Mientras intentan crear un “fantasma de la ideología de género”, nosotras nos posicionamos del lado de una ciencia por y para todes, que supere los sesgos androcéntricos e incluya la perspectiva de género. Frente al avance del oscurantismo, es importante responder con evidencia científica. En esta nota, procuramos romper el mito de que los empresarios pueden tomar la posta de la producción global de conocimiento. Los datos muestran que no lo hacen, ni en Argentina ni en el mundo, ni en ninguna disciplina. Si queremos avanzar como sociedad, necesitamos que el Estado se comprometa con la producción de conocimiento científico hoy y siempre.